Una de las películas más esperadas del Festival de Zürich era Breathe, la cinta con la que el actor Andy Serkis se estrena como director. Conocido por crear roles a través de la técnica de captura de movimiento, tal como el chimpancé César de la saga de El planeta de los simios o el ya legendario Gollum de la trilogía de El Señor de los Anillos, Serkis además cuenta con una sólida carrera artística tanto en el cine como en el teatro y la televisión, sin olvidar su arduo entrenamiento para este debut al haber asumido la segunda unidad de dirección de las tres entregas de El hobbit.
Breathe se basa en la historia real del inglés Robin Cavendish, un hombre activo y aventurero que de un día para el otro, a finales de los 50, queda paralizado a causa de la polio. Ante esta enfermedad irreversible, Cavendish [interpretado por el exhombre araña Andrew Garfield] respira gracias a una máquina, y evidentemente depende de su esposa Diana [encarnada por Claire Foy], de su hijo y de sus amigos. Al leer la sinopsis de este filme nos imaginamos empacando pañuelitos para la proyección. Es indudable que el llanto está garantizado, pero tampoco se puede obviar que Serkis echa mano de un contrapeso proporcionado por el humor y la alegría [hablemos de la de vivir, no de la de sobrevivir] de Cavendish.
Se hace notable que en ciertos momentos, cuando nos disponemos a activar los lagrimales, Serkis no apela a la consabida música para ablandar aún más todas y cada una de las fibras del espectador, como tampoco recurre a ciertos resortes que mucho podrían facilitar el meterse en el bolsillo a la audiencia. En su conjunto pues, Breathe conmueve, pero no empalaga. En la cinta se conjugan la historia de amor de Diana y Robin, la relación entre padre e hijo, los fuertes lazos de amistad, pero también el cómo Cavendish quiso mejorar la calidad de vida de las víctimas de la polio a través de sus inventos, y dando el ejemplo de que enfermos como él podían integrarse en la sociedad.
Andy Serkis ha realizado una película que se siente honesta, y por eso llega al corazón, y además se percibe cuidada sobre todo en el desempeño de los actores, tanto de los principales como de secundarios, manteniendo el pulso tanto en las escenas más íntimas como en las corales. Claire Foy [conocida por la serie The Crown] encanta y convence en el rol de Diana, como a la altura también está el trabajo actoral de Andrew Garfield, un trabajo limitado a su rostro. De manera que pensando en el gusto [sobre todo del de la vieja camada] de los honorables miembros de la Academia de Artes Cinematográficas, para nada es un desatino imaginarse que Garfield figure entre los favoritos para optar al Oscar.