La decisión de la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, de no invitar a su toma de posesión al rey de España, Felipe VI, que en su día ni siquiera contestó la carta oficial del Gobierno de México solicitándole abrir un diálogo sobre una eventual petición de perdón por las masacres de la “conquista española” de América, ha provocado enorme malestar en España hasta el punto de desdibujar las férreas trincheras que condicionan el día a día político: el Gobierno de coalición de izquierdas también se ha sumado a la indignación monárquica y de las derechas hasta el punto de no enviar a ningún representante oficial a la toma de posesión de este martes, en solidaridad con el rey, aunque sí estará presente, entre otros, Gerardo Pisarello, diputado de los comunes –integrado en el espacio de Sumar, liderado por la vicepresidenta Yolanda Díaz– y secretario de la Mesa del Congreso, invitado a título particular.
Los aspavientos contra Sheinbaum se basan en parte en la acusación de que la nueva presidenta exhibe una supuesta actitud antiespañola, en la estela de su antecesor y mentor, Andrés Manuel López Obrador. Pero se trata de una enorme paradoja: Sheinbaum no sólo se convertirá en la primera mujer presidenta de México, sino que es difícil encontrar un perfil en la presidencia mexicana con más vínculos personales y políticos con España. Eso sí, forjados en una tradición muy alejada de los palacios de los Borbones: la España republicana, que precisamente encontró en México su gran refugio tras la catástrofe de la guerra civil gracias a la determinación del entonces presidente mexicano, Lázaro Cárdenas.
Nadie acogió tantos exiliados republicanos como México, país que en 1945 amparó, además, la constitución del Gobierno republicano en el exilio y lo apoyó hasta el final: fue el primero en reconocerlo y el último en abandonarlo, negándose a legitimar jamás la España de Franco -la que restituyó a los Borbones en 1969, con el juramento de Juan Carlos como “sucesor a título de rey”- y manteniendo el vínculo con el simbólico Ejecutivo republicano en el exilio hasta su autodisolución, en 1977, tras las primeras elecciones democráticas.
El imaginario de México como último bastión de los republicanos españoles impregnó siempre mucho a la izquierda mexicana, en la que militaban con entusiasmo los padres de Claudia Sheinbaum, sobre todo en los movimientos de docentes universitarios y las plataformas que surgieron inspiradas en el Mayo del 68 francés, las más alejadas de los oropeles del poder y del esclerotizado Partido Revolucionario Institucional.
Como le explicó al periodista Arturo Cano, autor de Claudia Sheinbaum: presidenta (Grijalbo, 2023), la conciencia izquierdista de la nueva presidenta arrancó desde niña en el propio hogar familiar: “En mi casa se hablaba de política en el desayuno, en la comida y en la cena”. También en vacaciones y en los momentos de ocio, y siempre con resonancias de la República española: en los viajes en coche, la familia cantaba a coro las canciones de la Guerra Civil española, que habían traído los exiliados, como ella misma explicó en una entrevista en elDiario.es.
Maestros republicanos y anarquistas
Con estos mimbres no es nada raro que los padres de Sheinbaum la inscribieran en la escuela Bartolomé Cossío, fundada precisamente por dos maestros republicanos españoles de ideas anarquistas, exiliados finalmente a México tras un largo y penoso periplo como consecuencia de la victoria franquista en la guerra civil: Patricio Redondo y José de Tapia. El primero había nacido en Cubillo de Úceda (Guadalajara) en 1886 y el segundo en Córdoba, en 1896, pero ambos se habían encontrado en Cataluña en la década de 1930, implicados a fondo en las experiencias de renovación pedagógica de inspiración libertaria que florecieron durante la II República alrededor de los grupos Batec (latido, en catalán), La Cooperativa Española de la Técnica Freinet y la revista Cooperación, entre otros.
El régimen franquista, que restituyó en España modelos educativos reaccionarios, memorísticos y de exaltación patriótica nacional-católica, quiso extirpar por completo estas experiencias educativas tan progresistas, que aspiraban sobre todo a potenciar el desarrollo de los alumnos como seres humanos y su espíritu crítico y participativo. Y en buena medida lo consiguió: muy poca gente -salvo los especialistas- conoce hoy en España estas experiencias de vanguardia pedagógica, que fueron pioneras en los años de la II República: por algo fue “la República de los maestros”.
Entre éstas, destacaba el método Freinet, creado por el pedagogo francés Célestin Freinet (1896-1966), impulsado entre otros por Redondo y Tapia, entusiastas de un modelo que ponía en primer término “la autogestión, la cooperación y la solidaridad entre el alumnado”.
