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OPINIÓN | Trump fomenta la violencia contra los periodistas

Enfrentamiento entre Donald Trump y el periodista de CNN, Jim Acosta durante una rueda de prensa en noviembre del año pasado

Amy Goodman / Denis Moynihan

Las estocadas diarias del presidente Donald Trump a la prensa y medios de comunicación son censurables y despreciables. Trump nunca pierde la oportunidad de atacar a periodistas en las ruedas de prensa, en las “ruedas exprés” que brinda en los jardines de la Casa Blanca bajo el rugido de las hélices del helicóptero presidencial y, especialmente, en sus actos de campaña.

La semana pasada, en una convención de tres días para partidarios de Trump celebrada en su resort de golf National Doral, en Miami –donde por cierto Trump pretendía organizar el encuentro del G7 del próximo año con el consecuente beneficio económico personal–, se mostró un vídeo en el que se representa a Trump entrando en una “iglesia de noticias falsas” y matando feligreses cuyas cabezas fueron reemplazadas por logotipos de medios de comunicación o rostros de opositores políticos.

Las informaciones acerca del violento vídeo desataron una ola de indignación, pero ya se ha acabado el tiempo de sorprenderse por la demonización de la prensa que hace Trump. Hace mucho que viene alimentando el odio y alentando la violencia y debe rendir cuentas por ello.

Según el Índice de Libertad de Prensa de Estados Unidos, los periodistas se han enfrentado a más de cien incidentes de violaciones a la libertad de prensa en lo que va de año, tales como arrestos arbitrarios mientras cubrían protestas y la denegación del acceso a centros de detención de inmigrantes o audiencias públicas importantes. Afortunadamente, este año no ha habido muertes de periodistas radicados en Estados Unidos, algo que sí se ha producido en otros países.

El 6 de octubre pasado, poco después de haber mantenido una conversación telefónica con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, Trump hizo un sorprendente anuncio en el que ordenaba a las tropas estadounidenses retirarse del norte de Siria, región controlada por los kurdos. Poco después, Turquía invadió esos territorios. El miércoles pasado, en una conferencia de prensa, Trump se jactó de que ningún soldado estadounidense había resultado herido y opinó que la situación estaba “bien”. “Todo en orden. Nadie fue herido. No hay nadie desaparecido. Está todo muy bien”, dijo.

No obstante, unos días antes, un ataque aéreo turco contra una caravana civil en el norte de Siria mató a 15 personas, entre ellas dos periodistas sirios de origen kurdo, Mohammed Hussein Rasho y Saad Ahmed.

Hace unos días se cumplió el primer aniversario del brutal asesinato del periodista Jamal Khashoggi dentro del consulado de Arabia Saudí en Estambul, presuntamente asesinado por orden del príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salmán. Khashoggi escribía artículos críticos sobre el dictador saudí y fue convocado al consulado para obtener documentos para su boda. Allí, aparentemente, fue torturado, asfixiado hasta la muerte y luego descuartizado por un equipo de una decena de agentes de inteligencia saudíes.

La CIA rastreó las órdenes y llegó hasta Bin Salmán. A pesar de ello, Trump sigue respaldando al príncipe heredero e incluso llegó a vetar las declaraciones de condena del Congreso estadounidense en torno al asesinato de Khashoggi y las restricciones a la venta de armas a Arabia Saudí, lo que también habilita el bombardeo continuo a Yemen por parte del reino.

El periodismo, incluso fuera de las zonas de guerra, sigue siendo una profesión peligrosa. La semana pasada se cumplió el segundo aniversario del asesinato en Malta de la periodista independiente Daphne Caruana Galizia. Galizia venía informando de manera persistente sobre la corrupción en los niveles más altos del Gobierno maltés. Como escribió el Comité para la Protección de los Periodistas en el aniversario de su muerte, el 16 de octubre, “actualmente tres hombres están detenidos en relación con el asesinato. Sin embargo, los responsables, incluidos los autores intelectuales, aún no han sido llevados ante la justicia”.

Un consorcio de organizaciones de prensa ha adoptado un novedoso enfoque para garantizar la continuidad del trabajo de compañeros asesinados o silenciados. Forbidden Stories (Historias Prohibidas) es una red de periodistas que se han comprometido a seguir las investigaciones de sus compañeros. Su página web reza: “Aunque logres detener a un mensajero, decenas más ocuparán su lugar y entregarán el mensaje”. Forbidden Stories coordina el Proyecto Daphne, con 45 periodistas que continúan el trabajo de Galizia e investigan su asesinato, con resultados importantes y continuos.

Green Blood” (Sangre verde) es el proyecto de Forbidden Stories sobre periodistas ambientales asesinados y censurados. Con profundidad y rigor, informaciones sin desperdicio rinden homenaje a estos periodistas y ofrecen un modelo de cómo los periodistas pueden mantenerse unidos ante amenazas graves.

Las primeras informaciones de este proyecto cubrieron tres casos donde se recurrió a la violencia y la intimidación para silenciar la libertad de prensa: el asesinato del periodista indio Jagendra Singh por su trabajo sobre el crimen organizado, relacionado con las poderosas “mafias de la arena” de la India que extraen y venden arena de forma ilegal; la obstrucción de las investigaciones sobre la gran mina de oro altamente contaminante de North Mara en Tanzania; y la resistencia indígena contra una mina de níquel en Guatemala. Allí, el periodista Carlos Choc se ha enfrentado a cargos penales durante más de dos años a raíz de sus informaciones; finalmente tuvo que huir a El Salvador para evitar el arresto. Mientras la investigación judicial se prolonga indefinidamente, Choc tiene prohibido continuar con su cobertura periodística.

La libertad de prensa es vital para una sociedad democrática. Es por eso que está consagrada en la Constitución de Estados Unidos. Con sus constantes agresiones, el presidente Trump fomenta la violencia contra los periodistas. El rechazo y la condena a su actitud y sus palabras deben ser enérgicos, bipartidistas e implacables.

Traducido por Inés Coira.

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