Marisa, la última expropiada de Dragados en Tetuán: “No me iré hasta que me paguen el último céntimo”
“Pasa, ahora estoy como en mi pazo gallego”, dice Marisa Costoya, vecina de Tetuán, antes de entrar al portal. Es el número 2 de la Travesía de Pando y vive prácticamente sola. Hasta hace poco, en el edificio -de dos plantas- había ocho vecinos. Ahora solo quedan tres. Uno se está mudando y el otro no tiene derecho a realojo por expropiación, así que depende de Marisa: en cuanto ella acepte irse, todo será derribado. “Él me dice: Marisa, mientras tú no te vayas yo no me voy”, cuenta. “Cuando yo acepte, esto va fuera. Esa es mi situación”.
Marisa es una de las muchas vecinas expropiadas en el Paseo de la Dirección y una de las pocas que aún no ha dejado su casa. En los últimos tres años, decenas de familias de la zona han abandonado sus hogares para ir a pisos de realojo y dejar espacio a nuevas construcciones. Ella aguanta porque el piso que le corresponde es más pequeño que el actual, que compró por 70.000 euros en 1998. “Aquí tengo tres habitaciones con terraza. Y me ha tocado un primero de dos habitaciones, con menos metros y sin luz, donde no voy a ver el sol en mi vida”, continúa. “Encima de que me quitan mi casa no voy a ir a un sitio peor. Seguiré: hasta que no lo cambien y me paguen hasta el último céntimo, no me voy”.
En realidad, al Ayuntamiento no le corre tantísima prisa que Marisa se vaya porque su parcela es interior: está dentro del barrio y no linda con el parque, donde está el verdadero valor. Con el resto de expropiados las cosas fueron rápido porque sus casas, se quejan, estorbaban. “A nosotros nos decían: ¿qué piso queréis? Nos ofrecían áticos porque molestábamos”, cuenta Javier Rotella, cuya suegra fue expropiada. En esos terrenos se erige hoy el cartel de lo que está por venir: dos torres de 28 pisos llamadas 'Skyline', con gimnasio, huerto urbano y gastroteca, que van de los 300.000 a los 900.000 euros el piso y que han sido presentadas esta semana.
La parcela de las torres era de Dragados, del grupo ACS, presidido por Florentino Pérez. La constructora vendió ambas parcelas en diciembre de 2018 por 130 millones, 40 millones más de los que el Ayuntamiento dijo que valían meses antes, cuando se las cedió. Las parcelas suman 45.000 metros cuadrados, así que la empresa vendió a 2.888 euros el metro cuadrado. A la mayoría de expropiados les han dado 868 euros por metro cuadrado (aunque algunos han recurrido). Dragados ha ganado tres veces más.
“La media está en 50.000 euros por expropiación”, dice Marisa. Con eso tienen que pagar el piso de realojo, que habitualmente cuesta más. A Dragados, por su parte, aún le quedan otras cinco parcelas que le dio el Ayuntamiento y que también puede vender. Según avanzó El Confidencial, negocia con AXA para darle otras dos.
“Antes no se podía decir, pero todo el mundo lo sabe ya”, continúan los vecinos. “Esto fue un pelotazo en toda regla: un señor compró barato, vendió caro y modificó el barrio a su antojo. Y a los expropiados nos tratan como apestados”.
Una larga historia
El del Paseo de la Dirección es uno de los culebrones urbanísticos más antiguos de Madrid.
A finales de los ochenta, la Comunidad de Madrid expropió a través del Ivima, su instituto público de vivienda, la Avenida de Asturias, un poco más arriba que el Paseo de la Dirección. “El Paseo era un reducto abandonado. Estaba lleno de casitas humildes: era como un pueblo en el que se vivía bien”, cuenta Luis Romero, arquitecto y presidente de los expropiados. En 1997 se hizo un plan de urbanización con el fin de rematar la zona, crear zonas verdes y realojar a los afectados. Pero el Ivima -al que ya le había costado bastante la expropiación de Avenida de Asturias- renunció a sus derechos sobre la zona y se los pasó al Ayuntamiento para que se hiciera cargo él.
“Fue fácil”, continúa Romero. “Gallardón se lo traspasó a sí mismo, porque primero fue presidente de la Comunidad y luego alcalde de Madrid”.
Expropiar no es ni fácil ni barato, porque hay que negociar con todos los vecinos y pagarles, así que la idea del alcalde fue dejarlo en manos de una empresa. “El Ayuntamiento se encuentra un muerto y dice: a ver cómo lo hago al mínimo coste y aprovechándonos todos. Y ahí viene la concesión. Es un barrio degradado, pero tiene un valor geográfico importantísimo: es una cornisa que predomina sobre un espacio más bajo, así que es una de las zonas más altas de Madrid. Solo hay dos puntos con estas características: el Palacio Real, y los reyes lo sabían, y este”.
