Santa Marina: raíces resilientes y juventud renovadora

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Santa Marina, un pueblo con cuatro habitantes “de fijo” y una media de edad de 67 años. La tercera población más alta de La Rioja pertenece a Santa Engracia y está a 1243 metros de altitud. Como muchos de los pueblos y aldeas de nuestra comunidad y de toda España, ha visto cómo sus habitantes han ido envejeciendo o abandonándola con el paso de los años.

Sin embargo, a contraste del abandono rural, hace ya cuatro años un atisbo de juventud decidió asentarse allí. Roberto Calvo de 32 años, ‘Kuko’ para los amigos, es la persona más joven que vive en la aldea. Su afición por el campo y los animales provocó que abandonase su vida en la capital riojana para mudarse al pueblo de su abuela.

Con tan solo 15 años ya tenía su propia colmena de abejas. “Cuando llegué a casa y le dije a mi madre que los tíos me habían regalado una colmena, ella ya lo veía venir. Me dijo ‘una nada más’, y le dije ‘que sí, que sí’. Ya sabes lo que se les dice a las madres…”.

Antes de emprender su propio camino en el mundo rural, Roberto había estudiado ingeniería de montes, vivía en Logroño y trabajaba en una oficina 40 horas semanales, “y claro mis padres me querían ver con oposiciones y con corbata en una oficina, pero después de cuatro años haciendo lo mismo, de casa al trabajo y del trabajo a casa, me harté”, confiesa.

“Los fines de semana subía aquí y no me daba tiempo de hacer nada, por lo que un día eché cuentas de las horas que trabajaba y lo que ganaba, y de lo que podía trabajar y ganar aquí, y los números cuadraban, por lo que tomé la decisión de mudarme”, recuerda de la decisión que lo cambió todo.

Cuando les dijo a las personas de su entorno que había decidido hacer este cambio de vida, no todo el mundo le apoyó. “Había gente que me decía que qué valiente y qué bien, pero los más cercanos me tomaron de loco y se preguntaban qué iba a hacer aquí”. “Eso sí, mi abuela que es de aquí estaba encantada”.

Ahora mismo con 270 colmenas y 22 yeguas, además de sus cuatro perros, Roberto se dedica a la producción de miel y de carne de caballo. Su miel, “El praeño”, en referencia a la denominación de los habitantes de la aldea, viene ya de sus tíos, quienes le metieron en el mundo de la apicultura. “Tanto para mi padre como para mi madre fue culpa de ellos y para mí gracias a ellos”. Aunque la dedicación a los animales no le ha apartado del oficio en el que invirtió siete años de carrera y cuatro de oficinas, por lo que continúa haciendo proyectos para particulares.

A pesar de ser la vida que le gusta y ha elegido, confiesa que los inviernos son muy duros. “Estás solo y hay muchos días que estás incomunicado totalmente”. “Los señores mayores que viven en el pueblo sabías que estaban vivos porque veías humo en la chimenea, pero no los veías fuera de casa”.

Uno de los problemas que sufre la España vaciada es el olvido por parte de las administraciones públicas. Roberto alega que “una de las limitaciones que hay es que la carretera esté limitada en tonelaje. Tenemos problemas para hacer obras, subir alimentos para los animales, etc. Muchos camiones no pueden subir por esta carretera, que es la única que nos conecta”. “Además, desde la administración nos animan a realizar todos los procesos a través de internet, sin embargo, no nos proporcionan una cobertura estable con la que poder trabajar”.

Lo que ya ha llegado a Santa Marina es la luz y, a pesar de que pueda parecer un suministro básico, lo hizo en marzo de este mismo año. Antes de que la comunidad energética del Gobierno dotara al pueblo de electricidad, cada uno de los vecinos se sustentaba con sus propias placas solares, “pero no era suficiente y en invierno teníamos que usar velas o cenar a las seis y media de la tarde, que ya es de noche, para irnos a la cama”.

A pesar de la despoblación, Santa Marina no solo es un lugar en el mapa, sino un recordatorio de la capacidad que tenemos las personas para transformar y preservar lo que alguna vez fue nuestro pasado y lo que debería seguir formando parte de nuestro presente y futuro, y así lo demuestra Roberto. Su familia, que antes veía con miedo su decisión, ahora lo apoya incondicionalmente, pues ven en él la felicidad que le ha proporcionado esta nueva vida.