El juicio del impeachment a Donald Trump ya ha comenzado y la defensa del presidente se parece mucho al propio presidente: exagerada, victimista, demagógica, llena de falsedades... y probablemente efectiva. El objetivo ya va más allá de convencer al Senado de que no le declare culpable y le quite el cargo, eso ya está conseguido. Ahora el verdadero jurado son unos 250 millones de estadounidenses con derecho a voto en las elecciones presidenciales del próximo noviembre. Tal vez por eso los escritos y alegatos de sus abogados parecen más una colección de eslóganes que una defensa legal. Estas son sus líneas fundamentales.
Y si lo hice, ¿qué?
El argumento principal de Trump y sus abogados en este juicio político es que ninguno de los “delitos” de los que se le acusa son merecedores de un impeachment. En otras palabras, que incluso si Trump hubiera cometido “abuso de poder” y “obstrucción”, esos delitos no llegan a ser los “graves crímenes y faltas” que prevé la Constitución para echar a un presidente. Es un argumento sencillo para las decenas de senadores republicanos que prefieren debatir en abstracto sobre las normas y límites del impeachment antes que entrar al indiscutible fondo del asunto: que Trump pidió a un gobierno extranjero que investigara a un rival político y 90 minutos después ordenó congelar las ayudas a ese mismo gobierno.
Trump reconoce todo esto y parece encantado con esa defensa al estilo del malvado Coronel Jessup de la película Algunos hombres buenos: “Por supuesto que lo hice, joder”. El problema es que aquí no hay un serio juez militar que te procesa tras ese momento de franqueza, sino que el juez son 100 senadores de los que 53 son de tu partido y tienen bastante claro que no ayuda a su futuro político destituir al líder en año electoral.
Torpedear el proceso
Que Trump parezca reconocer la acusación central del impeachment no significa que no vaya a intentar torpedear el juicio por todas las vías posibles. Y esas vías son muchas porque, como ya hemos dicho, son los republicanos los que tienen mayoría en el Senado y quienes ponen las normas: quién habla y por cuánto tiempo, qué documentos sirven como prueba, a qué nuevos testigos se puede interrogar... El líder republicano en la cámara tiene que mantener un complicado equilibrio entre hacer evidente un teatrillo que acabe en absolución exprés como quiere el presidente y un juicio con apariencia de seriedad que permita a sus senadores más moderados contarle a sus votante que examinaron con cuidado las acusaciones contra Trump. En definitiva: cubrir las apariencias.
Si los republicanos así lo decidieran, el Senado podría poner en muchos aprietos a Trump durante este juicio, pero no parece probable. Lo más normal es que avalen al presidente en su estrategia de poner palos en las ruedas: para estar tan convencido de su propia inocencia, Trump ha impedido declarar a los asesores que podrían confirmar su versión y ha bloqueado la entrega de documentos que servirían para lo mismo. El Senado podría obligar a esas personas hablar, pero solo si así lo decide.
Yo soy una víctima, tú eres una víctima, EEUU lo es
En los últimos años, han sido centenares las veces que Trump se ha declarado víctima de una “caza de brujas”. Sus abogados insisten ahora en esa idea con entusiasmo, acusando a los demócratas de todo tipo de abusos durante la investigación, pero a la vez impidiendo declarar a los altos asesores de la Casa Blanca que podrían dar información de primera mano sobre los manejos del presidente con el gobierno de Ucrania. Podrían exonerarlo, incluso, así que el rechazo a dejarles responder preguntas bajo juramento dice mucho.
En sus alegatos, los abogados de Trump creen que eso no es una “obstrucción” de la investigación como dice la acusación, sino una valiente defensa de la separación de poderes. Su razonamiento es que si se permite al Congreso llamar a declarar a los asesores más cercanos del presidente sobre sus tratos con gobiernos extranjeros, los presidentes del futuro no tendrán el personal de confianza adecuado para dirigir la política exterior.
Además del propio Trump y de EEUU como país, la defensa del presidente ha introducido una tercera víctima: los votantes del presidente. Argumentan que este impeachment es “un intento abierto e ilegal de darle la vuelta al resultado electoral de 2016” y además de influir en las elecciones del próximo noviembre. Se nota aquí un pequeño intento de “que me absuelvan las urnas” al más puro estilo del PP valenciano de los 2000. La primera batalla electoral de la reelección de Trump se está jugando ahora mismo en el Senado.
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