“En las últimas décadas el desplazamiento residencial debido al desarrollo urbano, la extracción de valor del capital inmobiliario y la construcción ha alcanzado una escala que rivaliza con el desplazamiento de la población provocado por catástrofes naturales y conflictos armados”. Son palabras de David Madden y Peter Marcuse en su libro En defensa de la vivienda (Capitán Swing, 2018), que muestra el alarmante panorama de especulación inmobiliaria que se vive en todo el mundo.
Hay problemas y causas comunes pero no en todas partes afecta la crisis de la misma manera. Por muchas y diversas razones, los países del sur de Europa reúnen las condiciones perfectas para atraer más voracidad de los mercados y sufrir más, por eso, la desigualdad consecuente. Y de entre todos ellos, Portugal es quizá el más significativo.
Un área de poco más de tres hectáreas alrededor de la calle Remedios, en el barrio Alfama de Lisboa, sirve para retratar la situación. Un estudio del Instituto de Geografía y Ordenación del Territorio de la Universidad de Lisboa, comandado por los investigadores Ana Gago y Agustín Cocola-Gant, ha seguido la evolución del mercado inmobiliario y del tejido social de esa zona durante dos años, de 2015 a 2017. En ese periodo se compran 150 viviendas, pero sólo una es dedicada a tal cosa. Las demás, o se ponen en el mercado turístico o quedan vacías. En esos dos años, 27 familias son desahuciadas; de esas 27 viviendas, 18 se dedican a alojamiento turístico y el resto están desocupadas.
Lisboa, según la agencia de calificación Moody’s, es la ciudad europea con el índice más alto de viviendas de uso turístico por habitante (33 por cada mil), por delante de París (24) y Ámsterdam (19). En este estudio, realizado por el servicio para inversores de la empresa en diez grandes urbes europeas, se dice también que los precios de la vivienda en Lisboa han subido más de un 50% cuando los salarios sólo lo han hecho un 10%. Pero la emergencia habitacional provocada por la especulación inmobiliaria no es un asunto exclusivo de la capital. Los precios en el centro de Oporto han subido un 88% en los últimos cinco años. En ese periodo, más de mil personas de esa zona han sido desahuciadas.
Mientras sus habitantes se ven desplazados, sufren alienación residencial y pierden poder adquisitivo, las dos ciudades más importantes del país compiten por lucir su brillo internacional. En 2017, una fue la World’s Leading City Break Destination y la otra, la Best European Destination. Ambas presumen de barrios históricos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Las dos tienen aeropuertos internacionales cuyo tráfico crece cada año más del 15% y nuevas terminales de cruceros diseñadas para soportar un altísimo incremento de pasajeros.
Como en muchos otros territorios, desde Grecia hasta Islandia, la crisis financiera de 2008 es el resorte que rinde el país al turismo y a la inversión internacional. La estrategia, muy basada en el evento como reclamo y como excusa para proyectar infraestructuras y regeneraciones urbanas, venía de antes —la Capitalidad Europea de la Cultura de 1994 y la Expo de 1998 en Lisboa, la Eurocopa de fútbol en 2004 y la proliferación de festivales musicales en todo el territorio—, pero es con esa crisis que iba a suponer el fin del capitalismo como el mercado se introduce definitivamente para quedarse con el suelo. Porque se le abre las puertas de par en par.
De la rehabilitación a la segunda residencia
Como cuentan los mismos Ana Gago y Agustín Cocola-Gant junto a Daniel Malet Calvo en Turismo, negocio inmobiliario y movimientos de resistencia en Lisboa, el capítulo dedicado a la capital lusa del libro Ciudad de vacaciones (Po·Len, 2019), en 2009 se aprueba el Regime Jurídico de Reabilitação Urbana y el Regime Fiscal para Residentes Não Habituais: uno abre el mercado de la rehabilitación a los inversores internacionales y el otro es un programa de exenciones fiscales a europeos comunitarios que elijan Portugal como segunda residencia —“más de 30.000 franceses han comprado casa” en el país desde entonces, señalan los autores—.
En 2012 se aprueba una nueva ley de arrendamientos urbanos que acaba con las rentas antiguas, elimina el tiempo mínimo del contrato (antes era cinco años) y facilita enormemente los desahucios. En 2012, también, Lisboa aprueba la Estrategia de Reabilitação Urbana 2011-2024 y el programa Reabilita primeiro, paga depois, que incentivan la rehabilitación y ponen en manos de inversores, muchas veces extranjeros, centenares de edificios abandonados de propiedad pública, buena parte de los cuales han acabado en el mercado turístico.
