El estudio “Valoración del impacto ambiental del turismo comercial sobre los ecosistemas antárticos” , promovido por el Ministerio de Ciencia e Innovación y la Fundación Abertis, propone implementar sistemas para el seguimiento y control del impacto generado en este frágil ecosistema, así como velar por el cumplimiento de las medidas acordadas en el Tratado Antártico -firmado el 1 de diciembre de 1959-, en el que se regula las actuaciones posibles de los países firmantes sobre la región.
Esta investigación, que se ha llevado a cabo durante el III Año Polar Internacional -marzo de 2007-marzo de 2009- revela que hasta hace relativamente poco tiempo, los visitantes habituales de este recóndito lugar eran científicos sensibilizados con el medio y respetuosos con el entorno.
Sin embargo, cada día es más fácil acceder a cualquier lugar del mundo en calidad de turista. Esto es lo que está ocurriendo en los últimos años en la Antártida. Según la Internacional Association of Antarctica Tour Operators -IAATO-, el número de visitantes por año ya ha alcanzado los 50.000.
Actualmente los turistas tienen la opción de llegar a la Antártida en cruceros de lujo. Según el informe, se trata generalmente de personas jubiladas con alto poder adquisitivo y poco conocimiento de como evitar el impacto y la alteraración de un ecosistema tan delicado como éste.
Según el informe, cada turista genera 4,4 toneladas de CO2. Sus desplazamientos en barco o avión son al parecer los responsables de la mayor parte de las emisiones.
A pesar de que la generalización de estos viajes es más bien reciente, ya pueden observarse alteraciones en el comportamiento de la flora y la fauna del lugar. Peter Convey, uno de los biólogos que ha trabajado en la elaboración del informe, ha detectado que algunas especies de musgos y líquenes cercanas a las zonas donde desembarcan habitualmente los turistas, tardan décadas en recuperarse tras ser pisadas.
Además, los científicos han hallado un alto nivel de organismos foráneos, traídos hasta la zona al parecer en los alimentos, ropas y demás equipaje de los turistas.
Por todo ello, los investigadores piden a aquellos sectores interesados en la realización de este tipo de viajes turísticos que se planteen si el beneficio económico que de ellos se desprende, compensa con el impacto medioambiental que producen.
Dado que es muy probable que este tipo de viajes no solo no desaparezcan sino que aumente en número y frecuencia por lo atractivo del lugar, el estudio propone financiar medidas de seguimiento, control y formación en sensibilización ambiental, imponiendo una tasa de 10 dólares estadounidenses a cada turista.
Javier Benayas, uno de los autores del estudio afirma que aún no es tarde para poner solución a este problema.