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Tres claves para entender Afganistán

Bolsas de opio en Afganistán
22 de agosto de 2021 21:54 h

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Clave 1. El Opio

La principal fuente histórica de financiación de los talibanes es el cobro a los productores del 20% del beneficio neto de la comercialización mundial de opio. Es como un impuesto. Afganistán produce el 90% del opio de todo el planeta. En 2001, cuando EEUU decidió invadir el país, las plantaciones de opio en Afganistán ocupaban 74.000 hectáreas. Solo entre 2016 y 2017, todavía con el país invadido, los cultivos habían crecido en 120.000 hectáreas más. Ese año, en 2017, el total de opio cultivado en Afganistán, esto es, el alimento económico básico de los talibanes, ocupaba ya 328.000 hectáreas. Y es paradójico, porque ese mismo año había dos millones de adictos al opio en EEUU.

La cifra de adictos, a día de hoy, se estima en el doble si se cuentan también los dependientes de otros derivados sintéticos del opio, como el fentanilo (más barato y de efecto inmediato). Cada día mueren 44 personas en EEUU por los efectos del opio. EEUU, que representa el 5% de la población mundial, consume el 94% de los opiáceos que se producen en el planeta. ¿No son paradójicas las “consecuencias” de esta guerra contra Afganistán que ha durado 20 años?

En su derrota anterior, en Vietnam, EEUU hacía llegar el opio hasta su territorio por toneladas. Lo hacía en aviones militares, camuflado en ataúdes de supuestos soldados abatidos en combate. Por eso aquella guerra, como la de Afganistán, duró tanto y tanto tiempo.

Clave 2. El litio

Geólogos norteamericanos descubrieron en 2010 que bajo el suelo árido de Afganistán hay tanto litio como en el salar de Uyuni boliviano, en torno a 1,4 millones de toneladas si se añaden tierras raras como el neodimio o el lantano. Es decir, si Bolivia tiene el 50% del litio del mundo, Afganistán tiene otro 45%. El futuro de los vehículos eléctricos y de las baterías de los teléfonos celulares depende de ambos países.

El lantano se emplea para fabricar televisiones inteligentes, lámparas de bajo consumo, gafas o lentes de cámaras para teléfonos móviles o telescopios. Pero Afganistán, además, es rico en cobre, como Chile. El cobre es un conductor eléctrico tan escaso que este año ha batido su precio en los mercados londinenses, llegando a cotizarse a 10.000 euros la tonelada.

Mientras EEUU ha gastado dinerales en matar talibanes antes de darse a la fuga de Afganistán, los talibanes se reunían el pasado julio en Tianjín (China) con el ministro de Exteriores de Pekín y acordaban lo siguiente: queridos talibanes –les dijo el ministro–, si dejáis de apoyar al “terrorismo” uigur de la región china de Xinjiang, fronteriza con Afganistán, China invertirá lo que haga falta en la creación de infraestructuras para hacer explotable los minerales estratégicos bajo dominio talibán. Y la propuesta se cerró con un “¡garantizado!” por la parte afgana.

Entre dos países que comparten el desprecio más absoluto por los Derechos Humanos (a diferencia de la recatada Europa), un pacto así es habitual. ¿Y qué puede decir EEUU a China, si China lleva comprado en los mercados el 80% de la deuda pública norteamericana? Pues poco o nada. El 80% de los minerales estratégicos que compró EEUU en 2019 procedían de China. Ese año, Europa compró a China el 98% del litio y las tierras raras que necesitaba.

China, que maneja el 80% del mercado mundial de tierras raras y el 60% del mercado del litio, ha firmado ya su primer contrato con los talibanes: la explotación de la mina de cobre de Mes Aynak, a 35 kilómetros al sur de Kabul. Es el primer mensaje a Rusia, que pronto se reunirá también con los talibanes y les dirá: si neutralizáis al “terrorismo” checheno invertiremos lo que sea necesario para explotar vuestros yacimientos de petróleo y gas.

Con los recursos que a medio y largo plazo podría obtener un estado talibán, EEUU se arriesga a haber perdido 20 años inútiles y a ver cómo Afganistán y Pakistán se convierten de nuevo en un santuario del terrorismo antiamericano.

