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Los incombustibles mítines políticos

La noche del jueves al viernes comienza la campaña electoral de las elecciones europeas con lo que se llama la tradicional “pegada” de carteles -aunque ya casi ninguna formación política lo hace-, y empezará un rosario de centenares de mítines por toda la geografía española.

Pero unas elecciones más vuelve el debate sobre la necesidad que tienen los partidos de estos actos si estamos en la era de las nuevas tecnologías, donde la información vuela y el acceso a la misma está más extendido que nunca y con mil medios para hacer llegar los proyectos o los mensajes a los ciudadanos.

Todo ello contando con que el concepto de mitin en sí mismo está muy desprestigiado. La opinión posiblemente mayoritaria que se tiene de este acto es que está organizado para los ya convencidos, pero enfocado sobre todo a los medios de comunicación que, en la grandes campañas electorales, dan cobertura a todos los mítines día a día.

También está muy asentado entre los críticos a este tipo de actos que los mítines se llenan con autobuses y bocadillos o sólo con los militantes y sus familiares más cercanos, mientras que a la ciudadanía no le interesa lo más mínimo.

Quienes piensan que los mítines son y seguirán siendo necesarios tienen otros argumentos. Creen que movilizan a la militancia de los partidos, que a la gente le gusta ver en persona a su líder, que los dirigentes pisan territorio y conocen problemas concretos.

Tras haber hecho doce campañas electorales, ninguno de estos argumentos me convence completamente. Es cierto que la mayoría de los mítines los llenan los ya convencidos, pero también lo es que cuando un líder despierta expectación van bastantes más ciudadanos a escucharlo que los que tienen carné del partido. Los mítines se llenan con autobuses y bocadillos, pero cuando los militantes creen que merece la pena ir. En la última campaña del PSC o del PSdeG los autobuses llegaban a los actos con los asientos vacíos y la caja de bocadillos llena.

Tampoco veo que estos actos movilicen a la militancia ni ésta se vuelque por “tocar” líder. La mayoría que puede hacerlo son los cargos medios del territorio, mientras que el resto aguanta estoicamente varias horas en una silla de un pabellón esperando el inicio. Y finalmente los políticos poco pueden conocer de los problemas del territorio, cuando apenas pasan unas horas en cada sitio, que dedican a descansar en un hotel, irse a un acto y salir hacia otra ciudad.

Sin embargo, ahí siguen los incombustibles mítines políticos. Los grandes partidos celebrarán al menos un acto o dos diarios recorriendo toda la geografía española. Pero, a buen seguro, que también lo harán las nuevas formaciones en la medida de sus posibilidades.

Y, en las próximas elecciones, se volverá a abrir el debate pero a buen seguro que los mítines se volverán a seguir celebrando.

La noche del jueves al viernes comienza la campaña electoral de las elecciones europeas con lo que se llama la tradicional “pegada” de carteles -aunque ya casi ninguna formación política lo hace-, y empezará un rosario de centenares de mítines por toda la geografía española.

Pero unas elecciones más vuelve el debate sobre la necesidad que tienen los partidos de estos actos si estamos en la era de las nuevas tecnologías, donde la información vuela y el acceso a la misma está más extendido que nunca y con mil medios para hacer llegar los proyectos o los mensajes a los ciudadanos.