En 2013 se aprueba el programa Golden Visa Portugal que, como en España, otorga visados y exenciones fiscales a ciudadanos extracomunitarios por, entre otras cosas, comprar inmuebles por medio millón de euros. Desde julio de 2017, basta con inscribir cualquier vivienda en el registro nacional de alojamientos locales, como se llama el alojamiento turístico, para legalizarla; una norma que provoca sólo en ese año casi 20.000 registros y que es constantemente elogiada por Arnaldo Muñoz, director general para España y Portugal de Airbnb.
Lisboa y Oporto, Portugal en general, son un imán para todo tipo de visitantes, turistas, estudiantes, residentes temporales y ricos y famosos de todo el mundo. Madonna, Michael Fassbender, Monica Bellucci, Scarlett Johansson, Phillippe Starck y otros han seguido a John Malkovich, pionero en invertir en Lisboa, y son todos propietarios de mansiones en la capital. Una ciudad en la que de 2015 a 2016 se venden 4.500 inmuebles del centro histórico a inversores internacionales. Una ciudad en la que el precio medio de una vivienda de una habitación está en 880 euros y el salario medio, en 907. Una ciudad y un país que son un festín para los inversores internacionales precisamente por condiciones económicas como ésta.
Portugal siempre ha sido un lugar con gran calidad de vida, un coste de ésta bastante bajo comparado con otros de Europa y diversidad de reclamos para los visitantes. Eso hace de él un caramelo para la autoproclamada industria de la hospitalidad en sus diversos formatos, de la playa a la ciudad, del hotel a la vivienda turística, de la cultura al ocio.
También resulta, por eso mismo, atractivo para esa nueva especie de habitantes del mundo que se mueve de ciudad en ciudad y de playa en playa trabajando gracias a la conexión permanente. Además, su mercado de vivienda está lleno de inmuebles de muchísimo valor patrimonial, muchos en mal estado pero aún recuperables, y con unos precios bajísimos, para los patrones internacionales, que ofrecen promesas de rentabilidad gigantes. Tanta, que se pueden dejar vacíos a la espera del maná.
Preocupación, pero no tanta
El gobierno liderado por Antonio Costa, que fue también alcalde de Lisboa, ya ha mostrado preocupación por el tema: ha modificado la ley arrendamientos urbanos limitando alguna de las facilidades de desahucio, ha cortado un poco pero no mucho el grifo de la ley de alojamientos turísticos, ha ofrecido viviendas para personas empobrecidas y ha prometido otras reformas del mercado inmobiliario como incentivos y subsidios.
Es decir, ha mostrado una preocupación testimonial que no parece destinada a frenar la entrada de capitales globales capaces de vaciar un país. Además, sigue apostando por el turismo como la mejor vía de desarrollo. Según World Travel & Tourism Council (WTTC), el sector aporta 33.500 millones de euros a la economía, el 17,3% del PIB. Lo cual suena a mucho dinero y mucho porcentaje, pero la realidad demuestra que la gente no vive mejor.
El libro Desigualdades Sociais, Portugal e a Europa, que engloba estudios de investigadores del Centro de Investigação e Estudos de Sociologia (CIES-UNL), explica que Portugal sigue siendo uno de los países más desiguales de la UE, con datos de empleo al alza pero cada vez más trabajos temporales, estacionales y precarios, aumento de la pobreza laboral y otras señales evidentes de que el modelo de crecimiento que se está fomentando no conlleva desarrollo sino todo lo contrario.
Por supuesto, y como en el resto del mundo, todo está provocando una creciente contestación por parte de la población, desde investigadores y académicos hasta estudiantes, pasando por periodistas y movimientos sociales. Hay pintadas, manifestaciones, atracciones turísticas guerrilleras, estudios, presiones, denuncias... Hay una sensación de absoluto abandono por parte de los poderes políticos y económicos para los que las ciudades, el país, solo son productos de los que extraer valor y las personas no existen más que para votar y consumir.
Como expone el documental Terremotourism, el colectivo Left Hand Rotation, el impacto de de estos procesos es comparable al del terremoto de 1755 que arrasó Lisboa. Lo mismo está pasando ahora mismo allí y en Oporto, en Portugal, solo que el desastre, esta vez, no tiene causas naturales.