Es el vino. No tiene discusión alguna. Desde que se lanza el cohete, los logroñeses adoptan un nuevo rol al que no acostumbran los otros 358 días del año. ¿La explicación? Está dentro de una bota. O de un porrón. Es la celebración de la vendimia. San Mateo no sale en procesión. Las fiestas de la capital riojana transforman a su vecino del quinto, a su prima y a usted. El mañana no importa. Sin embargo, no a todos les afecta por igual la fermentación alcohólica del mosto. Las personalidades encontradas son tan variadas como...
El currela: es el más sacrificado. Depende de cómo le caiga el turno, puede disfrutar más o menos de la fiesta, pero busca cualquier resquicio para tomarse una copa y estar en el meollo. Retirarse más pronto de las dos es una derrota.
El taurino: por la mañana va al apartado, toma un vermú, come en casa y acude a La Ribera como si este año Chopera hubiera preparado una buena feria. Termina siempre cabreado, diciendo que es el último año que se saca el abono y viendo el programa de Pablo García Mancha.
El complementos: desde que comienza la fiesta su única meta en la vida es buscar a los vendedores ambulantes, sean de la raza que sean, para regatearles el precio de sombreros, gafas, pulseras, luces... al final de San Mateo parece un Transformer.
El canso: quiere ir a todos los actos. Se cree Dios y poder estar en todas partes. En alguna ocasión se le ha visto de manera simultánea en dos sitios. Las cámaras de TVR y Popular TV lo han captado y dan fe. No se pierde una. Lo pueden encontrar en la Plaza del Mercado, en las vaquillas, en la Glorieta del Doctor Zubía, en la Casa de Andalucía, en la Calle Oviedo y en el Recinto Ferial. Incluso en Gorgorito.
El inmaculado: no son los soldados-esclavos y eunucos liderados por Daenerys Targaryen. Se trata de esa extraña persona que regresa a casa tal y como había salido. No vuelve hecho un cristo ni aunque sean las tantas de la madrugada.
Los emparejados: van en pareja. Siempre. Normalmente abrazados o de la mano. La ropa y el pañuelo, siempre a juego. “Hoy toca en tonos naranjas”. Pueden reservar una noche para salir por su cuenta, pero se acaban buscando a la segunda copa. No puedo vivir sin tiiiiiiii.
El semidios: tiene un ritmo inalcanzable, sólo apto para valientes e inconscientes. Puede comenzar su jornada en el almuerzo y acabarla al día siguiente en la cena. En el camino ha dejado la cuenta corriente temblando, la tarjeta sin crédito y ha quemado media ciudad. Seguirá de fiesta hasta que el cuerpo le aguante.
El de los fuegos: conoce hasta el nombre de las compañías que participan en el Concurso Internacional. ¿Ahora se entera que en San Mateo se celebra este torneo? Enhorabuena, es usted normal, pese a que se intente vender como si fuera la Champions League. Al final de las fiestas hace una valoración de los mismos en los que siempre gana alguna empresa valenciana. “Los del segundo día, que eran de Valencia”.
El musical: va a los conciertos y, por raro que parezca, consigue arrastrar a los amigos. No le gustan los cantantes. Tampoco los conoce. Es una excusa para hacer botellón.
El musical punk: sus conciertos son el Parrilla Rock y cualquier cosa alternativa a la música comercial que haya en la Plaza del Parlamento, la Plaza San Agustín o la Plaza San Bartolomé. Bebe cerveza, lleva el pelo largo y se ducha menos que la media.
El perdido: sale con sus amigos, pero nunca está con ellos. Le sirven de guía para saber hacia qué bar va, pero nunca entra. Sus conocidos le salen al paso impidiéndole estar con su cuadrilla. Cuando llega, toca ir a otro. Por suerte, alguien le pasa su copa, que se va tomando de camino hacia el siguiente garito.
El famosete: está en Logroño de paso. Actúa en el Ayuntamiento, en el Bretón o en algún espectáculo callejero. La capital riojana le parece el mejor lugar del mundo y así se lo hace saber a sus espectadores, así como a los periodistas que le entrevistan. Lo mismo le ocurre al ir a Zaragoza.
El novato: adolescentes aparte, este personaje suele rondar los dieciocho años. Acaba de comenzar la universidad. Se siente guapo, alto, fuerte, listo y el primer día va a comerse el mundo. Lo vomita a media tarde en una acera de la calle Mayor y tiene que ser acompañado a casa por el amigo más tranquilo. No puede moverse de la cama hasta mediada la semana.
El exiliado: vive fuera por motivos laborales o estudiantiles. Aparece un par de días, casi siempre en fin de semana, e intenta aglutinar el mayor de peculiaridades festivas en 48 horas: degustaciones, comida, toros, pelota y salida nocturna. Abandona Logroño en autobús con morriña y ganas de quedarse.
El casero: su casa está en el extrarradio (a más de un kilómetro de El Espolón). Aprovecha las fiestas para descansar y, si acaso, baja al parque de su barrio el día en que hay actividades infantiles y algún tipo de pincho con vino.
El veterano: conoce al dedillo cualquier detalle de la fiesta y no se le escapa una. Sabe administrar sus fuerzas para disfrutar en cada momento al máximo, pero sin salirse de punto. Nunca le entra una pájara ni se le aparece el hombre del mazo. Han sido muchas batallas las que ha librado. Ahora, las gana todas. Incluso se comporta ante los familiares de la parienta y los suyos propios.
El banquero: siempre lleva el bote.
El meón: mea más veces que cubatas se mete para el cuerpo. Su vejiga es del tamaño de una nuez. Siempre acompaña al que va a mear, por lo que a veces levanta suspicacias entre el grupo de amigos.
El imperturbable: mantiene la compostura en todo momento pese a que su cuerpo le pida clemencia. Su cara no atisba rostro de fátiga ni signos de borrachera. Tampoco se tambalea. Puede preguntarte qué tal la familia como si se fuera a acordar al día siguiente. No lo hará.
El anti: se marcha a Salou, Noja, Lanzarote o Benidorm. “Por el dinero que me gasto en fiestas, me marcho de vacaciones”.
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