La vida en un pueblo de La Rioja haciendo arte con las piedras

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“Tenía 21 años, me encantaba el monte y sobre todo las piedras y quería vivir en un pueblo”. Estas son las mimbres sobre las que se asienta el proyecto de vida de Adriana Díaz, una artesana cantera que se instaló en Ojacastro hace más de dos décadas. Su obra y su activismo en defensa de la vida rural y la artesanía son un referente en La Rioja. Reconoce las dificultades que entraña esta elección pero repite como un mantra que “si quieres, puedes”.

La pasión por la cantería y por el mundo rural han ido casi de la mano. Comenzó sus estudios en la Escuela de Artes cuando vivía en Logroño, “pero sólo había una asignatura sobre cantería y no me quedó otra que ser autodidacta”. Estudió fotografía, cerámica y muchas otras disciplinas artísticas pero la piedra era lo que más le atraía. Paralelamente se desarrollaba otra pasión. “Quería vivir en un pueblo, irme de Logroño”. Buscó por toda La Rioja y acabó encontrando una vivienda en Ojacastro. Lo que al principio era sólo una ubicación en el mapa, pronto acabó convirtiéndose en su hogar, su escenario artístico, su taller y su familia.

Desde su taller de cantería creativa realiza piezas de todo tipo con una disciplina muy arraigada a la sostenibilidad. Hace una lápida para el cementerio o unos saleros para un restaurante, esculpe monolitos para un pueblo y el número para la vivienda de un vecino, elabora jaboneras y esculturas. Talla con sus manos el paisaje que le rodea. Y va más allá.

Adriana Díaz (segunda por la derecha) con otras mujeres de Ojacastro

Para Adriana Díaz es fundamental dar vida y dinamizar el pueblo. Por eso ha llevado a cabo diferentes talleres y exposiciones efímeras integradas en el paisaje. “Este pasado verano coloqué diferentes elementos de piedra y madera en los que los vecinos iban colocando palabras”, recueda, “coloqué una jaula abierta para recibir palabras enjauladas, un madero para recibir palabras clavadas o una horca para que colgaran las palabras. Es impresionante cómo el pueblo entero participa”. En otro de sus proyectos colocó marcos de madera para que la gente se sacara fotos. “Se trataba de ser conscientes de la belleza que tenemos en el pueblo. El arte mueve a la gente, hace pensar”, reflexiona. Con esa misma idea hizo un recorrido colocando diferentes piedras del valle, desde Santo Domingo a Valgañón con los distintos tipos de piedra de cada lugar, “de las más claras a las más rojas”.

Esa filosofía arraigada al territorio y a la sostenibilidad del entorno hace que cada uno de sus proyectos se amolde al lugar en el que se desarrolla y así lo ha hecho vistiendo incluso las mesas de un restaurante con dos estrellas Michelin. “Los hermanos Echapresto me pidieron unas piezas para su restaurante. Fui allí, al monte, y recogí piedras del entorno, cantos de río que es lo que hay en Moncalvillo. Ahora esas piezas decoran cada una de las mesas. No tendría sentido haberlo hecho con piedras de otro lugar”, explica la artista.

Dificultades para la artesanía rural

No tiene página web ni vende sus piezas online porque no es la política que quiere para su artesanía. “Quiero conocer al cliente y que el cliente me conozca a mí. Ahora utilizo también las redes sociales pero sólo como un escaparate. Aquí quien llega suele ser más por el boca a boca”, reconoce. Por eso el hecho de estar en un pueblo, ventaja en muchos sentidos, acarrea también una dificultad. “Aquí no tenemos tantos clientes como en una ciudad pero pagamos lo mismo como artesanos. En otros países de Europa apenas pagan cuotas de 50 euros pero aquí no se contempla así la particularidad de la artesanía”, explica la cantera. Por eso desde hace tiempo ha decidido compaginar su labor en el taller con otros pequeños trabajos. “La idea es tener pequeñas economías para conseguir con todas ellas una economía suficiente para mantener a mi familia”. Ahora está trabajando en la recuperación de la manzana de Ojacastro, el año pasado fue alguacil del pueblo.

Considera que se podrían hacer cuotas más realistas y tener también en cuenta la particularidad de la mujer en el entorno rural. Otro de los problemas que señala es el de la vivienda. “Ahora mismo en los pueblos encuentras sin problemas alquileres para pasar el fin de semana pero si quieres vivir ya es otra historia, la juventud no puede alquilar casas ni tampoco hay vivienda social”, señala, “ahí es donde tenemos que poner el foco para evitar la despoblación”.

“Merece la pena y si queres, puedes”

Sin embargo tiene claro que por encima de todo es una cuestión de voluntad. “Las opciones en un pueblo son tener un oficio, el campo o el teletrabajo, pero también se puede buscar un trabajo en un núcleo cercano y desplazarse. La tranquilidad de esta vida lo compensa todo”, afirma la artesana.

“Tengo cuatro hijos y aunque no tenía familia aquí cuando llegué, nunca me ha faltado apoyo. Los vecinos te ayudan con los cuidados, recogen a tu hija si no llegas al autobús, te ven quemando la poda o cortando leña y salen rápido a ayudarte. Mis hijos van andando al autobús y tienen al lado a las vacas de Manolo y Portu, tienen libertad, una red más solidaria y un trato intergeneracional que es impagable. Todos les conocen y ellos conocen a todos sus vecinos”. Esto, para Adriana, lo compensa todo.

“Creo que los pueblos tienen futuro pero tenemo que querer”, continúa, “tienen que mejorar muchas cosas, se necesita más apoyo pero si quieres, puedes. Cuesta más encontrar vivienda pero también es verdad que pides cita para el médico y te dan la misma mañana”. Tiene claro que su futuro seguirá ligado a su entorno, a su comunidad de vecinos y a los elementos de su paisaje. “Sé que esta vida no es para todo el mundo pero también sé que hay gente que sí la quiere y para todas esas personas, hay que conseguir oportunidades en nuestros pueblos”.

*Contenido patrocinado por el Gobierno de La Rioja