La violencia de la extrema derecha no para de aumentar: ¿por qué no genera indignación?
Mohammed Saleem fue asesinado por un terrorista y, sin embargo, lo más probable es que no hayas oído hablar de él. Sucedió en abril de 2013, cuando este hombre de 82 años regresaba a su casa luego de pasar la tarde rezando en una mezquita en Small Heath, Birmingham. Un terrorista neonazi ucraniano, que ya había puesto bombas en tres mezquitas, lo apuñaló tres veces por la espalda. “Era un hombre hermoso, muy educado, que alentó a sus cinco hijas —y también a sus hijos varones— a estudiar. Amaba y agradecía todo lo que el Reino Unido le dio”, afirma Maz Saleem, una de sus hijas. “He pasado seis años luchando sin descanso para que lo reconozcan en los grandes medios de comunicación”.
Tres semanas después, el asesinato de Lee Rigby a manos de fundamentalistas islamistas indignó a todo el país y provocó una reunión de emergencia del Gabinete de Crisis. Nada de eso sucedió por Saleem. “El tema fue escondido bajo el tapete”, me dice Maz. ¿Y qué sucedió con el asesinato de Mushin Ahmed, un abuelo de 81 años, a manos de dos racistas británicos en agosto de 2015, cuando la víctima iba a rezar a la mezquita de Rotherham? Uno de sus atacantes lo pateó con tanta fuerza que le hizo estallar la dentadura y le dejó la huella de la deportiva en el rostro. También podemos hablar del hombre negro de 32 años del este de Londres, que tuvo que gatear hasta la carretera A12 para escapar de un ataque racista: lo habían apuñalado cinco veces.
La mañana del sábado pasado, el atacado fui yo: sufrí heridas leves y mis amigos recibieron golpes por defenderme. Pero como soy un hombre blanco con acceso a los medios de comunicación, lo que me sucedió generó mucho más interés que los asesinatos racistas o los crímenes de odio con consecuencias mucho peores que unos golpes en la cabeza y unos moratones. La extrema derecha se siente envalentonada, legitimada y más violenta que nunca, y los crímenes de odio no paran de aumentar. Cuando hablamos de terroristas islamistas fundamentalistas, nos preguntamos: ¿Quiénes son los religiosos que los radicalizan en mezquitas o en internet? Es necesario que se genere un debate similar en torno al terrorismo de extrema derecha por una razón muy sencilla: quienes alientan este tipo de violencia son políticos, analistas y medios de comunicación hegemónicos.
Pensemos en la escala de la amenaza. La extrema derecha siempre ha tenido dos enemigos principales: las minorías y la izquierda política. Nada ha cambiado. Hace ocho años, el terrorista noruego de extrema derecha, Anders Breivik, asesinó a docenas de personas, mayormente jóvenes socialistas, en la isla de Utøya. ¿Sus motivos? La lucha de la izquierda contra el racismo representaba, para él, el motor de lo que describió como “islamización” y por ende la destrucción de la Europa cristiana. Esta fue una expresión especialmente violenta de una teoría conspirativa que persiste en la extrema derecha y, si bien muchos adolescentes murieron en esa isla noruega, esta narrativa no pereció. Según esta mentalidad, las personas de izquierda traicionan a sus naciones, buscando destruirlas mediante la inmigración en masa de personas culturalmente hostiles, y son consideradas aliadas de un enemigo muy odiado: el islam como una religión demonizada y los musulmanes como pueblo.
Los terroristas de extrema derecha se alimentan de odio y éste a menudo es avivado por las élites, cuando les conviene. El reciente ataque terrorista en El Paso, en el que murieron personas de origen latinoamericano, no se puede disociar de la sistemática demonización de los inmigrantes mexicanos que llevan a cabo los medios de comunicación y los políticos republicanos, y que ahora lleva adelante de forma encarnizada el presidente de Estados Unidos, llamándolos violadores y criminales.
