La semana pasada, en Italia, rodeado de los principales líderes de Occidente, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se dio la vuelta, aparentemente confundido, y se alejó, hasta que le llamaron para que volviera junto al grupo para hacerse la foto. Al menos, eso es lo que mostraron los medios de comunicación de derechas.
“¿QUÉ ESTÁ HACIENDO BIDEN?”, escribió el Comité Nacional Republicano en su cuenta de X (antes Twitter). En realidad, no estaba haciendo nada extraño. Biden se había girado hacia unos paracaidistas y les había saludado con el pulgar hacia arriba, según muestra el plano (más amplio) del vídeo original.
Volvió a ocurrir durante un evento de recaudación de fondos, al que también asistió el expresidente Barack Obama. El periódico New York Post escribió que Biden “parecía haberse paralizado” en el escenario y que Obama tuvo que salir en su ayuda, en el más reciente de una serie de episodios en los que el presidente estadounidense se mostró “aturdido o confundido”.
Un vídeo del incidente con un plano más abierto muestra a Biden saludando y recibiendo los aplausos del público tras un extenso debate moderado por el presentador Jimmy Kimmel.
Vídeos que muestran a un Biden “viejo”
Para los espectadores de los medios de comunicación de derechas y los seguidores de cuentas dirigidas a un público conservador, estos vídeos de Biden aparecen casi a diario, en un intento por destacar uno de los principales puntos débiles del actual presidente: su edad.
A menudo, los vídeos son editados para que Biden parezca viejo. Estos retoques han provocado una serie de titulares sobre lo evidente que son su edad y su senilidad, y luego para otros titulares sobre la creación de vídeos para engañar al público.
Los vídeos y el consiguiente escándalo dan cuenta de lo bifurcados que están hoy en día los sistemas políticos y de las redes sociales. Pocos ven un discurso o un telediario completos, sino que, a través de un perfil con el que están alineados ideológicamente, acceden a un muestrario rápido de lo que deberían saber. La visión que se tiene de un acontecimiento determinado –ya sea un discurso presidencial o un mitin de campaña– se ve influida en primer lugar y, a menudo, de manera definitiva, por el modo en que es presentado por las cuentas que cada uno sigue.
Para un redactor de NBC News, estos ciclos de noticias en vídeo son un reflejo del ecosistema de medios online en el que se desarrolla esta campaña electoral y los considera un “extraño test de Rorschach en el que algunos ven una cosa y la mayoría ve otra”.
Los vídeos también demuestran que la amenaza inminente de los deepfakes —contenidos generados con inteligencia artificial que hacen que la gente diga o haga cosas que no ha dicho o hecho— no tiene nada que envidiar a las falsificaciones rudimentarias, mucho más comunes y fáciles de crear: vídeos editados con la intención específica de engañar.
“Este tipo de manipulaciones toscas, a la antigua usanza, llevan mucho tiempo siendo perfectamente efectivas a la hora de engañar y manipular a la gente”, afirma Bret Schafer, responsable de medios de comunicación y desinformación digital de la ONG Alliance for Securing Democracy.
Mientras que a menudo los deepfakes u otros contenidos generados por la IA son denunciados y retirados de las redes sociales por ir en contra de sus políticas, estos vídeos editados selectivamente no suelen infringir las normas porque, en cierta medida, todos los contenidos están editados de alguna manera, explica Schafer.
El Gobierno de Biden tachó esos vídeos de falsificaciones baratas hechas con mala fe y defendió la salud cognitiva del presidente. Sin embargo, Karine Jean-Pierre, secretaria de prensa de la Casa Blanca, calificó los vídeos de “deepfakes”, cosa que no son. Esto disparó otra ronda de críticas por parte de la derecha, que afirmó que la propia Jean-Pierre estaba difundiendo información errónea.
Trump tampoco se libra
Los demócratas tampoco se resistes a la publicación de imágenes engañosas de Donald Trump. Una foto en la que se ve al expresidente de la mano de su hijo fue utilizada para afirmar que Trump necesitaba ayuda para bajar del escenario, pero un vídeo muestra que en realidad estaba dándole un apretón de manos.
A menudo se publican vídeos similares de Trump, bien por separado o en respuesta a un vídeo de Biden, en los que el expresidente divaga sobre tiburones y electricidad, se desorienta o se sostiene de la mano de alguien mientras camina. En un discurso pronunciado el fin de semana, Trump confundió el nombre de su propio médico cuando desafió a Biden a someterse a un test cognitivo.
En realidad, ambos candidatos presidenciales son ancianos y no hay nada que hacer al respecto. Trump tiene 78 años; Biden, 81. Que una persona los considere propensos a la confusión, incoherentes, dispersos, o lentos de reflejos, depende sobre todo de la opinión que esa persona tenga respecto a quiénes son y del contenido que consuma sobre ellos.
La edad de los dos candidatos puede dar lugar a más meteduras de pata, y la cobertura periodística de estas meteduras de pata se intensifica cada vez más porque a los votantes les preocupa la edad del próximo presidente. Parece que existe un “cierto juego de ping pong sobre cuál de los dos está más perdido”, dice Schafer. La repetición incesante de críticas relacionadas con la edad puede influir en los votantes y reforzar su preocupación sobre la idoneidad de Biden o Trump para el cargo, razón por la cual estos ciclos de noticias continúan produciéndose y siendo promocionados en las campañas de ambos candidatos.
Esta separación de los ecosistemas mediáticos no es una novedad de este año electoral, y estos sistemas crean realidades alternativas para sus espectadores. Schafer señala que no se trata sólo de qué cobertura recibe un tema, sino de si recibe cobertura alguna. Los telespectadores de un medio de comunicación de derechas pueden ser receptores de una cobertura incesante de una noticia que ni siquiera aparece en los titulares de la prensa general.
“Es muy problemático cuando hablamos de tener un sentido compartido de la realidad, porque esa debería ser la verdadera función de la democracia”, dice Schafer. “Tenemos un conjunto de hechos consensuados y después están las muchísimas interpretaciones de esos hechos”.
Traducción de Julián Cnochaert