Yolanda Jalle es una de esas enfermeras experimentadas que ha vivido la evolución de la profesión en primera persona. Casi cuarenta años de experiencia la avalan. Asegura que la vocación es la única forma de hacer frente a una profesión, en ocasiones, complicada, aunque también muy bonita.
Fue en 1977 cuando acabó sus estudios en la Escuela de Enfermería de La Rioja, que posteriormente pasarían a ser una diplomatura universitaria. Y de ahí, comenzó en el mundo laboral en la residencia Antonio Coello Cuadrado, que después pasó a ser el Hospital San Millán, donde le tocó hacer un poco de todo.
“Había poco personal de enfermería y había tareas y plantas que llevábamos las alumnas”, recuerda con cariño. Las técnicas eran entonces mucho más manuales que ahora: “No había materiales desechables, teníamos que hervir jeringas...ahora hay más máquinas, pero entonces teníamos que regular las gotas del gotero, no como ahora con las bombas de perfusión”.
Las diferencias también se extienden al trato con los pacientes.“Yo estaba en Pediatría y los familiares no tenían libertad para estar todo el día, con lo que los pacientes se quedaban más tiempo con el personal y había un contacto más directo. Ahora están más arropados por las familias”, afirma Jalle.
La profesión ha cambiado mucho en estas cuatro décadas. “Ahora es una locura, hay muchos pacientes, muchas patologías y poco personal, con lo que no tienes el mismo tiempo que tenías antes, cuando podías pasar todas las mañanas para ver cómo había pasado el día cada paciente. Ahora eso es más laborioso y difícil”.
UNA PROFESIÓN VOCACIONAL
Lo que no cambia es el papel de las enfermeras y su cercanía con los pacientes ya que, como asegura Jalle, “la gente valora el contacto directo, que una persona le dé mimos y sea capaz de entenderle. En esos momentos de enfermedad necesita a alguien que le eche una mano en el hombro. Como decía uno de mis profesores: a veces vale una palmada en el hombro que mil antibióticos”.
Por todo ello, la enfermería es una profesión eminentemente vocacional y “te das cuenta enseguida”. Es esa vocación la que les ayuda a trabajar en condiciones que, en muchas ocasiones, no son las más cómodas. “En mis comienzos era difícil hacer vida social y familiar con los turnos que había. Íbamos a piñón fijo. Librábamos un fin de semana al mes, con lo que te relacionabas con los que trabajabas en esos turnos”.
Y todo ello, procurando no llevarte trabajo a casa e intentando desconectar de todo lo visto durante la jornada, algo a lo que, según asegura, “se va aprendiendo con el tiempo, por higiene mental”, aunque reconoce que no siempre es posible. “Hay pacientes de los que te acuerdas siempre”.