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Doctora por la UR y víctima de violencia de género durante 15 años: “No puedo seguir escondiendo lo que viví”

Fueron 15 años de su vida. Ahora tiene 35 y trata de dejarlos atrás, pero cuesta. Desde hace algunos meses siente que le queda un paso por dar en ese proceso de resiliencia y recuperación: contarlo. Quiere hacerlo sin miedo, mostrando su rostro y su nombre, alzando la voz para decir por primera vez al mundo que ha sufrido malos tratos, que durante años vivió una realidad que ocultaba incluso a su entorno más cercano; que mientras cosechaba logros académicos y defendía causas laborales, su vida se desmoronaba controlada por un maltratador.

Isabel Ilzarbe es muchas cosas. Es una mujer fuerte, es hija, pareja, amiga y compañera, es Doctora por la Universidad de La Rioja, es experta en monasterios, investigadora y divulgadora. Isabel es también víctima de violencia de género.

Empezó con él cuando apenas tenía 16 años y hasta los 31 no pudo dar el paso que cambiaría su vida. Cuando le conoció el tenía muchos problemas familiares y, por circunstancias de la vida, acabó viviendo con ella en casa de sus padres siendo todavía un par de adolescentes. Recuerda que siempre fue muy celoso y trataba de controlar todas sus relaciones, primero con cualquier chico, más tarde con cualquier persona. En aquellos años Isabel conocía gente nueva sin parar, cuando estudió FP, luego Bachillerato, más tarde la Universidad, el Doctorado o los primeros trabajos, pero no conserva una sola amistad. “Hacía todo lo posible por separarme de todo el mundo y después me reprochaba que no mantenía las amistades”, recuerda.

Isabel dedicó muchas horas de esfuerzo y estudio a su trabajo de fin de Máster y consiguió una buenísima calificación pero él lo único que hacía era reprocharle que se estaba centrando demasiado en ello y les estaba dejando de lado tanto a él como a sus propios padres, ambos personas dependientes. “Me decía que si me centraba tanto en el trabajo lo acabaría perdiendo todo y quedándome sola”, cuenta, “y yo en parte le creía porque para entonces ya llevaba años minando mi confianza, diciéndome que no era fea pero tenía la cara rara, diciéndome que era mala persona o que no valía para enseñar cuando sabía que mi aspiración era ser docente. Al final te lo crees y hasta te sientes agradecida de que esté contigo”.

A pesar de todo, él no pudo ganar esa batalla e Isabel empezó a trabajar como investigadora en la Universidad de La Rioja. En ese momento se mudaron de Pamplona a Logroño, salieron de casa de sus padres y comenzaron a vivir solos. Ya nadie podía frenarlo y el abuso se fue haciendo cada vez más intenso y frecuente. Él no tenía trabajo, nunca lo buscó, de hecho le reprochaba a ella que no lo buscara por él.

Fue en esa época cuando los padres de ambos enfermaron. El padre de Isabel padecía un tipo de ELA de desarrollo muy rápido y vivía sus últimos momentos cuando falleció el padre de él. A pesar de su propia situación familiar, Isabel se mantuvo a su lado tanto en el velatorio como en el funeral, pero para él no fue suficiente. “Me reprochó durante días que no le había apoyado suficiente y trató entonces de alejarme de mi familia”. Recuerda que intentaba impedir incluso que ella fuera a Pamplona a ver a su padre, ya entonces en una situación crítica. “A mi madre también la machacaba mucho con su enfermedad mental, de alguna forma también la maltrataba”.

Poco después falleció el padre de Isabel. Él se encerró en una habitación mientras ella acompañaba a su madre y la noche anterior a su funeral le confesó que quería apoyarla pero no se lo merecía porque ella no le había apoyado a él. “Yo estaba destrozada de dolor por la muerte de mi padre, el pilar fundamental en mi vida, y la persona que se supone que más me quería sólo me hacía reproches y trataba de hacerme daño”, cuenta.

