ANÁLISIS

Trump convierte un intento de asesinato en el mejor escenario de su carrera

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Tres disparos. Donald Trump se agacha y se oculta detrás del atril. Forma parte de los consejos que reciben los presidentes de EEUU. Ahí están protegidos –cuenta con un blindaje– hasta que los agentes del Servicio Secreto le digan que es seguro salir. El expresidente tiene rastros de sangre en la oreja derecha y en la mejilla. Es obvio que está consciente. Su voz se escucha en el audio: “¡Dejadme coger los zapatos!”. Lo repite tres veces. Quizá los haya perdido cuando los policías se han abalanzado sobre él. En realidad, es muy consciente del lugar en el que está y de lo que parece que ha sucedido. Y sobre todo de lo que tiene que hacer.

Trump no piensa en esos momentos en ganar las elecciones. Son sólo unos segundos. De inmediato, tiene claro que debe ofrecer un gesto de desafío que sus seguidores interpretarán inmediatamente. Uno que diga: no acabarán conmigo. Los agentes le levantan y le protegen con sus cuerpos, incluso levantando el brazo. Pero Trump forcejea para que se le vea y poder levantar el puño. Ha pasado sólo un minuto y 21 segundos desde los primeros disparos. Recuperados del shock, los asistentes lo ven y gritan: “¡USA! ¡USA!” (iuesei). Trump les grita: “¡Fight!” (luchad). Cuando lo arrastran al coche, se para antes de entrar, se levanta y vuelve a levantar el puño. Intenta girarse, pero los agentes le obligan a entrar en el vehículo. Han pasado poco más de dos minutos y ha tenido tiempo de dejar varias imágenes en la retina de todos. Podría haber acabado muerto, pero no ha sido así. El escenario continúa siendo suyo.

Poco tiempo después del atentado frustrado en Butler, Pennsylvania, cuando aún no se sabe nada sobre la identidad del tirador, los republicanos ya tienen un mensaje por el que apostar. Hay que señalar al enemigo responsable del crimen.

En primer lugar, utilizan la foto de Evan Vucci, de Associated Press, para resaltar el heroísmo de Trump. El senador de Ohio J.D. Vance, del que se habla que podría ser elegido por Trump como candidato a la vicepresidencia, no necesita escribir nada. La imagen basta por sí sola. El gesto desafiante de Trump. La agente en primer plano se va a agachar (se aprecia en otras fotos) para fijarse en las escaleras por las que bajarán del escenario. Trump está erguido con el puño en alto. Detrás, la bandera de EEUU, un complemento simbólico esencial para relacionar al expresidente con toda la nación.

Hay otras fotos en las que le ve más desvalido, como esta de The Washington Post, pero no son esas las que sus partidarios hacen circular por las redes. Se trata de vender la imagen de un héroe, no la de alguien que es llevado en volandas por otros.

Un par de horas después, Vance ya tiene el mensaje que repetirán otros congresistas republicanos. Hacer responsables a los demócratas del intento de asesinato. No es un “incidente aislado”, escribe. La campaña de Biden se basa en describir a Trump “como un fascista autoritario” (¿los hay de otro tipo?) al que hay que parar cueste lo que cueste, afirma para sustentar la última acusación. “Esa retórica es la que ha llevado directamente al intento de asesinato del presidente Trump”.

Rápidamente, se rescatan tuits anteriores de Joe Biden para acusarle de incitar al asesinato. "Los americanos quieren un presidente, no un dictador”, es uno de ellos.

Otros republicanos adictos al lenguaje violento van más lejos. “Esto fue un intento de asesinato instigado por la izquierda radical y los grandes medios de comunicación que han llamado constantemente a Trump una amenaza para la democracia, fascista o algo peor”, afirma Tim Scott, senador de Carolina del Sur.

