@page { size: 21cm 29.7cm; margin: 2cm } P { margin-bottom: 0.21cm } Se abre el telón y aparece una escalera, un bote con la bandera de España, una maleta y Luis Alegre con un perrito faldero en brazos y emitiendo un estridente ruido con una trompeta, mientras suena 'Paquito el chocolatero' como música ambiental. Se cierra el telón. ¿Cómo se llama la película?: Actual 2009.
Al perro en cuestión le han puesto 'Actualín' y sustituye a la cabra, lo que pasa que sin tanto valor. El pobre chihuahua temblaba durante la presentación de los espectáculos de calle de Actual 2009 y, en palabras de Luis Alegre, “ha venido meado”. No sabemos si se ha despachado por el miedo escénico o porque el animal, como buen hijo de vecino, sale a la palestra con los deberes hechos. El caso, es que el animal parecía tener más pudor en alzarse eventualmente como cabra, que las personas que forman la élite cultural riojana en convertirse temporalmente en titiriteros.
La sustitución de un animal por otro no ha quedado todavía muy claro, porque el mérito es de la cabra que ha estado ahí, erre que erre, año tras año currándoselo y jugándose la vida ¿Será porque es el perro favorito de Paris Hilton? De todas formas, quién nos iba a decir que la España profunda, la más cañí, iba a convertirse en lo más chic del momento.
Todo el mundo recuerda aquel espectáculo callejero en el que desde la ventana podíamos asistir a la infame peripecia de una cabra cuando se subía a una escalera con la banda sonora de una trompeta que hacía casi de corneta. La gente reconocía desde sus casas su sonido, al igual que el del afilador, y salía al balcón para ver este mítico y repetitivo show.
Da igual que estuvieran tendiendo la ropa, comiendo, leyendo o viendo la televisión. La cabra despertaba la carcajada de toda la familia y aunque la representación en sí era cutre en pura esencia, la verdad es que a todo el mundo gustaba. Era como lo del toro Osborne en la carretera o como lo del avión en el cielo, que obligatoriamente alguien tenía que decir: ¡mira!, el toro o ¡mira!, el avión.
De hecho, cuando la cabra estaba ya en faena, cuando sus escuálidas patas comenzaban a flaquear, se podía apreciar como en la mayoría de las ventanas de la calle se apilaban las familias. Provocaba morbo con sentimientos contradictorios. Por un lado, queríamos ver a la cabra pegarse el leñazo, pero por otro, una especie de compasión hacía que quisiésemos que triunfara. Por una parte, nos producía un rechazo por lo pusilánime de la actuación pero por otra, no podíamos despegar los ojos de la maldita cabra. Un psicólogo quizás diría que nos identificábamos con la cabrona.