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De la discoteca al seminario

Rioja2

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“¿Salir? Lo que yo no hacía era entrar. Alcohol, discotecas, porros...hacía lo que quería”. Hasta los 33 años, la vida del arnedano Alfonso Sáenz no distaba mucho de la de cualquier otro joven de su edad. Sin embargo, algo no encajaba. No estaba contento con su día a día y sentía que necesitaba un cambio. Y lo encontró en la fe. Desde entonces, se prepara para ser sacerdote en el seminario de Logroño convencido de haber encontrado lo que venía buscando.

Y eso que, en su adolescencia, ni creía en Dios. “Yo no pisaba la Iglesia, dudaba de que existiera Dios y sólo creía en lo que podía tocar”. Tuvo varias novias, trabajaba como fontanero y salía los fines de semana. Incluso soñaba con tener una familia. Pero a los 25 años todo su mundo se desmoronó. Una ruptura sentimental, acompañada de un mal momento con los amigos y de una sensación general de hartazgo le llevaron a una profunda crisis que duró unos cinco años.

“Comencé a pensar que todo lo que había creado y sobre lo que había sustentando mi vida estaba mal. Intenté romper con mi inercia y empecé a salir menos, pero sentía que estaba en un pozo del que no podía escapar”, relata Sáenz, para quien todo cambió de una forma muy inesperada.

“Estaba en casa, escuchando música, cuando abrí el correo que me había enviado una amiga y entonces me dí cuenta de que todo lo que había hecho en mi vida me había llevado a ese punto. Sentí la presencia de Dios y me cogí de la mano de eso que no veía pero en lo que creía. Se me presentó como una oportunidad”, describe este seminarista.

LA DECISIÓN DE ENTRAR EN EL SEMINARIO

A partir de ahí, llegaron una serie de pasos para asumir lo que estaba pasando, apoyado por su tío, sacerdote en Albelda. “Empecé a hablar con él de mis inquietudes. Él respetó mi espacio y me invitó a hablar con el rector del Seminario”. Alfonso asistió a un retiro espiritual para laicos. “Me costó, me costaba superar los prejuicios, pero al final me atreví a ir”.

Así hasta que un 1 de enero, en la comida familiar de Año Nuevo, comunicó a su tío su decisión y él le ayudó a decírselo a sus padres. ¿Cómo reaccionó su familia? “Encantada. Estoy mejor que nunca con ellos, han notado el cambio en mí”. También sus amigos, pese a que “alucinaron” en un primer momento, e incluso llegaron a hacer una 'porra' sobre el tiempo que iba a aguantar en el Seminario. “Todos han perdido”, destaca.

Alfonso está ya en 5º de Teología y en ningún momento se ha arrepentido del paso que dio.Estoy contentísimo y dispuesto a ordenarme. He conseguido lo que venía buscando”. Asegura que no echa de menos su vida anterior. “No he dejado nada. He perdido contacto con gente, porque no tengo tiempo, pero he ganado relación con otras personas. Estoy mejor que nunca”.

Cuando finalice los estudios, le esperan seis meses o un año de Pastoral, para tener una primera toma de contacto con la realidad de una parroquia y la vida sacerdotal. “Sirve para medir tus fuerzas”, explica. Después, si quiere continuar el proceso, llegaría su ordenación como diácono y posteriormente como sacerdote.

Alfonso se muestra esperanzado de que las nuevas generaciones se acerquen más a la Iglesia. “El mensaje ahora no se dice de la misma manera”, subraya, aunque también entiende que la religión ha estado asociada con una forma de política y de imposición de normas que no casa con la sociedad de hoy en día, marcada por la libertad, y reconoce que la Iglesia “ha tenido mucho poder y lo ha utilizado mal”. Además, ha imperado un lenguaje “mal utilizado o mal entendido”. Y es que, concluye, “la Fe no se impone, se propone”.