Martín García no tenía nada que temer. Él no había hecho nada y por tanto, no tenía ninguna razón para esconderse de nadie. Así que salió de casa de su suegro, Elisardo Marijuán que había sido el último alcalde de Uruñuela de la República y tenía dos hermanos sacerdotes, donde había estado escondido dos días. Esa misma noche, el alguacil lo fue a buscar para darle recado de que debía personarse en el Ayuntamiento.
Martín, confiado acudió. Nunca más volvió a ver ni a su mujer ni a sus dos hijos, Angelita de 3 años y Martín de 10 meses. Murió asesinado al día siguiente , 7 de agosto de 1936 en el puente de Viguera junto con otras cinco personas más de Uruñuela y Entrena. Antes, los falangistas habían asesinado a otras seis personas, un total de 11 muertos fueron enterrados en el túnel de Viguera.
Martín García, hijo del asesinado, no se enteró de lo que le había pasado a su padre hasta los 14 años. Su madre no quiso contarle nada, por temor a represalias o revanchas. Pero todos los años subían ella y otras viudas de Uruñuela a rezar donde decían que estaban enterrados. Contaban únicamente con lo que la gente de Viguera recordaba de aquella fatídica noche, para saber el lugar donde descansaban sus familiares. Ni una cruz, ni unas flores, ni una lápida recordaban que bajo esa tierra yacían 11 personas.
Pero desde el 27 de octubre de 2007, Martín García descansa en el panteón familiar de Uruñuela. Su hijo Martín junto con otros hijos de asesinados, lucharon para exhumar los cuerpos en Viguera. Contaron con la ayuda del Foro de la Memoria Histórica en La Rioja que les proporcionó los profesionales y los medios para recuperar los cuerpos e identificarlos.
“Al principio, los familiares de los asesinados en Uruñuela no querían hacer nada. Todavía tenían miedo y pensaban que eso era remover el pasado. Pero los familiares de los de Villamediana estaban tan dispuestos como yo, así que tiramos para adelante” afirma Martín García. Al recordar lo que había sentido cuando recuperó los restos de su padre, Martín se emociona. “Ahora estoy tranquilo, sé que lo tengo aquí, que lo hemos recuperado”.
Las exhumaciones de la fosa de Viguera y el posterior reconocimiento de los cuerpos costaron 80.000 euros. Un coste elevado en el que no se incluyen los honorarios de arqueólogos y forenses, ya que todos ellos trabajaron de forma desinteresada. A partir de ahora, con la entrada en vigor de la Ley de la Memoria Histórica aprobada en el Congreso de los Diputados el pasado 31 de octubre de 2007, el Estado debe hacerse cargo de las costas que suponen la exhumación de cadáveres en fosas comunes. Esta ley ha nacido con el objetivo de reconocer a las víctimas de los bandos de la guerra, las de la Dictadura así como la retirada de símbolos franquistas de la vía pública. En cambio, la Ley excluye el reconocimiento de las víctimas del bando republicano ni tampoco insta a las investigaciones de lo ocurrido desde 1936 hasta 1975.
LISTAS Y DESAPARECIDOS
Listas de desaparecidos, fusilamientos, fosas comunes… Todos estos conceptos que pertenecen a un pasado no demasiado lejano de España, están de plena actualidad gracias a un hombre: al juez Baltasar Garzón. El pasado 1 de septiembre, Garzón anunció que iba a pedir a diferentes instituciones públicas y privadas información sobre los desaparecidos durante la Guerra Civil Española. La investigación tiene como origen las ocho denuncias presentadas por varias asociaciones de familiares de desaparecidos durante la guerra. Por ello, el Juez pidió al Abad del Valle de los Caídos, al Archivo General de la Administración así como a la Conferencia Episcopal todos los datos sobre este respecto con el fin de determinar si es de su competencia investigar estos hechos. 22.827 parroquias de toda España tendrán que facilitar los libros de difuntos de aquella época a la policía judicial.