A medida que la manipulación y el chantaje crecían, la capacidad de Isabel para disimular aumentaba. “Él me obligaba a que nadie me lo notase, me convertí en una experta”, asegura, “tanto que por aquel entonces había un problema con los contratos de los investigadores predoctorales en toda España y yo me metí en el sindicato, luchaba, incluso organizaba las asambleas, estuve negociando en la Secretaría de Estado de Innovación, todo el mundo me veía como una mujer fuerte y empoderada. Pero por dentro todo era un infierno. Para mí era una contradicción interna enorme. Me sentía una impostora. A veces en mi trabajo me sigue pasando”.

Ella empezaba a ver cosas, empezaba a entender que su pareja no podía comportarse así. Sabía que no era normal que él amenazara con suicidarse si ella le dejaba o si hacía algo que a él no le gustaba. Sabía que no era normal que el le dijese que en ocasiones había intentado acudir a los servicios de prostitutas porque con ella no tenía relaciones satisfactorias. Sabía que no merecía eso, pero se convencía de que todo era fruto de los problemas que tenía él.

Al control y el maltrato psicológico se sumaron también otros tipos de violencia. Al principio eran golpes esporádicos, agarrones o algún empujón, “pero desde que empezamos a vivir solos esos gestos se hacían más habituales, no me daba palizas pero me agarraba el brazo haciéndome daño, un par de veces me agarró el cuello y a menudo me arrinconaba contra la pared mientras me gritaba a centímetros de mi cara”.

Lo qué sí formaba parte de su día a día eran las agresiones sexuales. “Llegó un punto en el que cuando él se enfadaba conmigo por algo que supuestamente yo había hecho mal, me castigaba a través del sexo, teniendo relaciones sexuales que yo no quería tener. Porque así el se desfogaba y me castigaba. Terminé normalizándolo; sabía que si algo iba mal, tendría que pagarlo de esa manera”, explica.

Control y chantaje emocional incluso en la distancia

Uno de los peores episodios que recuerda Isabel sucedió durante unas jornadas para doctorandos en Jaca. “Yo había participado junto con dos compañeros en un proyecto de innovación docente y nos habían invitado a presentarlo”, explica, “él estaba acostumbrado a ir a la mayoría de los congresos conmigo pero esa vez le dije que no porque era un viaje muy cerrado y además no tenía tiempo para estar con él ni se podía quedar en el hotel. Sólo con eso ya empezó a pensar que le ocultaba algo, que venía alguien al viaje con quien yo quería tener algo”.

Llegó el viaje y durante todo el primer día no tuvo noticias de él. Ella le escribía pero él no contestaba. Todo era muy raro. Por la noche, cuando estaba en una terraza con más compañeros tomando algo después de cenar, recibió un mensaje; le preguntaba qué hacía en un bar a las dos de la mañana si al día siguiente tenía que trabajar. “Me había instalado una aplicación espía en el móvil, ya lo había hecho otras veces, y llevaba todo el día controlándome, podía verme incluso a través de la cámara y escucharme por el micrófono”.

Pasaron la noche mandándose mensajes, él le exigía que volviera a casa para hablar, le buscó autobuses para ir de Jaca a Logroño y volver para la hora de su ponencia. “Necesitaba verme a toda costa pero le dije que no, que era una locura”. Tras unas horas de silencio por la mañana, un nuevo mensaje: “me decía que me dejaba, que no merecía cómo le estaba tratando. Me dijo eso y me bloqueó. Y allí me quedé, destrozada, en shock, mis compañeros me preguntaban qué me pasaba y yo me inventé de nuevo una excusa.”. Tras la ponencia, que fue un éxito, más mensajes, en este caso a través de comentarios en todas sus fotos de Facebook. “Me presionaba para que volviera a casa y al día siguiente siguió haciéndolo porque cuando vio que habíamos parado en Estella (a través de la app espía del móvil), me la volvió a montar diciendo que cuando volviera a casa él no estaría”. Y no estaba.

