El mes de marzo del año 2020 empezó como un mes cualquiera. Era domingo, las imagenes de China e Italia haciendo frente a un virus desconocido parecían lejanas todavía y, aunque en España se confirmaban los primeros casos del denominado SARS-CoV-2, nadie se imaginaba que una pandemia mundial acechaba.
Un enfermero del hospital Txagorritxu de Vitoria y residente en La Rioja se confirmaba como el primer caso de coronavirus en la región el 2 de marzo. El primero de 27.463 riojanos que han atravesado la enfermedad en los últimos meses.
Poco sabíamos entonces del coronavirus que un año después se ha hecho recurrente en cualquier conversación. Parecía que en la mayoría de los casos la enfermedad pasaba como un catarro común y las autoridades sanitarias trasmitieron que “No estamos ante un virus que sea letal o muy grave”. Pero el escenario cambió en cuestión de días.
Se suspendieron las visitas a las residencias de mayores y los colegios cerraron el 12 de marzo. El 14 de marzo comenzaba el Estado de Alarma que nos confinó a todos en nuestros hogares durante meses para tratar de contener la expansión del coronavirus.
Un confinamiento que vació las calles de La Rioja y cambió la rutina de sus habitantes, que tuvieron que aprender sobre la marcha a teletrabajar, a ayudar a sus hijos con las clases online, que nos hizo conocer a los vecinos a través de los balcones y aplaudir cada día a las 8 de la tarde el trabajo que los sanitarios estaban haciendo en los hospitales enfrentándose al virus desde primera línea.
Pero también un confinamiento que nos llenó de miedo, de preocupación, que nos separó de nuestros seres queridos y que obligó a los enfermos a dejarnos sin poder despedirse de sus familiares; porque este virus ya había demostrado que sí podía ser letal.
La solidaridad de los riojanos no faltó tampoco esta vez. Las empresas se comenzaron a reinventarse para fabricar mascarillas, batas, pantallas y cualquier cosa que podría protegernos.
El virus comenzó a remitir cuando empezaba el verano y se dibujaba el descenso de lo que sería la primera ola de las tres que nos ha dejado ya este virus. Pudimos salir a la calle con la mascarilla como complemento indispensable desde entonces y nos fuimos acostumbrando a los cambios de restricciones y a las fases de la desescalada.
Mientras el mundo se había parado durante meses, en los laboratorios se había instaurado un ritmo frenético, con más medios y más inversión en ciencia que nunca, para conseguir una vacuna capaz de acabar con el coronavirus. Solo diez meses después del primer contagiado en La Rioja, el 27 de diciembre Javier Martín se convertía en el primer riojano en recibir la vacuna en la residencia Madre de Dios de Haro y dejaba la imagen de la esperanza tras un año difícil.
Las vacunas siguen dejando tranquilidad a su paso pero no pudieron evitar una vertiginosa tercera ola que tensionó la UCI hasta llega a albergar a 64 pacientes (antes de marzo había 17 puestos UCI) y elevó la incidencia hasta las mayores cifras de toda la pandemia.
Ahora, un año después de la llegada del coronavirus, La Rioja se encuentra descendiendo la curva, acostumbrada ya a convivir con el virus y añorando la normalidad que parecía reinar en las calles el 1 de marzo de 2020.