Guillermo del Toro (México, 1964) acaba de ganar el Oscar a la Mejor Película por La forma del agua y deja atrás el año sabático que se ha tomado tras la muerte de su padre. Sonriente y sereno visita el Festival Internacional de Cine de Marrakech, donde espera descubrir algunos títulos locales. Su encuentro con la prensa internacional, en los jardines de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad marroquí, se convierte en toda una lección de cine y de vida.
Las cadenas de exhibición están vetando la presencia de ROMA, de Alfonso Cuarón, en sus cines… porque se verá en Netflix en apenas dos semanas. ¿Cómo ve el panorama?ROMA
Creo que el panorama está cambiando, y que va a seguir cambiando de forma tremenda en los próximos cinco años. Todos los estudios se están preparando para tener sus propias plataformas de streaming. Y como cineasta… He estado intentando hacer Pinocho durante 10 años, he ido a todos los estudios de Hollywood, y todos me han dicho que no. Así que la he hecho con quien me ha dicho que sí. Ha ocurrido así con los hermanos Coen y con Alfonso Cuarón. Tengo 54 años, amo las películas, y lo que puedo decirle es que cuando el cine mudo se convirtió en cine sonoro… todo el mundo dijo que el cine se acababa; cuando apareció la televisión, todo el mundo dijo que el cine se acababa; cuando el VHS se generalizó en las casas, también se acababa el cine. ¡Y no se acaban! Cambian. Hay espacio para contar historias. Lo importante es la libertad con la que se cuenten.
¿Y no le da miedo que su Pinocho no se vea en los cines y se estrene solo en Internet?
Me da más miedo no hacerla. ¿Qué tiene de bueno morir por un Dios que ni siquiera se fija en ti?
El triunfo en los Oscar de La forma del agua… ¿le va a permitir hacer todos los proyectos que no habían encontrado viabilidad hasta ahora?
A ver. Lo primero es que peso más de 130 kilos y tengo 54 años. Así que no, no voy a poder hacerlas todas. ¡Tengo como veinte proyectos y no voy a vivir tanto! Lo que pasa es que lo que importa es el tiempo y el dinero. No importa que seas Stanley Kubrick. Porque es un arte que no puedes hacer solo, sino con 100 o 120 personas. Tienes que moverlas, darles de comer y pagarles algo. Solo se puede hacer una película en un cierto margen. Si alguien me dijera que tengo que hacer mi Pinocho por 80 millones de dólares le diría que no, porque está ambientada en la era de Mussolini, en la Italia fascista. No es un Pinocho para toda la familia. Algunos de mis proyectos son muy ambiciosos. El estado natural de una película es la “no existencia”. Hay que empujar mucho para que existan.
¿Cómo compensa, en el proceso de una película, la calidad técnica con un contenido que conmueva al espectador? ¿Cómo es esa combinación?
La calidad técnica es algo que se adquiere con la experiencia. Llevo dirigiendo películas desde 1992. Adquieres algunas herramientas y aprendes a usarlas sin esfuerzo y te concentras en las emociones. La misma gente que dice “me encanta tu película” puede decir que la odia. ¡Es lo mismo! Un defecto es una virtud que nadie ha mirado con cariño. Lo primero que tienes que tener es simpatía con el espectador. Si una escena no te hace reír o llorar como director, no va a tener ese efecto con nadie.
O sea, que una película no se puede hacer pensando en todos los tipos posibles de espectadores, para una familia completa, pensando en las estadísticas…
No, no puedes hacer eso. Las historias se construyen, no se deducen. Me explico. Todo el que intenta deducir una historia, fracasa. Es lo mismo que ocurre con los algoritmos de Internet que te recomiendan libros o películas. La ciencia no funciona en este campo. Las historias son arte y emoción. Es una mentira absoluta que todos seamos diferentes. Es una mentira que nos hace más fáciles de controlar. Si escuchas una canción, ya sea de Marruecos o de Japón, y es emocionante, te hará llorar. ¡Te conmueve! Y eso no se puede formular, viene de las emociones. Yo he hecho diez películas y no todas han tenido éxito, ni siquiera en su género. Siempre digo que el éxito y el fracaso son vecinos del mismo pasillo, y en sus puertas no hay número. Cuando llamas no sabes quién te puede abrir.
¿Por qué mantiene ese vínculo tan especial con los monstruos?
Es un sentido esencial que adquieres cuando eres un niño. Sentí que no entendía el mundo, y empecé a entenderlo con los monstruos. Iba a la Iglesia y los santos no tenían sentido. Frankenstein lo tenía. Hay quien elige la música. Yo elegí a los monstruos.
Los monstruos me traen la política a la cabeza. ¿Cómo sería una película puramente política firmada por usted?
Mire, no me interesa la pureza. Y si intentase hacer una película puramente política… acabarías haciendo una película fantástica. Una fantasía política. Y si haces una película fantástica… acabarás con una película política entre manos. Porque Cenicienta contiene políticas de género, de poder, de estructura… En la vida real es muy difícil discutir, es blanco y negro. Es mucho más fácil para mí que me escuches si te digo “había una vez”… Quizá después podrás escuchar mis ideas. Si llego a ti con una posición partisana no me vas a escuchar. Los cuentos de hadas son parábolas. Estoy haciendo Pinocho en la era de Mussolini… ¡echa la cuenta!