Pero esa separación no duró. Cuando tuvo claro que ella ya estaba sola en casa por la noche volvió a escribirle. “Me planteó que para solucionar lo nuestro y descargar tensiones estaría bien probar una relación sadomasoquista, bien conmigo o bien con una prostituta, pero que tenía que desfogarse”, recuerda, “fue el primer momento en el que sentí que tenía que hacer algo, llamar al 016 o a la policía, pero me contuve. Yo no le quería denunciar y pensaba que tendría que haber alguna forma de salir de eso. En ningún momento me sentía víctima de malos tratos, todo lo achacaba a que él tenía muchos problemas”.

“Estaba asfixiada; necesitaba hacer algo”

Cada vez era más difícil. Era el verano de 2018 e Isabel había comenzado a escribirse con un chico. Como él le espiaba el móvil, lo descubrió. “Estábamos de vacaciones en Gijón y me amenazó con suicidarse tirándose al mar. Conseguí calmarle y volvimos a Logroño pero el control entonces era ya absoluto”, explica, “me sentía asfixiada y un día decidí escribir a ese chico y contarle lo que me estaba pasando”.

Ese fue el principio del fin. “Me pidió el móvil porque sospechaba algo y yo me negué. Forcejeamos hasta que consiguió quitármelo y se encerró en el baño con mi teléfono y un cuchillo grande. Me dijo que si le quitaba el móvil se iba a suicidar”, recuerda Isabel, “en ese momento yo estaba fuera de mí, aproveché que estaba encerrado en el baño y salí corriendo de casa, comencé a correr pidiendo ayuda a gritos, llamando a las puertas de los vecinos”. Él salió al escucharla, contando que sólo había sido una discusión, pero uno de los vecinos se ofreció a llamar a la policía.

Cuando llegaron vieron el estado en el que se encontraba Isabel, sus rasguños y sus golpes. “Uno de los policías me llevó al salón y me explicó que a él iban a llevarle al hospital para una evaluación psiquiátrica por sus amenazas de suicidio y que a mí me recomendaba irme a pasar la noche a casa de algún familiar o amiga porque era mejor que no estuviera cuando él volviera. Ahí es donde pasó por mi cabeza aquel pensamiento: de esta me mata, si llega a casa y me encuentra aquí me mata”. Le había expuesto y sabía que ya no había vuelta atrás.

Por eso se le ocurrió preguntarle al agente qué pasaría si ella denunciaba. La respuesta de él fue la que terminó de darle el empujón que necesitaba: “que te vamos a ayudar”. Y así fue. A partir de ese momento lo recuerda todo muy rápido. Dos amigos le acompañaron a poner la denuncia, horas declarando, un juicio rápido al día siguiente y un juicio en el Juzgado de Violencia de Género ese mismo lunes. “Yo casi no podía asimilar lo que estaba pasando”, recuerda. El resultado fue una orden de alejamiento para él durante ocho meses ya que sólo le condenaron por extorsión al no considerar probada la agresión física. Esa misma tarde recogió las cosas de casa y se marchó.

Una presencia continua

Silencio durante tres años. Horas de terapia, sesiones de grupo, visitas a la Oficina de Atención a la Víctima... Isabel recompuso su vida y creyó durante un tiempo que la pesadilla había terminado. Pero su madre falleció y su agresor apreció de nuevo. “Me escribió por Instagram para darme el pésame. No contesté. Y de repente más y más mensajes, que teníamos que hablar, que le había hecho mucho daño...”. Le bloqueó de inmediato pero de inmediato también volvieron las pesadillas, las imágenes recurrentes, las noches de terror seguidas de mañanas de ansiedad.

En febrero de este mismo año otro nuevo mensaje, esta vez a través de una cuenta desconocida. Isabel publicó una imagen en Instagram cuando le entregaron el premio de Investigación del Instituto de Estudios Riojanos, un importante hito en su carrera. Aquel mensaje le decía que había olvidado agradecer el premio a la persona que más le había apoyado, incluso antes de que su familia lo hiciese.

