Casi cien danzadores se vistieron este fin de semana en Treviana con los trajes típicos de las danzas para celebrar el IV Encuentro de Danzadores, una celebración que se realiza cada cuatro años pero que debido a la pandemia hacía ocho años que no se organizaba. Son días cargados de actos y de emoción para el que se llevaba ensayando desde comienzos de agosto.
El punto álgido vino cuando un grupo de danzadores salió de sorpresa a realizar un baile que no se había hecho desde finales del siglo XX, sorprendiendo a los que no lo conocían y emocionando a los que sí lo habían visto alguna vez, removiendo muchos recuerdos. “Este baile es ”el muerto“ y consiste en una representación bailada de cómo se mata al ”cacarro“ y se le resucita”, explican desde la organización.
Pero la fiesta empezó el sábado bien temprano con el pasacalles por el pueblo y parando a reponer fuerzas en casas que generosamente habían preparado almuerzo para los danzadores. Poco después se juntaban los casi 60 danzadores que tiene el pueblo actualmente con los antiguos danzadores que quisieron juntarse a la Romería a la ermita de la Virgen de Junquera. Tres kilómetros de esfuerzo bajo el asfixiante sol que acompañó durante todo el día. Una vez en la ermita se realizaron las tradicionales “vueltas” en honor de la Virgen de Junquera, del pueblo de Treviana, de los que nos han dejado en los últimos años y de los agricultores, que llevan varios años seguidos de sequía en esta zona.
Después de la misa al aire libre, se realizó un homenaje a Mari Carmen López Guzmán por poner en marcha estos encuentros hace 16 años y al Grupo de Gaiteros de San Asensio, los músicos que han acompañado las danzas de Treviana desde hace más de 40 años. Para terminar la mañana se realizaron los bailes del árbol, las ocho caras, los palos, el vals y el ciego con mucho calor atmosférico y humano de la gente que disfrutó de ellos. El entorno de la ermita se convirtió en un restaurante al aire libre donde numerosas familias comieron con una generosa sobremesa.
Poco antes de las siete de la tarde fueron llegando los antiguos danzadores que tenían ganas de matar el gusanillo de los bailes y los volvieron a repetir, demostrando que por mucho tiempo que pase, el que tuvo retuvo. Vuelta al pueblo danzando de nuevo y en la plaza otro momento emotivo, con una pareja joven del pueblo que se casa y una madre antigua danzadora y su hijo danzador dando las vueltas, demostrando lo hondos que son los lazos del pueblo con las danzas.
El domingo también se realizó el pasacalles matutino por el pueblo parando a reponer fuerzas en casas que generosamente habían preparado almuerzo para los danzadores. Al llegar a la plaza se recuperó una tradición que hacía muchos años que no se realizaba; parejas de danzadores se colocaban en las entradas a la plaza e iban acompañando a las personas que iban a la misa. Después de la misa, se volvieron a realizar los bailes del árbol, las ocho caras, los palos, el vals y el ciego, en ocasiones realizando tres grupos de bailes a la vez en una ordenada coreografía, dado el elevado número de danzadores.