Refugiados en nuestra vida repleta de comodidades y privilegios resulta difícil hacerse una idea acertada de cómo se vive en otros recónditos lugares del planta, por mucho que los medios de comunicación se esfuercen en ocasiones por acercarnos esta realidad. En Brasil son muchas las personas que atraviesan por serias dificultades y padecen las duras consecuencias de la pobreza y la delincuencia que se registra en muchas zonas de este país. Es la otra cara del mundo.
Un grupo de La Universidad de La Rioja (UR) ha desarrollado un proyecto de cooperación y desarrollo en la región brasileña de La Bahía con jóvenes de entre 15 y 24 años. Sara Soisa es una de las alumnas que ha participado en esta iniciativa que ha resultado “tremendamente enriquecedora”, en sus propias palabras.
Formación orientada a la cooperación y resolución de conflictos a través del juego es el nombre de este proyecto que nació como fruto de la colaboración entre la UR, el Gobierno de La Rioja y la ONG Pioneros, según explica Esther Gargallo, profesora de la UR. Sara Soisa, estudiante de Magisterio en Educación Física, fue una de las encargadas de desarrollar las actividades previstas en el programa en el colegio Lar Santa María. “Organizamos juegos de cooperación para enseñar a jóvenes adolescentes a tomar decisiones útiles en sus propias vidas”, explica. En líneas generales, el objetivo consistía en que, a partir del juego, adolescentes y jóvenes aprendieran a valorar los beneficios que puede reportar el trabajo en grupo para la superación de problemas individuales y colectivos.
INTERÉS
Sara Soisa valora en especial la buena predisposición de los jóvenes brasileños. “El curso escolar ya había acabado, pero, a pesar de ello, muchos asistieron a las sesiones. En algunos casos incluso tenían que recorrer bastantes kilómetros para llegar a la escuela. Su actitud fue encomiable”. A ello se añade la ilusión e interés en las propias actividades. “No tienen recursos materiales y les llamaba mucho la atención algunos de elementos que empleábamos en los juegos, como unos balones muy grandes o unas redes”, añade.
El balance de esta joven aspirante a profesora de educación física es rotundo. “Prefiero a los alumnos de allá que a los de aquí. A poco que se les da, están tremendamente agradecidos”. Por otra parte, es consciente de las múltiples ventajas que ofrece una mayor formación académica. “Con la misma edad, ellos eran alumnos y nosotros profesores”, recala esta joven que en 2008 cumplirá 21 años.
Sin embargo, no todo es de color de rosa en este tipo de experiencias con los más desfavorecidos. “No todo es bonito. Es una experiencia dura”. A la pregunta de si repetiría de nuevo, Sara no duda ni por un momento. “Sí”, contesta, al tiempo que señala una condición sine qua non: “no me iría sola”. “Hay momentos duros en la cooperación”, matiza.
DIFERENCIAS
A partir del testimonio de su se puede concluir que son escasas las coincidencias entre la vida de un joven en Brasil y España. Sara Soisa encuentra una diferencia fundamental: “el ritmo de vida que llevan es inconcebible”. “Trabajan durante doce o trece horas al día y lo curioso es que cuando terminan continúan haciendo cosas en su casa”.
Dice no haber pasado miedo, pues estuvo muy arropada. En las actividades diarias estuvo acompañada por otro alumno, Ignacio García. El grupo involuctrado en el proyecto de cooperación se completó con otros dos estudiantes, Oihana Santesteba y Leticia Bravo, y los profesores del departamento de Ciencias de la Educación de la UR, Josep María Dalmau y María Ángeles Goicoechea.
Tampoco vio con sus propios ojos las favelas. “El colegio Lar Santamaría es un pequeño paraíso en medio de una inmensa pobreza que le rodea”, concluye.