El Comercio Justo (CJ) es un concepto que se viene escuchando muy a menudo últimamente, pero que resulta algo complicado de definir desde las perspectivas económica, política y social.
Desde un punto de vista más popular, el CJ se rige por una serie de principios y criterios que suponen su base y verdadero significado. Entre estos principios se encuentran términos como 'respeto', 'igualdad', 'dignidad', 'derechos humanos', 'calidad' o 'medio ambiente'.
Nadie ignora, en estos tiempos, que el objetivo del comercio de las empresas o multinacionales es la obtención de beneficios propios. En la mayoría de las ocasiones, esta obtención de beneficios se rige por el criterio de 'a cualquier precio y de cualquier manera', es decir, no importa si lo que se vende está producido en fábricas o maquilas, situadas en los países del sur, donde se trabaja en condiciones infrahumanas, sin seguro médico, bajo condiciones de absoluta explotación y sin respeto alguno por el productor. No importa cómo obtener los beneficios, el caso es engrosar las cuentas corrientes.
Cuando se mira de frente a los países del Sur inevitablemente se constata una realidad: las mujeres son el motor de la vida. Sin embargo, estas mujeres trabajan en condiciones de explotación y tienen muy bajos salarios, una situación de la que siempre se beneficiará el negocio del comercio ahorrándose mucho dinero en sueldos al contratar a mujeres para trabajos de 18 horas diarias, sin descanso y en condiciones infrahumanas. La desigualdad en estos lugares del mundo, se traduce no sólo en peor salario para el mismo trabajo, sino en una contratación exclusiva de mujeres para ahorrar gastos en sueldos: ellas siempre cobrarán menos.
Tampoco parece importante que el producto que se tiene entre manos, en el supermercado, esté fabricado por niños y niñas que trabajan 14 horas al día por menos de un dólar, si es que llegan a tener salario alguno. Los mismo juguetes con los que aquí juegan los más pequeños, pueden haber sido fabricados por otros menores cuyo 'juego' consiste en fabricarlos. A las puertas del trabajo infantil siempre queda la dignidad, pues ésta no tiene cabida al ser un concepto incompatible con la explotación laboral infantil.
Entre los derechos humanos básicos se encuentran, entre otros: el derecho a la sanidad, a la educación y a la alimentación. Pero todos estos derechos cuestan dinero y, generalmente, sólo se aplican donde hay capital para desarrollarlos. Así pues los derechos humanos quedan directamente excluidos para millones de seres humanos, puesto que lo que producen (el 80% del consumo mundial) en condiciones precarias y sin obtener siquiera lo suficiente para poder alimentar a sus familias, lo consume el 20% de la población mundial. Es decir, el pequeño grupo que forma la sociedad occidental se come, disfruta e incluso desperdicia lo que produce el resto del mundo, el 80% de la población mundial, a base de obtener para sí, más pobreza, miseria y hambre.
Sin embargo, generalmente todos estos detalles son ignorados, se consume sin mirar quién o dónde se ha producido y en qué condiciones. Sencillamente es el producto que se desea y está al alcance de cualquiera que viva en la sociedad del bienestar. Una sociedad a la cual la actual crisis le está gritando un par de cosas importantes sobre el nivel responsable de consumo al que el mundo se está encaminando. Todo está al alcance, sólo hace falta sacar dinero del monedero o dinero de plástico. Se sabe que al comprar algo pagamos y proporcionamos beneficios a alguien, pero ¿a quién, a costa de qué, y cuántos beneficios?
Nadie se ha parado a preguntarlo, la costumbre es el consumo ciego.
“Un productor de patatas de un campo cercano a Lima, póngase por caso, obtiene por un kilo de su preciado producto 10 céntimos de euro, mientras que el mismo cargamento se paga en un mercado de Madrid a un euro. Por tanto, el productor se queda sólo con el 10% de los beneficios, mientras que el restante 90% se lo reparten los meros intermediarios; especuladores que engrosan sus carteras a costa del sufrido agricultor que saca de la tierra lo que los despreocupados consumidores occidentales nos comemos sin mayores contemplaciones.”
Esto es el comercio actual, el comercio capitalista, pero ¿es justo?
Según la respuesta o la falta de respuesta, tal vez se debería empezar por definir lo que es 'justo': ¿disfrutar de los lujos y placeres de la vida simplemente porque hemos nacido en este lado del mundo? ¿Qué nos haya tocado esta lotería de la vida y sigamos contribuyendo a ella mediante nuestra ceguera o indiferencia?
¿A quién no le gusta consumir, tener lo que necesita y disfrutar de ello? No se puede negar, la mayoría de la sociedad tiene casa, hipoteca y coche; come y se viste. No se trata en convertirse en eremitas que no consumen ni aire, sino más bien en equilibrar nuestros mundos, en pararse a pensar al menos cómo y qué consumimos, de dónde viene y cómo ha sido hecho. Tal vez poco a poco se vayan encontrando alternativas a estos hábitos de consumo, como las tiendas y los productos de Comercio Justo y todo aquello en lo que se está trabajando para lograr ese equilibrio.
María Benítez Pérez-Fajardo es miembro de Setem Rioja.