Philippe Moureaux fue el alcalde socialista del paupérrimo distrito bruselense de Molenbeek durante 20 años (1992-2012) antes de ser desalojado por una extraña coalición de conservadores, cristiano-humanistas y ecologistas. Un barrio de 100.000 habitantes por el que ha pasado lo más granado del yihadismo europeo, como la mayoría de los perpetradores de la salvaje masacre de París el viernes 13 de noviembre.
Pero también es un lugar de paso, como prueba la estancia del franco-argelino Mehdi Nemmouche, autor de la matanza en el Museo Judío de Bruselas en mayo de 2014, o la relación con este barrio de los terroristas del 11-M. Moureaux, con una forma de entender la política que podría denominarse como muy ‘belga’, defiende la creación de espacios de integración, la no intromisión en ciertos aspectos de la vida privada de las personas para garantizar la democracia. Su mujer es musulmana y él agnóstico.
La entrevista se realiza un día antes de que su casa fuera rodeada por un grupúsculo de extrema derecha con pintadas acusándolo de “cómplice”.
Se le ha escuchado estos días en algún medio admitir su responsabilidad por lo que ocurre en Molenbeek.
Sí, lo que dije es que hay una responsabilidad general, por la que me siento aludido, con relación a los jóvenes que el ISIS recluta. Pero es que además he constatado que ni el modelo anglosajón de comunitarismo ha conseguido evitar que parte de la juventud se mezcle en este tipo de actos, y en el recuerdo están los atentados de Londres, ni tampoco Francia con una política muy distinta de asimilación laica.
¿En las barriadas de Bruselas hay una mezcla de ambas?
Sí. Yo por ejemplo emprendí una política a caballo entre ambas. Ni asimilación ni comunitarismo, sino derecho a la diferencia, etcétera. Así que lo que he constatado es que cualquiera que sea la política de integración desarrollada, una parte de esta juventud es potencialmente reclutable por movimientos extremistas.
¿Cómo fue la integración durante su largo mandato como alcalde?
Siempre fue muy difícil, lo que es comprensible en la medida en que muchos habitantes de Molenbeek vienen de muchas partes. Intenté fomentar esta integración creando una estructura llamada La Casa De Las Culturas. Y ese de las es muy importante. Tenía la esperanza que con la cultura evitáramos este tipo de tragedias. No ha funcionado del todo, pero sigo pensando que es el camino a seguir.
¿No le gusta cómo Francia gestiona sus banlieues?
No creo que haya traído resultados favorables, y ahí están los hechos. Contrariamente a lo que nos cuentan, si cogemos el Departamento de Seine-Saint Denis [donde la semana pasada se produjo una vasta operación antiterrorista, con tres muertos del lado de los que perpetraron la masacre del viernes 13] vemos que esa supuesta asimilación no se produce por ninguna parte. Yo creo que hay que dejar espacio a las diferencias, un espacio democrático.
¿Por qué su sucesora [la alcaldesa de centro derecha de Molenbeek Françoise Schepmans] se ha lanzado a criticar su legado?
Sí, me ha convertido en su escudo. Es alcaldesa desde hace tres años. Y creo que en los últimos meses hay efectivamente una concentración de casos en Molenbeek. La realidad es que si usted se fija bien en los pasos dados por esta gente convertida al extremismo, es algo que va mucho más allá de Molenbeek aunque solo se hable ahora de Molenbeek.
También le acusa de clientelismo.
Es una acusación que me persigue desde hace mucho tiempo y que es completamente falsa. Jamás he practicado el clientelismo. Se ha hablado de clientelismo, y lo que he sido es un alcalde cercano. Una vez a la semana teníamos las puertas abiertas para todos los que quisieran entrar. Mi política de integración tuvo efectos perversos entre la militancia local, con cuantiosas bajas. ¿Sabía usted que ella fue adjunta mía durante varios mandatos?
Se ha criticado mucho a las autoridades belgas. ¿La complejidad del país dificulta las cosas?
Creo que en ciertos momentos los problemas de seguridad bien pudieron no ser valorados en su justa medida. Yo siempre peleé para que las autoridades que me competen, la policía local, tuvieran suficientes recursos.
Molenbeek ha enviado a más vecinos que nadie a combatir con el Estado Islámico. Probablemente una cuarentena.
Ahí hay que decir que no nos dimos cuenta, de manera general. Cuando yo era alcalde, fuimos laxos con el viaje que hacían nuestros ciudadanos a Siria. Se decía: ‘serán útiles contra Bachar Al Asad’. La política internacional, no solo la belga sino también la europea o estadounidense, ha estado muy mal gestionada. Eso no es específico de Molenbeek, solo que en este barrio hay una gran concentración de musulmanes.
¿Cree que el estado de alerta máxima puede empeorar las cosas?
Bueno, yo creo que no. Creo que puntualmente puede ser necesario a corto plazo. Eso sí, espero que sea efímero o los que sufrirán serán la democracia y los derechos humanos.