Con 16 años, Marta había comenzado a sacar malas notas. Pese a estudiar mucho, no lograba aprobar así que, pese a los recelos iniciales, su madre logró convencerla para ir a un psicólogo. A partir de ahí, todo cambió. Marta descubrió que tras los suspensos y la falta de concentración se escondía una baja autoestima que ahora están trabajando. Y no es la única, en su clase varios compañeros también van a terapia para aprender a gestionar sus emociones. Parece que el tabú en torno a ir al psicólogo se está rompiendo.
“Se está notando un cambio en la juventud. A medida en que los padres cambian su visión del psicólogo, se lo transmiten a sus hijos”, explica el psicólogo riojano José Oraá, quien celebra que poco a poco se les vaya viendo como orientadores, profesionales que no sólo tratan problemas mentales, sino también alteraciones de conducta.
Los datos avalan esta percepción. Según la Encuesta Europea de Salud de 2014, la última publicada, en torno al 5% de los jóvenes entre 15 y 34 años acudieron a un psicólogo en los últimos 12 meses, cuando en 2009 sólo el 3% lo hacía.
Mejor desde edades tempranas
Y es que cuanto antes se acuda para aprender a hacer frente a un miedo o una obsesión, antes se podrá solucionar. “Con los años, tenemos hábitos adquiridos muy complicados de cambiar si ha pasado mucho tiempo. Cuando una situación te provoca ansiedad, el organismo la rechaza y si cada vez son más estas situaciones, te pueden llegar a anular. Cuanto antes se atajen, mejor”, explica Oraá.
Los niños y jóvenes que hoy acuden a su consulta lo hacen, sobre todo, con problemas en el estudio o en las relaciones sociales. “No tiene por qué pasar algo dramático para ir al psicólogo. Muchas veces necesitan orientación sobre cómo solucionar o gestionar esos problemas que les hacen sentir mal. A veces necesitan trabajar el tema de las afectividades”.
Y es que vivimos en una sociedad muy estresante, llena de estímulos que nos crean necesidades. Todo eso puede generarnos mucha ansiedad desde pequeños y deberíamos aprender cuanto antes a gestionarla. “No entiendo cómo no se les enseña a los niños a relajarse y a controlar la ansiedad desde el colegio. Deberíamos adquirir habilidades que luego todos vamos a necesitar, como hablar en público”.
Los padres de las nuevas generaciones se van dando cuenta de eso y cada vez son más los que llevan a sus niños a terapia. Acuden por igual niños y niñas en edades tempranas, pero cuando se hacen adultos la brecha de género se agranda y entonces son más las mujeres las que van al psicólogo: “Es fruto de la cultura machista. La mujer es más abierta a reconocer que tiene un problema de ansiedad y le cuesta menos pedir ayuda. Los hombres no lo reconocen tanto, aunque cada vez se ven más en las consultas”.
Eso sí, Oraá advierte de que ir al psicólogo no es como ir al médico. “Hay que estar motivado y poner de tu parte. El cliente debe colaborar, participar y aprender a utilizar nuevas herramientas. Puede tomar pastillas, pero no solucionan nada. Sólo atemperan el problema, pero tienes que aprender a solucionarlo”. Y cuanto antes, mejor.