¿Y si lo intentáramos de verdad?

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La sanidad pública en La Rioja lleva años pidiendo auxilio. Lo hace en silencio, sin titulares de prensa ruidosos, pero con síntomas cada vez más evidentes: profesionales que se marchan, plazas que nadie quiere, hospitales que funcionan con lo justo. El reciente rechazo de cientos de aspirantes MIR a elegir destino en nuestra comunidad no es una casualidad. Es la consecuencia lógica de una política sanitaria que no se ha atrevido a mirar al futuro.

Tenemos un problema crónico de falta de planificación. Sabemos dónde están las especialidades más tensionadas. Sabemos qué hospitales están al límite. Sabemos cuáles son las zonas que apenas tienen cobertura. Y, sin embargo, no se hace nada. O peor, se hacen promesas sin calendario ni presupuesto, como si bastara con esperar a que las cosas se arreglen solas.

Mientras tanto, más de 61.000 riojanos han contratado un seguro privado de salud en 2024. Esa cifra equivale ya a casi el 20% de la población. No es un capricho. Es el reflejo de una desconfianza creciente, de una ciudadanía que recurre al sistema privado porque no encuentra respuesta en el público. Porque no puede esperar. Porque no se fía. Esta deriva no es casualidad, es la consecuencia directa de años de abandono, de falta de inversión, de mirar hacia otro lado mientras el sistema se deteriora.

Y no será porque no tengamos ejemplos cercanos de que es posible actuar. Otras comunidades, con circunstancias similares a las nuestras, han empezado a moverse. No han hecho magia. Simplemente, han entendido que no podían permitirse perder más tiempo. Han comenzado a ofrecer mejores condiciones laborales, a premiar el arraigo, a facilitar que un profesional quiera quedarse. Aquí, en cambio, seguimos instalados en la queja, en el lamento, en la resignación. Y, lo que es peor, seguimos perdiendo talento.

El caso del Hospital de Calahorra es especialmente revelador. Lo que debería haber sido una apuesta estratégica se ha convertido en un foco de incertidumbre. Plantillas insuficientes, falta de planificación, sensación de abandono. Es un espejo de lo que no se ha querido corregir. Y no es el único.

Pero el problema no está solo aquí. También está -y quizá sobre todo- en Madrid. ¿De qué sirve tener cuatro diputados y cuatro senadores si no son capaces de hacer valer la voz de La Rioja? ¿Para qué los queremos si, cuando se debaten cuestiones fundamentales como la financiación sanitaria o la situación de los médicos en zonas rurales, no se les oye, no se les ve, no se les espera?

No se trata de pedir milagros. Se trata, simplemente, de que quien nos representa deje de callar y empiece a actuar. De que se exija un trato justo. De que se defienda lo que esta tierra necesita con urgencia: profesionales que quieran quedarse, hospitales que puedan funcionar, ciudadanos que no se sientan abandonados.

La Rioja podría hacer mucho más. Tiene el tamaño. Tiene el conocimiento. Tiene incluso el diagnóstico bien trazado. Lo que falta es voluntad. La voluntad de hacer lo que otros ya han empezado a hacer. La de apostar en serio por los profesionales. La de diseñar una estrategia propia, pensada para nuestras necesidades y no para los titulares.

No haría falta una revolución. Bastaría con empezar a moverse. Porque se puede. Porque podríamos hacer mucho más. Pero seguimos sin hacerlo.

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