“Los demócratas querían que esto ocurriera”, dice Marjorie Taylor Greene, congresista de Georgia y ferviente seguidora de las peores teorías de la conspiración. No es difícil encontrar elementos violentos en sus mensajes. En un anuncio de 2022, Taylor Greene apareció con un fusil de francotirador disparando y destruyendo a un coche en el que habían escrito la palabra 'socialismo'.

Al día siguiente, otros dirigentes republicanos piden bajar el tono. “Obviamente, no podemos seguir así como sociedad”, dice el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Mike Johnson. “Tenemos que bajar la temperatura en este país”.

En los años noventa, Trump era un personaje muy conocido en la ciudad de Nueva York por sus inversiones inmobiliarias y su presencia en las páginas sobre celebridades. Un actor relevante del ecosistema mediático de Manhattan, lo que no es poco, pero nada más.

Un programa de televisión de gran éxito lo eleva a categoría de personalidad nacional. 'The Apprentice' es un 'reality' en el que jóvenes aspirantes a empresarios compiten ante un juez único, Donald Trump, que dictamina quién es el ganador, el que sobrevivirá en la jungla del capitalismo. La frase icónica del programa es una suya anunciando a un concursante que está eliminado. “You are fired” (estás despedido). En ese escenario salvaje, sólo él sabe lo que se necesita para llegar a la cumbre.

Las inversiones inmobiliarias han convertido a Trump en millonario, pero su trayectoria empresarial está llena de altibajos. Las suspensiones de pagos, los créditos por miles de millones de dólares imposibles de devolver y las demandas en los tribunales alternan con los éxitos, ejemplificados en la construcción de la Trump Tower.

Pero eso es la realidad, que cuenta con puntos oscuros que hace lo posible por ocultar. Lo que importa es la imagen que se vende por televisión. Ahí es Trump el que simboliza la imagen del amo del universo, el tipo de personaje sobre el que Tom Wolfe había construido la novela 'La hoguera de las vanidades'. Y no hay vanidad más grande que la de Trump, que aspira algún día a ser presidente de EEUU. Los que saben de política se ríen ante esa aspiración.

El programa arranca en 2004 y Trump lo domina como presentador hasta junio de 2015. Ese es su punto de despegue hacia la candidatura republicana y la presidencia de EEUU. Nunca olvidará que la política es un gran escenario en el que hay que proyectar imagen de fuerza y energía. Todo lo demás es secundario.

La violencia verbal ha sido uno de los elementos característicos del discurso de Trump desde que anunció su candidatura. Comenzó llamando “violadores” a los inmigrantes mexicanos que llegaban a EEUU sin papeles. En la campaña de 2016, celebró que los que protestaban en sus mítines fueron desalojados sin contemplaciones. “Sacadlo de aquí”, dijo a sus partidarios en una ocasión. “Intentad no hacerle daño. Pero si se lo hacéis, os defenderé ante el tribunal. No os preocupéis”. También lamentó que ya no se pudiera dar un puñetazo a alguien que protesta. A otros les prometió que les pagaría el abogado si eran denunciados.

Como presidente, se lanzó contra los medios de comunicación a los que calificó de “enemigos del pueblo”, mencionando a algunos en concreto. Para los periodistas que cubren sus mítines, no es insólito recibir insultos y amenazas de los asistentes. Volvió a ocurrir el sábado en Pennyslvania poco después del atentado.

Los asaltantes de extrema derecha que entraron por la fuerza en el Capitolio el 6 de enero de 2021 han recibido todo su apoyo. A los que fueron juzgados y condenados, los ha calificado de “rehenes”. Se considera muy probable que los indulte si consigue volver a la presidencia.

