El Ebro es un río tóxico. El informe anual de la Red de Control de Sustancias Peligrosas de la Confederación Hidrográfica del Ebro, publicado el pasado mes de diciembre, señala un alto grado de contaminación por alteradores hormonales. Según califica Ecologistas en Acción, es “un río estrogenizado”.
Los tóxicos analizados superaron los límites de referencia legales en el 14,7% de las 4.421 muestras tomadas en 2014. Estos datos, ya de por sí preocupantes, lo son más si se tiene en cuenta que no existen valores de exposición segura a los alteradores hormonales, es decir, estas sustancias son peligrosas en cualquier nivel de concentración (Informe de Naciones Unidas).
Según los expertos consultados por Rioja2, la exposición continuada al agua con contenido hormonal, puede alterar el sistema endocrino y potenciar la aparición de hipertiroidismo o hipotiroidismo en personas propensas. Además, puede afectar también al ciclo vegetativo de las plantas y a sus capacidades de reproducción, influyendo en el desarrollo del fruto.
Ecologistas en Acción recuerda que el Ebro es un río que abastece a tres millones de personas en 5.000 poblaciones y se utiliza en el regadío de casi un millón de hectáreas, así como en ganadería y piscifacctoría con lo que, “tanto la población como los ecosistemas están expuestos a tóxicos que interfieren en el funcionamiento normal de las hormonas a dosis extremadamente bajas”. Alertan además de que esto puede producir efectos crónicos que aparecen meses, o incluso años después de la exposición.
Otros pesticidas y metales pesados
Uno de los contaminantes hormonales que ha superado los límites legales en el agua, en los sedimentos y en los peces, es el lindano. Esta contaminación expone a los ecosistemas y a la población a daños en el sistema endocrino, con efectos adversos en el desarrollo fetal y el crecimiento, reducción en el número de espermatozoides y de los niveles de testosterona. A estos daños debemos sumar los daños al hígado, al sistema inmunológico y al ADN.
El informe muestra la presencia de otros pesticidas, como el DDT. Estudios recientes relacionan la exposición a plaguicidas organoclorados con hipotiroidismo, cáncer de mama, malformaciones del tracto urogenital de niños expuestos en el útero materno y también con problemas de fertilidad masculinos.
Se han encontrado también otras sustancias como el naftaleno o como el antraceno que son sustancias cancerígenas y neurotóxicas y contaminantes orgánicos volátiles (COV) cancerígenos como el benceno y tóxicos para la reproducción como el tolueno, el etilbenceno y los xilenos.
Por último, es importante también la presencia de metales pesados, algunos con efectos cancerígenos (arsénico, cadmio, cromo, plomo, níquel), otros neurotóxicos (mercurio, plomo), y otros tóxicos para la reproducción (plomo, cadmio, mercurio).
Sustancias que tardan en degradarse y se acumulan en los tejidos grasos de los seres vivos, donde pueden permanecer también decenas de años. Así, los peces que viven en un río contaminado con estas sustancias presentan concentraciones mucho más elevadas que las presentes en el agua, los animales que se alimentan de estos peces, a su vez, acumulan una mayor concentración. Y las personas, que estamos en la cima de la cadena alimentaria, vamos acumulando estos contaminantes en nuestras grasas.
Imprescindible reducir la exposición
Ante estos datos, Ecologistas en Acción considera que “es urgente exigir a las autoridades medidas para reducir la exposición de la población y el medio ambiente a estos tóxicos. Se deben limpiar las zonas en las que se han vertido residuos, tanto de pesticidas como de químicos industriales”.
Consideran adecuado además, dado el nivel de contaminación, desarrollar programas de biomonitorización que hicieran un seguimiento en el tiempo de las concentraciones corporales de estos tóxicos en un grupo representativo de la población expuesta.