Hace menos de un año, en Pittsburgh, murieron y fueron mutilados casi una docena de judíos, comunidad que ha sido blanco de la extrema derecha durante dos mil años. El supuesto terrorista acusó a los judíos de intentar meter musulmanes “malvados” en Estados Unidos. Aquí tenemos un odio ancestral combinado con una manifestación más moderna del odio racista: los judíos representados como desleales y desarraigados, buscando destruir la civilización occidental mediante la importación de musulmanes peligrosos. De forma escalofriante y con declaraciones abiertamente antisemitas, esta semana Donald Trump acusó a los judíos-americanos que votan al Partido Demócrata de una “deslealtad enorme”.
El ataque terrorista de extrema derecha de 2015 contra una iglesia de la comunidad afroamericana en Charleston no puede ser analizado sin tener en cuenta que la esclavitud, que ha dejado un extenso legado racista, fue abolida hace poco más de 150 años, el equivalente a solo dos períodos vitales. En la masacre de Christchurch en Nueva Zelanda murieron más de 50 musulmanes, personas cuya religión ha sido un blanco no sólo de la extrema derecha sino también de muchos medios de comunicación y políticos de importantes partidos.
En el Reino Unido, la parlamentaria laborista Jo Cox fue asesinada por un terrorista blanco de extrema derecha, que cuando se presentó ante un tribunal proclamó “muerte a los traidores, libertad para el Reino Unido”. ¿Qué hemos aprendido de esto? ¿Cómo es posible que Nigel Farage pudiera alardear de que el referéndum sobre el Brexit triunfó “sin disparar ni una sola bala” y luego declarara que se “pondría la ropa de camuflaje, cogería un rifle y marcharía al frente de batalla” si no se lograra llevar a cabo el Brexit, y que no se haya visto afectada su vida política ni su imagen pública? ¿Cómo es que no se horrorizó el país cuando un terrorista de extrema derecha planeó asesinar a la parlamentaria laborista Rosie Cooper con un machete? ¿Cómo esto no generó la decisión de aniquilar a la ideología política que promueve este tipo de violencia? ¿Qué hay del terrorista de extrema derecha que asesinó a un grupo de musulmanes de Finsbury Park y habló de su deseo de matar a Jeremy Corbyn y a Sadiq Khan por considerarlos defensores de terroristas?
Aquellos que alimentan el odio que radicaliza a los extremistas de derecha no están gritando en las esquinas: están en las portadas de los periódicos. Utilizan retórica como “enemigos del pueblo” y “aplastar a los saboteadores”, distorsionan los hechos, crean mitos, dicen medias verdades y mienten para avivar el odio contra musulmanes, migrantes y refugiados, y para convertirlos en chivos expiatorios de los delitos cometidos por los poderosos.
Tras un enfrentamiento entre fascistas y antifascistas en Charlottesville, Trump declaró que “había buenas personas en ambos bandos” y dando así el puntapié inicial a una teoría de “los dos bandos”: la idea de que defender la supremacía blanca es moralmente equivalente a luchar contra el racismo y querer que los ricos paguen más impuestos. Sin embargo, esta equivalencia moral —que incluye la afirmación de que la izquierda es igual de violenta— es muy peligrosa. Mientras la extrema derecha lleva a cabo sangrientos ataques terroristas contra las minorías, ¡un tío le arrojó un batido de plátano y caramelo al traje favorito de Nigel Farage! Es cierto que hay personas pertenecientes a grupos minoritarios asesinadas en las calles por extremistas de derecha y no salen en los medios de comunicación, pero al neonazi estadounidense Richard Spencer le dieron un puñetazo, así que ¿quién puede asegurar que una cosa sea peor que la otra?
Existe una campaña sistemática por deslegitimar las pocas voces de izquierda en la política y los medios de comunicación, y está orquestada no solo por la derecha sino también por algunas personas que se autodenominan “moderadas” o “de centro”. El intento de construir una falsa equivalencia entre la extrema derecha que ataca a las minorías y sus aliados y una izquierda comprometida con resistir el odio y la violencia es realmente perverso. Políticos de grandes partidos y varios medios de comunicación legitiman las nociones que alimentan al terrorismo de extrema derecha y los ataques racistas. Muchas personas más resultarán heridas y morirán, y como no son blancas ni tienen representación en una plataforma nacional, probablemente nunca sabrás sus nombres.
Traducido por Lucía Balducci