En esta campaña, ha empleado la misma retórica violenta. “Si no soy elegido, va a haber un baño de sangre en todo... eso será lo menos grave. Va a haber un baño de sangre en todo el país”. Había empezado hablando de la industria automovilística, pero todos sabían a qué se refería al final. En el mismo mitin, afirma que los inmigrantes no son personas, sino “animales”. El destino del país está en juego, dice, y hay que impedir a toda costa que el país continúe hundido

Las imágenes preñadas de violencia aparecen sin problemas en los anuncios de su campaña. En uno de ellos, incluyen un fotomontaje de Biden atado de pies y manos en la trasera de una camioneta como si hubiera sido secuestrado. Es la clase de símbolos que él cree que motivan a sus bases. Sus enemigos son también los enemigos del país y acabarán en la cárcel o en un sitio peor.

La polarización extrema de la política norteamericana ha llevado a los demócratas a elevar el tono retórico de sus acusaciones a Trump, al que presentan como una amenaza clara e inminente a la democracia en EEUU. Revistas de larga trayectoria como The New Republic han colocado a Trump en portada con una foto alterada para que salga con un bigote hitleriano y el titular: “Fascismo americano”. Biden ha afirmado con frecuencia que la democracia no sobrevivirá a una nueva victoria de su rival.

Trump abrió la puerta a un debate político marcado por las amenazas y de ahí es difícil salir. La crispación existe también en otros países, pero EEUU tiene un rasgo diferencial. En ninguna otra nación occidental, el 32% de las personas dice ser propietario de un arma (el 38% en el caso de los blancos).

Los magnicidios son esos acontecimientos a los que se suele dar una relevancia extraordinaria. Se cree que tienen la capacidad de cambiar la historia. El asesinato del príncipe heredero del imperio austro-húngaro provocó una cadena de acontecimientos que desembocó en la Primera Guerra Mundial. Obviamente, las razones del conflicto fueron mucho más complejas. Pero al menos se puede aceptar como hipótesis la posibilidad de que la guerra no habría estallado si no se hubiera producido ese asesinato. Son momentos en que la historia da un salto hacia adelante, a veces para hundirse en la tragedia. La violencia es un catalizador de emociones destructivas.

Lo mismo se ha dicho del incendio del Reichstag, utilizado por los nazis para ampliar por la fuerza su control del poder, aunque parece claro que estaban dispuestos a llegar hasta el final y hubieran utilizado cualquier otro pretexto.

Ronald Reagan sufrió un intento de asesinato en marzo de 1981, dos meses después de llegar a la Casa Blanca. Fue tiroteado en la calle por un joven trastornado que tenía una obsesión enfermiza por la actriz Jodie Foster. Su popularidad aumentó en los meses posteriores, aunque no fue un factor relevante en las elecciones que ganó en 1984.

La diferencia con el intento de asesinato de Trump es que este ha ocurrido a cuatro meses de las elecciones, cuando su rival se encuentra en una posición realmente vulnerable, por detrás en las encuestas y presionado por dirigentes de su partido para que se retire y entregue el testigo a un candidato más joven y con más opciones de ganar. Cualquier cosa puede desequilibrar la balanza de forma definitiva.

Con su estilo procaz y vulgar, Trump ha vulnerado multitud de reglas no escritas de la política norteamericana hasta hacerse con el control absoluto del Partido Republicano. Convirtió la foto de su ficha policial –cuando fue detenido antes de uno de los juicios que tiene pendientes– en un reclamo para recaudar decenas de millones de dólares entre sus seguidores. Ocurrió lo mismo cuando fue condenado por un jurado de Nueva York. Lo que prácticamente hubiera acabado con la carrera de otro político, a él lo ha hecho más fuerte.

Nunca ha dejado de prestar atención a las imágenes que lo muestran como un superhéroe, el hombre que salvará a EEUU de la decadencia contra aquellos responsables del hundimiento del país, real o ficticio. Es lo que hizo en el escenario y ahora confía en que contribuya a devolverle a la Casa Blanca.

La imagen de Trump con sangre en la cara y el puño en el aire es la que quiere que los votantes recuerden cuando tengan que depositar su voto. De alguna forma instintiva, lo supo desde el primer momento.