París, ocho de la mañana. Las estrechas aceras de la Rue de Chabrol, ubicada en el distrito número diez, se llenan poco a poco de padres y niños que vuelven al colegio. Para la mayoría, se trata de ‘la rentrée’, la vuelta al cole, más atípica que jamás hayan vivido. Si no fuera por las mascarillas—obligatorias para profesores y alumnos mayores de 11 años, y también en las calles de París desde el pasado viernes—, parece que nada haya cambiado: saludos efusivos, abrazos de reencuentro y la emoción del primer día abundan en la puerta del Colegio Bousset Notre-Dame.
“Tengo ganas de ver a mis amigos” dice Gabriel, de siete años, acompañado de sus padres que cuentan cómo la enseñanza en casa ha sido un tremendo desafío. “Lo hacíamos por turnos, nos apañábamos, pero ha sido agotador y necesitamos centrarnos en nuestro trabajo. Esperamos que todo vaya bien y que la escuela pueda seguir abierta”.
Virginie, madre soltera, espera su turno para despedirse de Madelaine, intentando respetar las líneas blancas marcadas en el suelo para mantener un cierto orden. “Durante el confinamiento hemos tenido contacto a diario con los profesores y hemos seguido las clases online con mucho rigor”, explica, no del todo satisfecha. “Por muy buena que sea la educación a distancia, Madelaine tiene cuatro años. Ahora más que nunca necesita el contacto con otros niños, divertirse y aprender fuera de casa”.
En Francia, más de 12 millones de niños y niñas vuelven al colegio después de tres meses de vacaciones y otros tres meses de curso interrumpidos por la pandemia. Guarderías, escuelas e institutos deberán seguir un protocolo sanitario en el que la distancia social no es obligatoria, pero sí recomendable: turnos en el comedor y en el recreo, a ser posible. El lavado de manos, la ventilación de las clases y la higiene de los centros es indispensable. Los niños podrán quitarse la mascarilla para comer y en clase de educación física y podrán, también, compartir juguetes y material con sus compañeros.
“¡Ay, la mascarilla…!”, añade Virginie, quien asegura no estar del todo tranquila. “Es una mezcla de miedo y de estrés… Y mucha incertidumbre. No quiero pensar en posibles rebrotes, me digo a mí misma que todo irá bien y ya me preocuparé si se da el caso”. Y es que la mayoría de padres son conscientes de que las escuelas pueden volver a cerrar en cualquier momento, en caso de rebrote. El protocolo, además, les obliga a tomar la temperatura a sus hijos cada mañana y no llevarlos al colegio si superan los 38 grados de fiebre. La mayoría de padres coinciden con Virginie: “el gran dilema vendrá cuando empiecen las épocas de gripes y catarros”.
Es una de las muchas dudas alrededor del protocolo, que también ha acarreado polémicas: los profesores se preguntan cómo dar clase con la boca cubierta y las familias se inquietan por cuánto cuestan las mascarillas, el nivel de recursos para garantizar la distancia en las escuelas o quién se hará cargo de los niños si la situación empeora.
Varios sectores llevan semanas exigiendo al gobierno francés que subvencione mascarillas para las familias. “Nos sería de gran ayuda”, comenta Mamadou, padre de tres niñas. “Para nosotros supone un gasto enorme a fin de mes”. Según una estimación, una familia compuesta por cuatro miembros puede llegar a gastarse unos 300 euros al mes en mascarillas. Cada vez son más los sindicatos y políticos en la oposición que piden “mascarillas para todos” y algunos ayuntamientos, como el de París, se han comprometido a suministrar una mascarilla de tela lavable al mes para cada estudiante.