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El Gobierno de Ecuador quita importancia a los cables sobre el TLC en un contexto tenso para Correa

La publicación de cables diplomáticos confidenciales en eldiario.es sobre las negociaciones comerciales entre la UE y Ecuador han provocado reacciones en el Gobierno ecuatoriano y en la diplomacia europea. Los mensajes, que han llegado a eldiario.es a través de filtrala.org, arrojan detalles sobre el debate interno en el ejecutivo de Rafael Correa ante la perspectiva de un tratado de libre comercio con la Unión Europea y, por otro, sobre el uso de las ayudas de cooperación como arma en las negociaciones por parte de la Comisión Europea.

El ex viceministro de Exteriores de Ecuador durante el tiempo que recogen los cables, Kintto Lucas, ha confirmado públicamente la veracidad del contenido de estos cables y ha corroborado que la Unión Europea “quiso imponer” sus condiciones para tener relaciones comerciales con Ecuador basadas en fondos de ayudas al desarrollo. En declaraciones al diario El Universo, Lucas sugiere además que el actual ministro de Comercio, entonces viceministro, utilizó la presión europea a su favor para convencer a los reticentes en el ejecutivo ecuatoriano de que no había otra alternativa que firmar un Tratado de Libre Comercio.

Precisamente el ministro de Comercio, Francisco Rivadeneira, también se ha pronunciado sobre la documentación publicada en eldiario.es, La Marea y Diagonal, medios colaboradores de la herramienta de filtraciones seguras filtrala.org. Rivadeneira ha rebajado la importancia de esta documentación “que lamentablemente se ha filtrado a lo mejor por este tema de los hackeos” y lo ciñe a “una interpretación” de eldiario.es. Peter Schwaiger, jefe de la diplomacia europea en Ecuador, dijo, en un acto público junto al ministro Rivadeneira, que hablar de presiones o amenazas de la UE a Ecuador es “una pura invención”. En los cables, el jefe de Negociaciones para América Latina de la Comisión Europea en 2011, Gaspar Frontini dice que Ecuador “no tiene otra alternativa que firmar el acuerdo” y añade “o quedaría aislado”. El entonces embajador ante la UE en el momento en el que se escriben esos cables, Fernando Yépez Lasso, describe varias conversaciones de cargos europeos como una clara “presión por parte de la Comisión Europea para que Ecuador adhiera el TLC”.

El contexto es de un equilibrio difícil para el Gobierno de Ecuador. El presidente Rafael Correa, una de las voces más respetadas del movimiento progresista latinoamericano, parece decidido a firmar un Tratado de Libre Comercio (TLC) con la UE dando la espalda a uno de los principios políticos que le llevaron al poder en 2007. A falta de la ratificación por la Asamblea Nacional, el texto negociado con los europeos así lo certifica. Y el malestar en la base ideológica del partido va en aumento.

Si su posición frente al aborto le granjeó duras críticas y la decisión de abrir la reserva amazónica del Yasuní abrió heridas que no se han cerrado, el acuerdo con la UE amenaza con resquebrajar el equilibrio entre las dos fuerzas que cohabitan en el Gobierno del Ecuador. Existe el temor de que la línea moderada se haya hecho definitivamente con las riendas del poder con la aquiescencia del presidente. La confusión ha enraizado en las filas de Alianza País pese a que el presidente sigue jurando que no se ha negociado un TLC.

Basta con recorrer las calles de Quito para hacerse una idea de las contradicciones que hoy afectan al proyecto de Revolución Ciudadana. En los últimos cinco meses, las manifestaciones de protesta se han duplicado y la Plaza Grande, bajo la porticada del Palacio presidencial de Carondelet, se ha convertido en el escenario de concentraciones de grupos que hace dos años no hubieran dudado ni un segundo en apoyar a Correa. Por eso, a pesar de los hechos, a muchos les sigue pareciendo difícil de imaginar que la persona que dio un portazo al FMI y al Banco Mundial en la negociación de la deuda externa ecuatoriana sea la misma que ahora está dispuesta a firmar un tratado comercial con Europa similar al que hoy merma a los pequeños empresarios de Colombia y Perú. Justo lo que siempre ha aborrecido el presidente.

La secuencia pormenorizada de los últimos meses es la siguiente. Correa renovó su mandato en 2013 dispuesto a asentar una suerte de humanismo regado con centros tecnológicos al estilo Silicon Valley. El cambio radical requería perfiles técnicos en el Gobierno inexistentes en los movimientos de base del proceso y una maquinaria publicitaria implacable para atenuar los posibles conflictos en una sociedad principalmente rural e indígena con unos modos de organización tradicionales y algunos focos de subdesarrollo. El resultado ha sido el nacimiento de una nueva clase media que con un férreo control del sistema ha encontrado su lugar al sol bajo el gancho arrollador de un presidente que sigue siendo bienamado en buena parte de las izquierdas de América y Europa.

Polémico acuerdo con Goldman Sachs

Gran parte de este éxito se ha construido sobre la transparencia de una gestión pública inigualable en la historia del Ecuador pero que ha comenzado a mostrar dudas y desconciertos. Cierto es que los empresarios ya no controlan el poder como lo hicieron hasta 2007 y que la redistribución de la riqueza es relativamente justa; pero también se negocia un crédito con Goldman Sachs –con la mitad de las reservas de oro como aval– y se suscribe un tratado de libre comercio con la Unión Europea que los reyes del marketing, muchos de ellos con vínculos profesionales en EEUU, han camuflado bajo nombres originales.

