A lo largo de los últimos once años, Gaza ha ocupado portadas como consecuencia de tres ataques militares, un estado de sitio que todavía es una realidad y una crisis humanitaria. Sin embargo, es menos frecuente que los medios se hagan eco de los gritos de toda una generación que pide ayuda. Unos gritos a los que se hace oídos sordos.
Yaser Murtaja, periodista de Gaza, pertenecía a esta generación. Una generación que ha quedado atrapada entre las vallas reforzadas por los militares que rodean Gaza. Una generación para la que la libertad de movimiento es un sueño lejano.
El viernes, un francotirador israelí mató a Yaser, que estaba cubriendo la segunda Gran Marcha del Regreso. La bala le alcanzó el abdomen, la única parte que no quedaba cubierta por el chaleco que indicaba claramente que se trataba de un miembro de la “prensa”. Murió unas horas más tarde.
Dos semanas antes de su muerte, Yasser subió el siguiente mensaje en su página de Facebook: “Sueño con el día en que pueda tomar esta fotografía desde el cielo y no desde el suelo. Me llamo Yaser Murtaja. Tengo treinta años. Vivo en Gaza. ¡Nunca he viajado!”.
Yasser intentó en numerosas ocasiones obtener un permiso para salir de Gaza, pero nunca lo consiguió. Sus amigos y compañeros de profesión, que en su gran mayoría tampoco han salido de Gaza, han lamentado profundamente su muerte. Pertenece a una generación que nació durante la primera intifada, vivió la segunda intifada, sobrevivió a tres ataques del Ejército israelí en Gaza y ha vivido en permanente estado de sitio.
Eso no es todo. De los dos millones de personas que viven en Gaza, dos tercios son descendientes de refugiados que llegaron procedentes de ciudades y pueblos cercanos que fueron destruidos tras la creación del Estado de Israel en 1948, y todos son víctimas de un bloqueo israelí que ha convertido a Gaza en la mayor prisión a cielo abierto del mundo.
El primer viernes de la marcha, que evoca el derecho que tienen estos refugiados a regresar a sus hogares, congregó a más de 30.000 civiles desarmados. Instalaron tiendas de campaña cerca de la frontera y participaron en actos alternativos de resistencia, como lecturas, bailes y cantos, en una escena que recordaba los primeros días del movimiento de la plaza Tahrir.
La naturaleza pacífica de la marcha no impidió que los francotiradores israelíes, alineados detrás de la valla de seguridad, mataran a 18 manifestantes e hirieran a más de 750 personas. Pese a la elevada cifra de víctimas mortales, miles de personas se dieron cita el viernes siguiente, en una impresionante muestra de desafío. Al menos nueve más murieron, pero es poco probable que los riesgos disuadan a la gente de volver a ir el próximo viernes.
La semana pasada, el ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, indicó que en Gaza “no hay personas inocentes”, justificando así los disparos indiscriminados de los francotiradores contra civiles desarmados.
En pocas palabras, los palestinos de Gaza no tienen nada que perder. Décadas de vida bajo asedio y ocupación han convertido el territorio en una zona de desastre. En gran parte, la insoportable situación de Gaza que ha alimentado esta protesta podría haberse evitado si la comunidad internacional hubiera obligado a Israel a respetar los derechos de los palestinos y a cumplir con el derecho internacional. Sin embargo, los demás países han optado por ignorar el castigo masivo de civiles inocentes en Gaza.
Probablemente ha llegado el momento de que los habitantes de Gaza tomen cartas en el asunto. La marcha en curso es una poderosa muestra de su voluntad de cambio. Los organizadores son activistas que no militan en ningún partido político. Han asistido a esta marcha miles de personas de todas las profesiones y condiciones sociales, llevando únicamente la bandera palestina. Están unidos no sólo por su frustración, desesperación y pérdida de esperanza, sino también por el fuerte deseo de tener una vida digna. Un deseo tan fuerte que ni siquiera puede ser disuadido por el miedo a morir.
En cuanto a Yaser, el sueño de este treintañero de poder salir de Gaza se ha convertido en realidad. Ha salido para siempre pero sin poder conocer otros lugares. Ha dejado atrás a dos millones de personas que seguirán compartiendo su sueño. ¿Hasta cuándo?
Traducido por Emma Reverter