“Ahora me siento totalmente indefensa, se ha convertido en una presencia continua y no sé cómo defenderme de esa persona si algún día hace algo. Tengo pánico cada vez que hablo en público, algo que tengo que hacer por mi trabajo, o si salgo en los medios de comunicación. Me siento expuesta y no sé en qué momento puede aparecer. No soy yo la que debería preocuparme porque no he hecho nada pero lo estoy”, explica. Ahora ya no hay orden judicial que la proteja. “Creo que por eso llevo meses sintiendo que tenía que contarlo, dejarlo salir, verbalizarlo, asumir que me ha pasado y que se sepa por si algún día hace algo”.

Hay además una amenaza velada que Isabel no se quita de la cabeza. “Hubo una época en la que él me emborrachaba en casa para tener sexo y en ocasiones me grababa. Unos días antes de poner la denuncia me preguntó qué pasaría si él empezase a mandar esos vídeos a todos mis contactos”, cuenta, “mis contactos eran amigos, compañeros de trabajo, mis jefes del sindicato en Madrid, mi director de tesis, gente del rectorado... Eso ni siquiera se lo conté a la policía pero sigue estando en mi mente. Quiero pensar que en el momento de la denuncia borraría todo aquello por precaución pero es una amenaza que sigue ahí”.

Alejar estereotipos: el único perfil de la víctima es ser mujer

Hasta ahora todo había permanecido oculto. Sólo su marido y un entorno muy reducido sabían la verdad. “No se lo he contado a nadie por miedo a que no me crean, a que me pudiera hacer daño y también por miedo a hacerle daño a él”, confiesa. Y es que ni ella misma se reconocía como víctima porque no responde al estereotipo marcado en el imaginario colectivo. Y precisamente por eso ha decidido ahora dar el paso. “Tengo que sacarlo para sanar, para deshacerme de la culpa que conlleva lo oculto pero también para ayudar a aquellas mujeres que puedan estar pasando por lo mismo”, explica, “hay que deshacer los estereotipos de víctima y verdugo” porque potenciales víctimas somos todas por el hecho de ser mujeres. “Yo he tenido una vida de grandes logros académicos, nunca he estado encerrada en casa, pero he sido una mujer maltratada durante 15 años”, concluye.

Un tiempo en el que asegura haber perdido mucho de la vida y de sí misma. “Yo era una persona muy implicada, muy idealista, me interesaba mucho la política pero me desvinculé de todo. Me tragaba mentiras como el tema de las denuncias falsas o que el feminismo es lo mismo que el machismo, incluso lo decía por ahí y, aunque me chirriaba algo por dentro, era lo que me metía en la cabeza”. Ahora Isabel ha recuperado a la persona que realmente es, a la que quiere ser; ha recuperado toda esa parte de sí misma que ha estado anulada durante años y ha encontrado precisamente en el feminismo una de sus principales vías de ayuda. “Ellas me han ayudado como si fuesen una familia, me han arropado, me han entendido, me han abierto los ojos”. También ha recuperado la sonrisa.

*Este reportaje ha sido reconocido el 18 de diciembre con una mención especial del Premio Nacional de Periodismo José Lumbreras, periodista.

Recursos contra la violencia machista:

- Teléfono de información de la mujer 900 71 10 10

-Las mujeres víctimas de violencia de género en La Rioja tienen a su disposición la aplicación AlertCops

-Red de alojamientos de mujeres

- Centro asesor de la mujer (CAM) 941 294550

- Oficinas de asistencia a la víctima del delito (OAV)

  • Logroño: 941 296365
  • Calahorra: 94114 53 48/6
  • Haro: 94130 56 25/6

- 016 Servicio telefónico de información y de asesoramiento jurídico en materia de violencia de género

- Red Vecinal contra la violencia de género e intrafamiliar 941244902/ 636759083

- SOS Rioja 112

- Teléfono de emergencias de Logroño 900 101 555

- Instituto de medicina legal de La Rioja 061

- Policía Nacional 061

Servicio de atención a la familia. (SAF) 941 272 054 - 941 272 071

- Policía Local 092

Unidad de Prevención Asistencia y Protección (UPAP) 941 272 109

- Guardia Civil 062

- ERIE (Equipo de Respuesta Inmediata a Emergencias) a través del 112

- Punto de encuentro familiar: 941 291 695