Utopías 10: El poder de la literatura
Intentar escribir en este mes de abril sin tocar el monotema me está resultando difícil. Todas las conversaciones se refieren a lo mismo. No hay espacios en los medios de comunicación que, a través de los diferentes géneros periodísticos, no aludan al «innombrable» y sus secuaces. Como dije hace dos meses, yo he tomado la decisión de ajustarme al refrán: «no hay mayor desprecio que no hacer aprecio» y en esta Semana Santa de 2025, me encuentro sin ideas, sin fuentes de inspiración…
En este estado de sequía mental me desperté el catorce de abril, el día de la República, y escuché en la radio: «ha muerto el Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa». A partir de las ocho de la mañana de ese día, todo fueron elogios para el escritor peruano-español al que todos hemos conocido, bien porque lo hemos leído (yo en parte, no todo), o hemos oído hablar de él por una causa o por otra. El adiós definitivo de Vargas Llosa se convirtió en noticia de primera y acaparó comentarios, testimonios de otros escritores, por ejemplo de Javier Cercas, programas especiales como el de la 2 de TVE, emitido en la madrugada del 15 de abril, que hizo un repaso general a la vida y obra del escritor y que me permitió recordar una adaptación teatral de su novela:«La fiesta del chivo».
Fue hace muchos años, en un festival de teatro de Logroño. Me quedé impresionada por el asesinato del dictador Trujillo y por todo lo que ocurrió a su alrededor antes y después del crimen. Aún recuerdo a los actores moviéndose por el escenario, bailando, a veces, en lo que podía ser una danza entre macabra y festiva. Era una adaptación contemporánea, mi memoria no ha retenido el nombre de los actores, ni el de la compañía, en cambio, sí veo los colores, las luces, el movimiento; incluso me acuerdo, que fui con mi madre y mi preocupación era que ella no entendiera el tema. Sí lo entendió, vaya que sí lo entendió, mejor que yo.
Es la grandeza de los gigantes, en el caso de Mario Vargas Llosa, de la literatura.
Siguiendo con las evocaciones del pasado, también he rememorado las dos veces en las que tuve ocasión de ver, escuchar y saludar a Mario Vargas Llosa. Estuvo en La Rioja en tres ocasiones. En las dos primeras tuve la suerte de cubrir para los informativos de RNE, la estancia del ya entonces conocido escritor aunque, todavía no, premio Nobel de Literatura.
En 1996, el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Calificada, concedió el premio Prestigio Rioja, al autor de «Conversación en la Catedral», «La ciudad y los perros», «Pantaleón y las visitadoras»… La sala de usos múltiples del Consejo estaba a rebosar. Literalmente, «no cabía un alfiler». Era una tarde de mucho calor y los periodistas, (yo por lo menos) tuvimos que «sudar de lo lindo». Todo era destacable en su discurso, extraer un titular o resumir su intervención para entrar en los boletines nacionales, o en los informativos en los que los editores te pedían 40 segundos o un minuto y medio si el informativo era de media hora, no fue tarea fácil. Tampoco las intervenciones en directo con la voz del premiado en segundo plano. Unos diez años más tarde, la Universidad de La Rioja, tuvo el acierto de nombrarle «Doctor honoris causa», el primero en la historia de nuestra Universidad. También fui a cubrir el acto. En esta ocasión mucho más solemne.
Todo el claustro con toga y birrete al igual que el entonces rector, Martínez de Pisón y que el propio doctorando. El discurso de Mario Vargas Llosa fue una auténtica lección magistral. Las letras, palabras, frases estaban maravillosamente bien unidas. El origen del español, el vino de Rioja, el valor de la Universidad por la función que juega en la transmisión del saber, no eran recursos tópicos para un personaje que estaba en La Rioja, eran literatura de la mejor calidad, y eso que aun teniendo muchos reconocimientos literarios, aún no había alcanzado el Nobel de Literatura.
Leer a Vargas Llosa es admirar como cada sílaba encaja perfectamente en la narración, al igual que las piezas de un «puzzle».
Su ideología política ha sido muy cuestionada a lo largo del tiempo. En su juventud llegó a afiliarse al partido comunista peruano, en su evolución posterior se autodenominaba liberal, que para nosotros es decir lo mismo que conservador o de derechas, pero siempre partidario de la democracia.
En el diario EL PAÍS, escribía tribunas que eran auténticos tratados de filosofía y de política. Yo no compartía sus posturas. Por ejemplo, no compartí su pronunciamiento a favor del gobierno de Mariano Rajoy, en lo relacionado con el «procés», y con la aplicación del artículo 155 de la Constitución, aunque evidentemente mi argumentación distaba infinitamente de la suya. Pese a lo elemental de mi manera de pensar, estaba convencida de que aquello no podía terminar bien.
Un periodista, Martin Bianchi, que pese a hablar y escribir de los famosos, lo hace con elegancia y después de haber contrastado todo lo que cuenta, ha dado a conocer que Mario Vargas Llosa sufría desde hace cinco años una enfermedad que ha acabado con su vida. Ha muerto en Lima, en su Perú natal y el entierro, por expreso deseo suyo, se hará en la intimidad.
La vida, obra y muerte del que ha sido premio Cervantes de Literatura, premio Príncipe de Asturias, académico de la RAE, Nobel de Literatura y miembro de la Legión de honor de Francia, ha desplazado a las agotadoras tertulias, columnas, testimonios, entrevistas, etcétera que venimos padeciendo gran parte de los mortales en los dos últimos meses. Ha sido, sin duda, EL PODER DE LA LITERATURA.
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