Jesús Vicente Aguirre ha escrito el libro “Aquí nunca pasó nada. La Rioja 1936”. En sus más de 800 páginas narra la historia de los 2.000 asesinados durante la Guerra Civil en todos los pueblos de La Rioja. Para Aguirre, la iniciativa de Garzón es positiva aunque cree que se debe dar un paso más. “Habría que crear una Comisión de la Verdad, como ocurrió en Argentina o en Chile después de las Dictaduras de Videla y Pinochet”. En esa Comisión de la Verdad se investigarían los hechos y se restauraría la memoria de las víctimas.
Por su parte, la Asociación Foro por la Memoria en La Rioja está expectante. Uno de sus miembros, Eduardo Eguileor se muestra escéptico con la iniciativa de Garzón: “No sabemos hasta donde será capaz de llegar, veremos qué pasa”. La asociación a la que pertenece no se ha personado como parte en las ocho denuncias que han sido presentadas en el Juzgado. Pero han presentado muchas otras para llevar a cabo las exhumaciones en las fosas comunes como la de Viguera. Foro por la Memoria Histórica surgió hace seis años en La Rioja ante la necesidad de saber dónde estaban centenares de personas fusiladas durante la Guerra Civil. Precisamente, Eduardo tiene un familiar desaparecido. No sabe dónde está enterrado su abuelo, un militar del Ejército Republicano. Él mismo nos cuenta cómo vivieron los familiares de las víctimas de Viguera la exhumación de los cadáveres. “Había muchos nervios. Tenían prisa por recuperarlos y temían que no estuvieran allí enterrados.” Cuando recobran los restos de sus padres, hermanos, abuelos o esposos, los familiares pasan por un periodo de tranquilidad y orgullo. Tranquilidad porque ya pueden descansar junto a los suyos y orgullo tras 40 años de silencio y miedo por ser hijo, esposa, nieto o hermano de un “rojo”.
LA BARRANCA
Los 407 muertos enterrados en La Barranca también fueron asesinados por lo mismo. Eran “rojos”: Comunistas, socialistas, sindicalistas o nada de esto y simplemente eran mal mirados por los redactaban las temibles “listas”. Vecinos de Navarrete, Entrena, Logroño o Lardero fueron asesinados y enterrados en lo que ya es un símbolo de la locura de la Guerra en La Rioja. La Barranca, en Lardero, es un cementerio civil que se construyó en 1979 gracias al tesón de los familiares de los allí enterrados. El 1 de mayo de ese año abre por primera vez sus puertas y se inaugura el monumento a las víctimas creado por Alejando Rubio Dalmati.
El lugar impresiona, más si cabe, que cualquier otro cementerio. Hasta allí va a rezar el propio párroco de Lardero, Pedro Rosales. Es un hombre amable, muy conocido en el pueblo por sus proyectos solidarios en el Tercer Mundo y por su buena sintonía con la juventud. En su despacho de la Iglesia de San Pedro nos muestra los libros de defunción que corresponde a 1936 y años posteriores. Muchos de los libros de difuntos se quemaron en el incendio que arrasó con la Iglesia en marzo del 36. No se salvó nada del templo tan sólo un Cristo que fue mutilado por los mismos jóvenes izquierdistas que quemaron la iglesia. Aquello motivó la tragedia porque, tal y como afirma Pedro, “las llamas de la Iglesia fueron apagadas con sangre”. Sangre de los 31 vecinos asesinados y de los más de 400 que yacen en La Barranca.
El año que viene se cumplen setenta años del fin de la Guerra Civil Española. Después de 40 años de silencio y de un periodo democrático que pasó de puntillas sobre los asesinados, represaliados y desaparecidos, la Memoria Histórica resurge con fuerza en la vida de la sociedad española. Algunos dicen que sólo sirve para reabrir viejas heridas pero según Jesús Vicente Aguirre, todas las heridas de un bando están ya cerradas y sólo las del otro, las de los perdedores, siguen abiertas. “Hay que ponerse en la piel de los perdedores porque a los ganadores ya se les reconoció durante 40 años. Las heridas se cierran con la justicia, la verdad y la reparación.”