Ha conseguido lo que pretendía. Jose Mourinho, entrenador del Inter, suma desde ahora otro título en su peculiar carrera. El portugués ha conseguido poner de acuerdo a miles de aficionados culés quienes ya le consideran como el tipo más odiado por el barcelonismo tras la eliminatoria entre interistas y azulgranas. Mourinho dio todo un repertorio de cómo provocar hasta desquiciar, al equipo y la afición rival, en este caso la del Barça.
Odiado en todas partes
Mourinho, es innegable, ganó la eliminatoria con su planteamiento, tanto en la ida como en la vuelta. Eso sí, volvió a evidenciar que no sabe perder y tampoco ganar. Nunca lo supo. Ni con el Oporto en las semifinales de 2004 ante el Depor; ni en la final posterior ante el Mónaco cuando dejó el campo mientras se entregaba la Copa. Tampoco cuando esperó a que Terry se escurriera en los penaltis de la final de Moscú para alegrarse y atacar a un Avant Grant que había logrado el objetivo para el que él fue contratado en el Chelsea. Esa actitud desafiante, que ya demostró en un partido en Bilbao cuando tan sólo era un buen ayudante y traductor de Robson, seguro que no gustaría tanto si hiciese lo mismo siendo seleccionador portugués en un duelo ante La Roja.
Provocador natoEl luso calentó el ambiente antes del partido con sus reiteradas polémicas declaraciones, y cuyo punto mira no era otro que el Barça y su entorno.
Llegó incluso a desquiciar a un hombre tranquilo como Guardiola, quien le había piropeado antes del partido, pero que seguramente tras lo ocurrido, se habrá convertido en una pesadilla para Pep.
En el inicio del partido sólo necesitó asomar sus canas y su mirada altiva tras el túnel del Camp Nou y ya se llevó la primera bronca de casi noventa mil personas. De momento, sólo eran silbidos. Una vez que comenzó el partido tan sólo tuvo que levantarse cuando ni tan siquiera se había cumplido un minuto de juego y volvieron a silbarle.
Lo mejor llegó tras el descanso. Guardiola estaba dando instrucciones a Ibrahimovic y Mou llegó por detrás. También susurró algo a Pep y aprovechó para tocar uno de los rasgos más característicos del entrenador. ¿Lo adivinan? Le tocó la calva. Sin palabras.
Tras el pitido final salió corriendo con la mirada desorbitada hacia el centro del campo. Primeros abrazos con los suyos y ambos dedos índices alzados. No estaba imitando a Kaká, estaba, por decirlo de alguna forma, devolviendo el cariño que la tribuna le había profesado. Tal fue la provocación que hasta Valdés, un tipo tranquilo, corrió hacia Mourinho para agarrarle del cuello gritándole que dejara de provocar al Camp Nou.
Pero si de algo no peca el entrenador portugués es de ser oportunista. El espectáculo se trasladó a la sala de prensa del Camp Nou y ahí Mourinho dejó otra lección de amor hacia la prensa. Pese a dominar el español, contestó a todas las preguntas en italiano. Tal vez para desmentir lo que tanto le gritaba la grada.
Y dejó dos frases que pasarán a la posteridad: “Cuando estás acostumbrado a ganar no sabes perder” y la no menos buena: “Sería estúpido pensar que ese odio se convierta en amor. Es imposible transformar ese odio”.
Aún le pueden odiar más
Por si todo esto fuera poco, algunos sectores de la prensa afirman que Florentino Pérez tiene en mente fichar al portugués para dirigir la próxima Galaxia Blanca. Por lo que el odio que ha conseguido aunar en miles de aficionados se vería multiplicado en caso de entrenar al Madrid.
También lo dijo tras “la mejor derrota de su vida”. Gracias a él, Figo ya cae bien en Barcelona. La traición del otro portugués se queda en mera anécdota.