La controversia en torno a los juegos violentos/bélicos y el hecho de cómo pueden llegar a afectar a los niños no cesa nunca. Y es que pese a que se trata de productos no recomendados para menores de 16 o 18 años, al final los padres acaban por ceder saltándose a la torera la clasificación PEGI a bien de que el mocoso no dé la chapa, y si por el contrario se mantienen firmes, la criaturita sabrá cómo apañárselas para jugar en casa de un amigo más persuasivo.
Ante esta tesitura, ¿qué se puede hacer si no queremos que nuestro vástago se lie a tiros virtuales en juegos que cada vez buscan un mayor realismo? El periodista y profesor de universidad sueco Carl-Magnus Helgegren tiene la respuesta, aunque puede no gustar a todos.
El caso es que Helgegren tiene dos hijos de diez años, Leo y Frank, quienes se encapricharon con Call of Duty: Ghosts, la hasta ahora última entrega de la franquicia bélica más famosa de todos los tiempos, a fuerza de oír hablar de él a sus amigos en el colegio. De hecho Helgegren sabía que ambos se escapaban en cuanto podían a jugar a casa de sus amigos, al igual que se pasaban horas viendo tutoriales de diversos youtubers comentando sus hitos en el título de acción de Activision, con sonados vítores al realizar un headshot.
Finalmente Leo y Frank acabaron por suplicar a su padre que les comprase el juego, a lo que Helgegren contestó con una contraoferta realmente diferente y radical: llevarles a una zona donde se respira clima bélico; los Altos del Golán, territorio en disputa entre Israel, Líbano y Siria. La idea era pasar un tiempo en la zona para que ambos niños conozcan la guerra preguntando de primera mano a aquellos que la han vivido en sus propias carnes. Si al volver seguían queriendo jugar a Call of Duty, Helgegren lo compraría encantado.
¿No se trata de una medida demasiado exagerada? Esto mismo es lo que se le pasaba por la cabeza a Helgegren, quien además se tanteó a sí mismo como un hipócrita al reconocer que en su época le dio bastante duro a títulos como Doom o Wolfenstein. La diferencia es que con los gráficos a 256 colores al mirar alrededor nada era real, y dichos juegos no trataban de plasmar con fidelidad conflictos y entornos reales sucedidos hacía poco tiempo, mientras que ahora el fotorealismo llega a ser extremo.
Helgegren comenzó entonces a informarse sobre estos juegos, descubriendo que cuando un estudio o editora quiere contar con armas reales en sus títulos bélicos debe pagar una pequeña cuota al fabricante. Si tenemos en cuenta que títulos como Call of Duty: Black Ops 2 pueden llegar a generar mil millones de dólares en apenas un par de semanas, es lógico pensar que al final un buen pellizco va a parar a dichas empresas. Este hecho fue el último empujoncito, lo que Helgegren necesitaba para coger a sus hijos y llevarles a los Altos del Golán.
Tras visitar un campo de refugiados palestinos y ver la cara más cruda de la guerra de primera mano, con la miseria y el abandono que provoca, la familia Helgegren volvió a casa con Leo y Frank convencidos de que ni querían ni necesitaban jugar a Call of Duty. Entonces el periodista sueco decidió compartir dicha experiencia redactando un artículo por el cual ha recibido sendas críticas de padres horrorizados ante tal medida, que consideran excesiva y peligrosa, a lo que Helgegren ha contestado afirmando que “si bien los videojuegos no son malos en sí mismos, en Suecia y Europa somos muy privilegiados, con toda esta riqueza, derechos y servicios sociales, y eso conlleva a la responsabilidad de educarnos a nosotros mismos y no ser simples zombis que juegan a videojuegos y consumen hamburguesas”.
Helgegren destaca que, en muchísimas ocasiones, los padres son demasiado blandos al permitir que sus hijos accedan a contenidos como este tipo de juegos bélicos cuando no son aptos para ellos, dejando de hecho que estos juegos ejerzan de “niñeras” de sus hijos, algo que no debería suceder nunca. Según él la guerra no debe tomarse a la ligera ni convertirse en un circo para que los menores se diviertan, si no que, cuánto más realista sea la experiencia, debe tratarse con mayor respeto y conocimiento de causa.
¿Vosotros qué opináis? ¿Es Helgegren un visionario o un loco?