El músico Xavi Lozano ha sabido “sacar sonidos” de los objetos cotidianos del día a día, transformados en instrumentos de viento, mediante sencillas técnicas de manipulación que los convierten en “cotidiáfonos”.
Así, elementos tan comunes como un ladrillo travesero, una muleta, una escoba de mango extensible, una silla, un macarrón o el capuchón de un inhalador le sirven para componer el contenido de un recital.
Este catalán, que mañana ofrece un concierto con bajo y batería en la sala Gonzalo de Berceo de Logroño y el próximo lunes participará en una actividad educativa en el colegio Compañía de María, ha protagonizado esta semana “Tubos del mundo”, la segunda sesión de “Inaudito”, el ciclo de músicas y sonidos infrecuentes organizado por Cultural Rioja en el Cubo del Revellín.
En declaraciones a los periodistas, ha explicado que el nombre de “cotidiáfonos” se lo pusieron en Argentina, “donde tienen nombre para todo”.
En su furgoneta, que parece el camarote de los hermanos Marx, se amontonan más instrumentos: una valla amarilla, un perchero, un sillón tapizado, la barra de un futbolín con jugadores azulgranas y el manillar de una bicicleta, complementado con claxon, timbre y bocina.
Lozano ya ni recuerda cuando comenzó su obsesión por “sacar sonido de los objetos”, aunque siempre le ha interesado más el viento, quizás condicionado por sus estudios de piano y saxo.
Reconoce que es muy sencillo lograr percusión al golpear dos objetos, pero mucho más difícil sacar un sonido soplando a través de un objeto.
“De dos tostadas se puede sacar sonido si las frotas, pero nunca podrás soplar una barra de pan como si fuera un flauta”, ha indicado.
Todos los instrumentos de viento son cilíndricos o están formados por un tubo, por lo que después de estudiar su realidad cotidiana, Lozano se fijó en que hay muchos objetos de uso diario que tienen estas características, aunque, para lograr música, en algunos casos ha tenido que manipularlos “para sacarles más juego”.
Cree que lo más sencillo de tocar es una aceituna rellena, simplemente “se le aspira el contenido y se convierte en una especie de ocarina de dos notas, con una aceituna gordal ya consigues cuatro o cinco notas”.
Algo más complicado de soplar es una valla metálica de esas amarillas que se colocan en las calles en obras, ya que hay que construir una flauta a partir de sus tubos, pero se puede obtener un sonido “profesional de gran calidad”.
En todo este proceso lo que más le gusta es “jugar con la imagen, que el espectador cierre los ojos y cuando los abra comprueba que lo que ha escuchado no se corresponde para nada con lo que ve”.
Sin embargo, reconoce, hay elementos imposibles de soplar, como por ejemplo, un pimiento, a pesar de que un agujero podría convertir esta hortaliza en una ocarina vegetal.
Estudioso de las flautas del mundo, sobre todo las de bambú, un día mientras estudiaba flauta árabe observó en su casa la muleta de su abuelo y se dio cuenta de que se podría extraer música de las partes que la forman.
“Una muleta es un cerdo musical, se puede aprovechar todo”, ironiza, ya que la cuña de la base hace de silbato, la parte central parece una flauta con dos agujeros arriba y abajo, y en la zona superior se aprovechan los agujeros de regular la altura para soplar.
A partir de esta idea surgieron otras y comenzó ver su entorno cotidiano en clave musical.
Lo que empezó como algo “curioso”, recuerda, ha logrado “gran aceptación”, y además de ofrecer conciertos y audiciones en colegios y conservatorios, su afición le ha llevado a participar en programas de televisión como “El hormiguero” y “Buenafuente”.
Sin embargo, Lozano no quiere que se trabajo se quede solo en “algo gracioso”, ya que tiene “fundamento”, y así lo demuestra cuando interpreta con solemnidad el “Himno a la alegría” con el palo de una escoba o “A mi manera” de Sinatra con un capuchón de un inhalador.