El casco antiguo de la ciudad de Logroño alberga desde enero de 2003 el único centro que existe en España abierto a todos los públicos destinado a la promoción y difusión de la danza.
Ubicado en un edificio rehabilitado los siglos XVI y XVII, que en su día funcionó en parte como una bodega, la Casa de la Danza es un centro multifuncional que dispone de una biblioteca con decenas de volúmenes sobre este arte, una videoteca con los principales ballet de la historia y una fonoteca con las músicas que los acompañan.
Todos estos fondos están a disposición de los investigadores que deseen consultarlos en las instalaciones de este centro, que colabora de manera habitual con la Universidad Autónoma de Barcelona y con las diversas escuelas superiores de danza que existen en el país.
“Desde que se puso en marcha esta iniciativa han surgido otras experiencias semejantes, pero que, a diferencia de está, están centradas en un solo estilo, como puede ser el flamenco. Sin embargo, que sepamos, está sigue siendo la única de carácter general”, afirma Perfecto Uriel, director de este centro.
Uriel, junto a los miembros de la Asociación Cultural en Escena, fueron los promotores hace una decena de años de esta iniciativa, en la que finalmente consiguieron implicar al Ayuntamiento de Logroño, quien se hizo cargo de los trabajos de adecuación del centro.
Gracias a ello, cada año pasan por la Casa de la Danza alrededor de 1.200 personas dentro de sus programas turísticos y culturales, además de unos dos mil alumnos para asistir a las proyecciones de los mejores ballet de la historia.
“Nuestro objetivo es que los niños desarrollen una cierta sensibilidad hacia la danza como sucede en otros países”, afirma Perfecto Uriel.
Después de observar con gran atención en la pantalla las piruetas de los bailarines, los más pequeños y cualquier otro visitante continúa su recorrido por alguna de las muestras sobre este arte que a lo largo de todo el año cuelgan de sus paredes.
En estos momentos puede verse “Los 32 fouettés me dan risa”, del artista y bailarín mexicano Freddy Rodríguez, quien ha aprovechado sus conocimientos de este mundo para caricaturizar a algunos de los más grandes bailarines, coreógrafos y músicos de la historia.
Entre ellos se encuentran Manuel Legris, Alicia Alonso, Maurice Béjart o Anna Pavlova.
“Freddy Rodríguez nos ha cedido su colección para que forme parte de los fondos permanentes de la Casa de la Danza y ahora queremos que viaje por otros lugares de España, como han hecho otras exposiciones que hemos producido sobre las estrellas españolas del ballet o acerca del tango”, afirma Uriel.
La visita, por lo general, termina con un recorrido por el museo de la Casa de la Danza, que es el lugar que siempre atrae más la atención de cualquiera que se acerca hasta sus instalaciones.
Allí pueden verse desde unas zapatillas utilizadas por el bailarín principal del American Ballet Theatre Ángel Corella, a la casaca empleada con 14 años por Víctor Ullate para las variaciones del ballet Cascanueces y que fue confeccionado por los talleres de sastrería de la escuela de Rosella Hightower en Cannes.
También hay zapatillas donadas por el bailarín argentino recientemente retirado Julio Bocca, por los cubanos Xiomara Reyes y José Manuel Carreño, por el colombiano Carlos Molina y su mujer, la argentina Erica Cornejo, además de un capote y los zapatos que utilizó Antonio Canales en el espectáculo Torero.
Sin embargo, los objetos más valiosos que pueden verse en sus vitrinas son el plato con el que bailó la rusa Agripina Vaganova a principios del siglo XX las variaciones de La Bella Durmiente, una casaca que perteneció a Michel Renault donada por la Ópera de París y, probablemente, el único traje que se conserva de Carmen Amaya.
De este traje de color azul forma parte una chaquetilla bordada en plata, que en su día estuvo adornada con perlas, y que le fue regalada a la mítica bailaora por el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt durante una fiesta en la Casa Blanca en los años cuarenta.