Las terrazas y la fila para entrar al Teatro Bretón, que llegaba hasta el Café Madrid, dejaban poco espacio para los transeúntes, que se mezclaban con el público ansioso de sonreir. Como siempre no quedaba ni una entrada. El teatro estaba a rebosar. Repleto de niños, jóvenes, mayores y ancianos.
Cada uno iba buscando y ocupando su asiento con la satisfacción de saber que dentro de 90 minutos se iba a encontrar mejor, que hora y media después la noche que aguardaba tras la puerta del teatro volvería a recuperar ese aire embriagador. La intuición no falla, pero es que además Tricicle lleva 30 años recordándonos que seguimos siendo niños. Dicen que esos locos bajitos ríen unas 300 veces al día, mientras que los adultos tan solo unas 15.
Pero digan lo que digan, lo de Tricicle es una ciencia exacta. Vinieron ayer y estarán hasta el domingo en el Teatro Bretón con su obra ‘Garrik’, un homenaje a David Garrik, que parece ser el primer risoterapeuta de la historia. Se trata de un actor inglés del siglo XVIII que estaba especialmente dotado para la comedia. Tanto, que los médicos recomendaban sus actuaciones como una especie de remedio mágico capaz de sanar cualquier pena del alma.
“Qué mayores están ¿no?”, me dijo la señora de la butaca contigua cuando salieron al escenario. La verdad es que tenían el pelo blanco, pero era lo único que podía delatarles. Sus rasgos de la cara siguen siendo suaves y sus miradas, como el agua.
Y con la terapia de la risa Tricicle continúa llenando aforos. Esta vez nos lo muestran mediante la ciencia. La obra se divide en métodos y explican con ejemplos cotidianos los diferentes tipos de risa y sus beneficios para la salud. Con unos vídeos, una sirena, unos cuantos disfraces y un par de paneles echan a patadas a las energías negativas que llevamos dentro. Y eso sin decir ni una palabra.
Entre el público se oía a la gente disfrutar: “ji, ji, ji” y “ja, ja, ja”. Simplemente con un gesto o algunas veces sin ni siquiera mover una pestaña: “je, je, je”, “jo, jo, jo”. Con un humor limpio y universal que te sumerge en una especie de globo: “ju, ju, ju”. Y así durante una hora y media con inimaginables artimañas. Sin piedad.
Cuando terminaron, como siempre, se fueron corriendo del escenario por las escaleras, entre el público. Cada uno esperaba en una puerta de salida para dar la mano a todos los espectadores y recibir, como no podía ser de otra manera, la enhorabuena.