Y clave 3. La Sharía talibán

Cualquiera que haga una lectura fundamentalista de la Biblia debe, por fe, matar a su propio hijo. Si Dios decide poner a prueba a Abraham, este debe demostrar su lealtad levantando un puñal sobre su hijo Isaac. Y con el Corán pasa lo mismo. Los textos de terror, como el Corán o la Biblia –en especial el Antiguo Testamento–, permiten miles de interpretaciones, y los talibanes han hecho su propia lectura radical del libro de Mahoma, la Sharía Talibán, reguladora de todos los aspectos públicos y privados de la vida. La Sharía es, por tanto, una interpretación legislativa del Corán por parte de los talibanes cuya crueldad, no solo hacia las mujeres, raya el paroxismo. El primer gobierno talibán (1996-2001) colgó hombres, amputó brazos y manos y sepultó el concepto de mujer después de lapidarla en público. Ahora que han vuelto los talibanes, vuelve con ellos su particular y humillante Sharía.

Afganistán, sumergido en una guerra eterna, uno de los países más pobres del mundo pese a que fue eje histórico de la ruta de la seda, esconde en su subsuelo cobre, hierro, mercurio, cobalto, litio, uranio, cromita, oro en abundancia, diamantes, esmeraldas, rubíes, tarmalina, lapislázuli, zinc, gas natural, petróleo, bauxita, mármol y millones de toneladas de las llamadas tierras raras. Pero por encima de toda esa riqueza aún sin explotar, el Afganistán talibán tiene un problema: su particular Sharía. Con una ley que provoca tanta inseguridad jurídica, ninguna empresa está tan loca como para invertir ahí.

La Sharía talibán es una respuesta a la desesperada de una maldición que durante siglos ha sepultado a Afganistán, el país al que Alejandro Magno, que lo conquistó 331 años antes de que naciera Cristo, llamó “la tumba de los imperios”. El país se entregó poco después a los brazos del budismo, hasta que siglos después las invasiones iraníes y turcomongolas lo sometieron bajo una represión feroz. Durante varios siglos, Afganistán fue conquistada y atacada desde todos los ángulos hasta caer en manos árabes. Llegó entonces Gengis Khan, que tardó solo un año en destruir por completo ese país (1221-1222) y desguazar para siempre los sistemas milenarios de regadío.

Tras siglos de luchas tribales, y haciendo sin pretenderlo de estado tapón entre la Rusia zarista y la India británica, Afganistán sufrió la peor de sus invasiones, la de los ingleses instalados en la India –toda colonia tocada por el Imperio británico queda dañada eternamente–. Hasta 1921 los británicos mangonearon a su antojo en Afganistán, hasta que fueron derrotados, expulsados y pocas décadas después, en 1979, sustituidos por 120.000 soldados soviéticos que ocuparon el país.

Para frenar el avance soviético, EEUU y Pakistán armaron hasta los dientes a los talibanes, entonces muyahidines, incluso con misiles Stinger. En 1989, derrotados, salieron de Afganistán los últimos ocupantes rusos. Esas armas, y la convicción de una parte de las tribus afganas, permitieron a los talibanes hacerse con el poder en 1996 y mantener y aplicar su particular Sharía hasta que su gran benefactor, EEUU, decidió en 2001 buscar en suelo afgano a Osama Bin Laden y de paso derrocar al gobierno talibán y ocupar el país con todo el apoyo occidental.

La Sharía talibán, así, solo se puede explicar desde la perspectiva de un país con más de 5.000 años de existencia, que ha pasado por todos los credos e invasiones posibles, que ha derrotado a todos los imperios y que solo cree en la salvación eterna que promete el Corán bajo la interpretación del crimen disciplinario. Las mujeres no pueden si siquiera reír ante los hombres, pero los hombres no pueden ni siquiera hacer la más mínima ostentación de solvencia. Ni siquiera en las bodas de sus hijos.

Cada cual interpreta el Corán a su manera. El adulterio está penado con la horca en Afganistán. En la lectura fundamentalista del Antiguo Testamento, sin embargo, se reconoce el derecho del hombre a “yacer” con cualquier otra mujer si con la suya no puede tener hijos. Uno de los nietos de Abraham, Jacob, hizo gala del mejor don Juan yaciendo con cuantas mujeres le rodeaban, hasta acumular doce hijos. ¿Dónde está entonces el fundamentalismo?

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