Los dos rostros de Ecuador revelan tanta contradicción que hasta el propio Gobierno comienza a revelar síntomas de tensiones. El último capítulo está protagonizado por el ministro de Comercio Exterior, Francisco Rivadeneira, tecnócrata profesional, cuya defensa de los TLC en su época de viceministro de Exteriores provocó la dimisión del entonces vicecanciller, Kinto Lucas, un ideólogo decidido a demoler cualquier vestigio de la desastrosa era neoliberal en el Ecuador.

Enfrente estaba el responsable de la diplomacia ecuatoriana, Ricardo Patiño, la última pieza de peso que los fundadores del partido Alianza País mantienen en el Gobierno. Algunos dicen que sigue en su cargo para no dejar a su amigo Correa solo ante el peligro de los camaleones políticos que tanto abundan por Ecuador, pero lo cierto es que cada vez que el presidente habla de temas como el aborto, Patiño traga quina.

Muchos se sienten decepcionados aunque no ocultan que lo esperaban, en especial la gente que rodea a Patiño. “Rivadeneira es un arribista, un cuadro que se necesitó para negociar con los grandes camaroneros y bananeros pero que había que controlar para que no corrompiera el proceso. Le conocemos bien”, comenta un asesor del ministro de Exteriores.

Tras siete años repletos de avances en derechos sociales y laborales, el ala que algunos denominan “pragmática” –la mayoría de ellos mal vistos en el partido- ha ganado la batalla al ala “progresista” del Gobierno. Saben que ahora tienen tres años por delante, y probablemente alguno más si al final logran convencer a Correa de que promueva la reforma constitucional para ser reelegido. En Quito, hay quien bromea diciendo que quien ocupa la piel de este nuevo presidente no es un lagarto, “sino Vinicio Alvarado”, en referencia al arquitecto de todo este entramado y el hombre más temido del Gobierno.

El secretario nacional de Administración Pública tiene un poder que va más allá del anodino nombre de su cargo. Es el hombre más influyente del Gabinete, al que nadie osa enfrentarse. Tiene una gran relación con la embajadora de EEUU en Quito. Su hermano Fernando controla los resortes del aparato de comunicación pública.

La última ocurrencia de Alvarado ha sido inventarse un nuevo peligro oculto en las sombras de la noche llamado “restauración conservadora” contra quien el ciudadano debe luchar sin desmayo so pena de ver truncada la revolución en marcha. Pero las paradojas se vuelven enseguida sospechosas. Siempre que se abre un debate nacional sobre una decisión controvertida con la base popular que apoya al presidente, la maquinaria del Estado construye un fantasma desestabilizador al que combatir colectivamente. Por ese trance ha pasado desde la prensa a los banqueros. Pero en esta ocasión las críticas llegan desde la izquierda.

“Una puerta abierta a la restauración conservadora”

Hasta la Agencia Bolivariana de Noticias de Venezuela daba cuenta de las aberraciones económicas que puede suponer la firma del acuerdo comercial alcanzado con los europeos para un país que mantiene en el banano, flores y camarón su fuerza exportadora. El propio exvicecanciller Kinto Lucas ha asegurado esta semana en una entrevista radiofónica que lo llamen como lo llamen, “el acuerdo con la UE es un TLC con matices igual que el de Colombia y Perú. Las consecuencias pueden ser muy graves para la economía campesina y las pequeñas y medianas producciones. Es un golpe social y una puerta abierta a la restauración conservadora que el presidente pide combatir”, advirtió.

Quienes confían en la arrolladora palabra de Correa aseguran que está atrapado en tierra de nadie entre el sentimiento y la necesidad, y por mucho que trate de ocultar la verdadera naturaleza de lo acordado con los europeos, “el tiempo corre en su contra”.

Tampoco le caben dudas sobre quién ha ganado en esta batalla negociadora con la UE a Diego Borja, exministro Coordinador de Política Económica en 2008: “La economía política de este TLC pone en evidencia que los sectores ganadores están en vía opuesta a la transformación productiva, la democracia y la equidad. De firmarse (el TLC con la UE), una vez más, se condena al Ecuador a especializarse en productos primarios, con muy poco valor agregado, generando una presión que conspira claramente contra el cambio de matriz productiva, en el sentido señalado por el presidente: hacia una economía con mayor contenido de conocimiento e innovación.

Pocos olvidan que la revolución tecnológica puesta en marcha en Ecuador necesita de millonarias inversiones europeas. “Y Correa quiere facilitar las cosas”, explica un experto en comercio exterior ecuatoriano. La última palabra la tiene la Asamblea Nacional que este mismo mes votará el acuerdo. Las consecuencias de no hacerlo pueden ser imprevisibles con el precedente del debate del aborto tras el cual Correa llegó a amenazar con la dimisión si se aprobaba y con la sanción a las diputadas que plantearon su despenalización.

Es el estilo que siempre ha acompañado al presidente. Aceptar un TLC mientras acude a la clausura del Encuentro Latinoamericano Progresista junto a lo más granado de la izquierda latinoamericana. Mezclar lenguajes en función de su interlocutor sólo está al alcance de los más dotados y arrolladores. Correa es así. Y en su Gobierno hay un sector dominante al que ha permitido mostrar el absoluto atrevimiento de sus ambiciones.