Sería hasta cómico si no fuera tan hipócrita y trágico. En un teatral gesto de aparente buena voluntad y humanidad, Joe Biden ha decidido enviar algunas raciones de comida a los gazatíes. Y lo ha hecho, en combinación con Jordania (y hasta con España, que –respondiendo a la petición de colaboración del reino hachemí– ha decidido aportar 110 paracaídas, como si las fuerzas armadas estadounidenses estuvieran faltas de ellos), enviando tres aviones de carga C-130, encargados de lanzar 38.000 raciones de comida a lo largo de la costa mediterránea de la Franja.
La decisión estadounidense no resiste ningún mínimo análisis racional, empezando por el simple cálculo de lo que puede significar esa exigua cantidad de comida para atender las necesidades de los 2,3 millones de hambrientos gazatíes encerrados en la Franja. Desde la perspectiva de la ayuda humanitaria, hace ya mucho tiempo que la experiencia enseña que esta modalidad de ayuda, lanzar comida desde el aire, no solo es la menos efectiva de todas, sino que frecuentemente acarrea efectos contrarios a los inicialmente buscados.
Para empezar, está sujeta a imponderables meteorológicos que pueden desembocar en que los paquetes lanzados caigan en lugares inaccesibles o distintos a los pretendidos (en el mar o en zonas minadas, por ejemplo), con lo que únicamente se consigue que el esfuerzo acabe siendo baldío. Además, ante la extrema carencia de alimentos en toda la Franja, puede provocar desórdenes incluso violentos entre las personas que pugnen por hacerse con esas raciones, aumentando el riesgo físico para quienes se atrevan a moverse en un escenario tan explosivo como el que se da en Gaza, teniendo en cuenta que las fuerzas israelíes ya han demostrado sobradamente su falta de compromiso con las normas más básicas de la guerra, atacando a civiles indefensos (y desesperados) sin apenas disimulo alguno. Y, por supuesto, deja sin opción a los más necesitados que, por incapacidad física o por simple debilidad, no están en condiciones ni siquiera de llegar hasta el lugar en el que hayan caído esas contadísimas viandas.
En términos políticos, llegar hasta este punto demuestra abiertamente la aceptación de Joe Biden y su administración del empleo del hambre por parte del gobierno de Benjamin Netanyahu como arma de guerra, en clara violación del derecho internacional humanitario. Muestra, además, la impotencia de Washington para forzar a Tel Aviv a permitir la entrada regular de ayuda humanitaria en la Franja, como si no tuviera ninguna palanca para lograr que cumpla con algo tan elemental.
Falta de voluntad política
Como mínimo, si tuviera voluntad política y coherencia con los principios que dice defender en su política exterior, Biden cuenta con dos vías para lograrlo. La primera es la económica, contando con que Washington otorga cada año en torno a los 4.000 millones de dólares a su principal aliado en Oriente Próximo y que actualmente está en proceso de aprobar un nuevo paquete de unos 16.000 millones de dólares para aliviar la carga que le supone a Tel Aviv el aventurerismo bélico en el que está sumido desde octubre pasado. La segunda es la militar, dado que, a pesar del innegable potencial de sus fuerzas armadas, Israel está recibiendo material de defensa por parte de EEUU, incluyendo proyectiles para las unidades que están masacrando a los gazatíes; lo que, de facto, convierte a Estados Unidos en cómplice de un potencial genocida.
Es evidente que, si Biden lo deseara, Washington podría lograr que Tel Aviv actuara de un modo más acorde con sus obligaciones como potencia ocupante y con su supuesta condición de Estado de derecho, permitiendo no solo la entrada de ayuda por vía terrestre, por Rafah y Kerem Shalom, sino también por vía marítima.
De paso también queda clara la desconsideración de Israel al dictamen provisional de la Corte Internacional de Justicia, que hace un mes instaba a Israel a permitir que la ayuda humanitaria llegara a todos los rincones de Gaza en cantidad suficiente. Por el contrario, tanto las fuerzas israelíes como grupos de exaltados colonos desplazados a los potenciales puntos de entrada desde Egipto se están encargando deliberadamente de impedir que toda la ayuda acumulada en centenares de camiones pueda llegar a manos de una población que, en términos reales, ha quedado abandonada por la comunidad internacional, a expensas de lo que decida el gobierno supremacista liderado por Netanyahu.
En definitiva, un insultante sarcasmo en toda regla que solo puede engañar a quienes desean engañarse a sí mismos. El homeopático maná estadounidense no puede ser considerado realmente como ayuda humanitaria. Desnudo de cualquier ampuloso discurso con intenciones exculpatorias es, únicamente, un baldío intento de lavar la cara de los responsables, por acción y por omisión, de tantas vergüenzas como las que se van acumulando desde que Israel decidió lanzar su operación de castigo.