Hoy en día existen productos que pasan por una veintena de manos desde que se recogen hasta que llegan al consumidor final. No es el caso de la ciruela Claudia Reina Verde. Muchos apellidos para una fruta muy especial que mantiene en Nalda su epicentro de producción y distribución, con un sistema que ha ido cambiando a lo largo de los años pero que mantiene su esencia a través del cooperativismo y la unión de un pueblo en torno a un producto.
La historia comenzó en los años 60 cuando un grupo de agricultores de Nalda decidió saltarse a los comisionistas e intentar vender sus productos de forma directa. La cooperativa nació bajo la tutela del cura de la localidad con un sistema a vereda. “Cada vecino hacía lo que podía, iban construyendo la nave, los cubos de madera en los que ponían los pepinillos y colifroes en agua con sal para venderlas después y ponerlas con vinagre. Cogían fresas, pepinos, cebolletas... Pero la ciruela siempre fue especial”, recuerdan los que entonces eran chavales.
Ricardo Ruíz Ramírez vio a sus padres crear la cooperativa y con los años llegó a ser uno de sus presidentes. “Había entonces ciruelas en cuatro sitios de España: en Nalda, en Quel, en Gavá (Cataluña) y en Aranjuez (Madrid)”, explica, “luego se fueron plantando más pero ninguna es como la de aquí”.
“Esta ciruela nuestra es distinta a las demás”, reafirma otro de los ex presidentes y actual miembro del Consejo Rector, Gregorio Martínez Martínez, “La gente la coge en verde para que les aguante más en la cámara pero nosotros no. Aquí la cogemos un poquito más madura, con un poco de 'roseti', cuando empieza a coger color. Y así, al ser más madura, es mejor para comer, para hacer pasas y para todo. Tiene otro sabor pero también tiene otro precio. No podemos competir con el resto ni el resto puede competir con nosotros porque son productos distintos”.
Ahora es el producto estrella pero en el inicio de la cooperativa convivía con otros muchos. “En los inicios, la cooperativa realizaba la primera transformación, ponía los pepinillos en sal y limpiaba los puerros y cebolletas. Era un momento en el que los encurtidos tenían mucha importancia y se consumían de kilómetro cero. Hoy en día en cambio vienen desde muy lejos”, explica Raquel Ramírez desde El Colletero, una de las asociaciones que forman parte de la cooperativa. “Al dejar de hacerlo, nos metimos en la modernización, no quedaba otra. Se tuvo que hacer una inversión de 30 millones hace más de quince años. En ese momento también estaban a la orden del día las subvenciones europeas”, recuerda, “al final se recibió apenas el 8% de lo comprometido y eso llevó a una deuda en el banco que no hemos conseguido cerrar hasta hace muy poco tiempo”.
En ese camino de dificultades, El Colletero ha sido un socio fundamental. “Sin estas mujeres, la cooperativa no hubiera sobrevivido”, coinciden Gregorio Martínez y Ricardo Ruiz, dos de los ex presidentes. Ellas se quitan importancia. “Esto es cosa de todos, nosotras hemos apoyado en tiempos de dificultades y todavía seguimos haciendo la comercialización directa de la cooperativa al consumidor”, explican.
A día de hoy la cooperativa tiene una treintena de socios. Los hay que producen mucho y otros que producen bastante menos, hay gente del campo y asociaciones y gente del pueblo que simplemente trata de colaborar. Y lo mejor es que la gente joven sigue llegando. Hay hijos de agricultores que aportan lo que pueden y otros jóvenes que se dedican al campo, incluso hay uno que hará próximamente la incorporación como joven agricultor. Parece que el futuro está asegurado.
“Si nos movemos bien conseguimos que la gente joven que quiera quedarse en el campo pueda hacerlo”, explican los más mayores, “tenemos que conseguir que la gente admire nuestro producto. Es la economía social, conseguir poder los productos a lo que cuesta de la forma más directa posible”. No es tarea fácil. La ciruela viene de golpe y hay que venderla siempre a la vez. Además, mientras que hay productos que pasan hasta por 20 manos, los productores de ciruela de Nalda siguen intentando hacer la venta más directa posible, de esta forma consiguen mejorar el precio de la cosecha y no desanimar a la gente a cultivar este producto porque tienen claro que “si perdemos las ciruelas vamos a perder un producto de una variedad casi única”.
Las cosas siguen sin ser fáciles. Está por un lado las dificultades que marca la naturaleza. La sequía de los últimos veranos y la arbitrariedad de la liación para la polinización de esta especie hacen que algunos años la producción baje. El tiempo, la mayor o menos existencia de abejas... Pero por otro lado está la burocracia, las cartas que se acumularon durante años y que tanto ha costado poner al día. Pero todo ello lo suplen con un don: la resistencia. “Ese es el mérito de esta cooperativa”, coinciden todos, “resistimos con menos cosecha y con muchas dificultades gracias a la unión y el trabajo de las personas del pueblo”.