Sin embargo, esta tradición republicana que Franco quiso extirpar no solo logró sobrevivir gracias a la acogida de México sino que influyó decisivamente, en sus primeros años de formación, nada menos que a la que va a ser proclamada presidenta del país, alumna de la escuela Bartolomé Cossío de Redondo y Tapia, que siguió con el método Freinet y su filosofía antiautoritaria, en las antípodas de los colegios donde suele formarse la clase dominante: “Mi escuela consideraba a los niñas y niños como sujetos con el destino de jugar y aprender a ser democráticos. Me eduqué con asambleas generales en las que se elegían presidentes y secretarios en los cursos y había un mural donde cada viernes poníamos: ‘Yo critico’, ‘Yo felicito’, ‘Me gustaría”, explicó Sheinbaum a ElDiario.es.
Familia española (del exilio)
La conciencia republicana en la identidad política de Sheinbaum aportada por exiliados españoles se solidificó aún más con su primer matrimonio, con el exdirigente del Partido de la Revolución Democrática (PRD) Carlos Imaz Gispert, a quien conoció en 1989 durante una huelga en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Imaz es hijo de sendas familias de militancia republicana que llegaron a México tras la guerra civil huyendo de la represión franquista: de Donosti por parte de padre y de Barcelona por parte materna.
Los hijos de Sheinbaum -Rodrigo Imaz Alarcón, fruto de un primer matrimonio de su padre, y Mariana Imaz Sheinbaum- no limitaron sus raíces españolas a una cuestión puramente sentimental: ahora son también españoles de pleno derecho, puesto que ambos adquirieron la nacionalidad gracias a la Ley de Memoria Histórica promovida por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Además, la hija de Sheinbaum estudió un máster de Literatura comparada en la Universidad de Barcelona (UB), ciudad a la que también recurrió la propia política para prepararse mejor ante el gran reto de dirigir Ciudad de México, megalópolis de nueve millones de habitantes, en 2018. Tras ganar las elecciones municipales, y antes de tomar posesión como jefa de gobierno (alcaldesa, en el argot mexicano), voló a Barcelona, acogida por el Gobierno municipal de Ada Colau, para conocer desde dentro cómo funcionaba la maquinaria municipal y aprender de las experiencias más innovadoras que entonces se estaban poniendo en marcha, especialmente en temas de género y de participación ciudadana en los barrios.
Aprendizaje en Barcelona
Su mentor en aquel stage, que duró una semana, fue Gerardo Pisarello, entonces teniente de alcalde, y ahí arrancó la amistad que luego prosiguió con varias visitas de este a México -incluido en actos de la campaña electoral de las últimas presidenciales, a la que también se sumó Colau– y que explican ahora la invitación personal para la toma de posesión, en la que Pisarello estará presente pese a las tensiones institucionales. “Me impresionó el afán por aprender y la austeridad extrema que exhibió, coherente con las propuestas de austeridad republicana de su formación política [Morena]”, rememora Pisarello.
El matrimonio de Imaz y Sheinbaum se separó amistosamente en 2016 y la nueva pareja de la presidenta mexicana, Jesús María Tarriba, con quien se casó el año pasado, tiene también muchos vínculos con España, aunque en este caso fuera de la tradición republicana: doctor en Física por la UNAM –donde conoció a Sheinbaum cuando ambos eran estudiantes–, fue directivo en Madrid del Banco Santander durante 16 años como analista y jefe de modelos de riesgo. Su hija, fruto de su primer matrimonio, reside actualmente en la capital de España.
La etiqueta de “antiespañola” está, pues, en las antípodas de Sheinbaum, salvo si se recupera la lógica de la Anti-España que utilizaba Franco: la nueva presidenta de México se formó con maestros españoles, se casó con un hombre procedente de una familia de exiliados españoles, y luego, en segundas nupcias, con un hombre que hizo casi toda su carrera profesional en España. Sus hijos tienen la doble nacionalidad, mexicana y española. Y hasta ella misma podría tener también la nacionalidad española si se hubiera acogido al decreto ley aprobado por España en 2015 para otorgar la nacionalidad a los sefardíes, los descendientes de los judíos españoles expulsados en 1492 como resarcimiento cinco siglos después.
El segundo apellido de Sheinbaum es Pardo y tiene sus raíces en una familia de sefardíes de Bulgaria que llegaron a México huyendo de los inacabables pogromos en Europa.
En su día, Claudia Sheinbaum Pardo no removió papeles para ser española, pero la iniciativa, loada por todos los partidos, fue la constatación de que 500 años no son nada cuando se trata de restituir una injusticia.
O al menos, de hablarlo.
O, como mínimo, de contestar con cortesía a las misivas enviadas por la presidencia de un país que ya supera a España en PIB y que tanto hizo para acoger y mantener viva la llama de una gran tradición española, aunque no sea la preferida ni del rey ni del establishment: la republicana.