El Paseo de la Dirección es el último punto de la “terraza” sobre la que se asienta Madrid, que empieza en las Vistillas, continúa en el Palacio, Debod y el Paseo del Pintor Rosales y sigue en Ciudad Universitaria y Dehesa de la Villa. Está dentro de la M-30 y muy bien comunicado con las Cuatro Torres de Plaza de Castilla y la estación de Chamartín. Desde las parcelas expropiadas las vistas son espléndidas: se ve el parque Rodríguez Sahagún y toda la sierra.
“La cornisa es el secreto. Cuando las constructoras vinieron a concursar, sabían el valor que tenía este suelo”, dice el arquitecto. La concesión consistía en expropiar, realojar y urbanizar el barrio a cambio del 33% de la edificabilidad del terreno, valorado entonces en 175 millones de euros. Se la llevó Dragados en 2006.
A partir de ahí sucedieron varias cosas. La primera: que cuando llegó el proyecto de expropiación pasó de estar valorado en 130 millones a 56. “Ahí empezó mi lucha para que los expropiados cobraran lo que debían”, continúa Romero. A medida que el tiempo pasaba, la zona se degradaba aún más porque Dragados expropiaba a alguna gente, la realojaba y no derribaba su casa, con lo que llegaban okupas.
“Era una situación anómala: yo defendía que esto valía muchísimo y al mismo tiempo entraban chatarreros, se producía chabolismo y los jueces decían que no valía un pimiento. La situación era dantesca. Perdimos en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Y el Ayuntamiento ofreció expropiar a 868 euros el metro cuadrado”, añade. “Dragados ya podía pagar poco a la gente”.
Lo segundo que sucedió fue la crisis. El valor del suelo cayó y la empresa paralizó sus trabajos porque no le salían las cuentas y ya no iba a poder colocar las parcelas o casas a tanto dinero. El plan se reactivó en 2015, justo antes de las elecciones, cuando la alcaldesa Ana Botella compensó a Florentino Pérez con 100.000 metros cuadrados más de edificabilidad. Eso suponía casi el 100% de los terrenos expropiados. Lo normal hubiera sido liquidar la concesión y convocar un nuevo concurso, pero no se hizo. Una auditoría reveló años más tarde irregularidades en el proceso.
El plan Touza
Cuando Dragados se hizo con los terrenos, se diseñó un plan de urbanización. Se le encargó al arquitecto Julio Touza, que planificó las dos torres y varios bloques de viviendas que hacían de “barrera”, separando al barrio del parque y eliminando las vistas. En palabras de Romero, que habla en nombre de los expropiados: “Si esa zona es mala y lo único que vale es la cornisa, hago una línea recta, separo y a los pobres que les den”.
Con este plan, el trazado del paseo cambió: pasó de ser sinuoso y seguir al Canal de Isabel II a estar parcelado y ganarle terreno al parque. “El plan del 97 proponía reordenar la zona y hacer equipamientos. Para eso era la expropiación, para hacer zonas verdes”, dice Marisa. “En 2015 lo cambiaron, cogieron metros del parque y ahora va pegado al canal. Y nadie nos consultó nada”.
Este es el cambio. La carretera, hecha en 2016, tiene cuatro carriles y también supone una barrera de separación.
Con la llegada al gobierno de Ahora Madrid se abrió sobre los vecinos un rayo de esperanza. Llevaban años esperando a que se arreglara la zona y con órdenes de expropiación que les impedían reformar o vender sus casas. “Al principio, en José Manuel Calvo [concejal de urbanismo] teníamos una fe como si fuera nuestro dios. Dijo que era prioritario. Veníamos de no conocer a nadie de urbanismo y él se reunía con nosotros”, cuenta Marisa. “Le he visto más veces que a mi suegra”.
Desbloquear la situación del Paseo de la Dirección fue, efectivamente, prioridad para el gobierno de Carmena. Primero dio un plazo de 18 meses a Dragados para terminar y la empresa, más o menos, cumplió: expropió, construyó en tiempo récord la nueva carretera y un nuevo edificio de realojo.
El barrio se sumió en un caos de excavadoras mientras duraron las obras. “Se liaron a picarlo todo”, cuenta Javier. Marisa también recuerda aquella mañana en la que escuchó una motosierra y vio a dos operarios cortando las ramas del pino frente a su casa. “Bajé en pijama y me puse debajo del pino diciendo que no lo cortaban. Mientras no tiraran mi casa, el pino no estorbaba”, cuenta. “Sufrimos acoso por parte del Ayuntamiento y Dragados durante las obras. Hemos batallado contra los dos”. Marisa consiguió que no tiraran el pino y aún disfruta de él desde su azotea.
Con la urbanización casi acabada - en realidad, fuera de la línea del parque quedan casas como la de Marisa por expropiar y calles por urbanizar - el Ayuntamiento procedió a liquidar el contrato con Dragados. Le pagó 126,6 millones por sus trabajos y le cedió siete parcelas que podía revender. Aunque alguna prensa tituló que Florentino Pérez había perdido 46 millones con las obras (porque la concesión original eran 176), la jugada le salió estupenda, porque meses después colocó dos de esas siete parcelas por 130 millones. El aún concejal de urbanismo, José Manuel Calvo, cree que su gestión fue “redonda” porque puso en su sitio a Dragados, se realojó a las familias y el Ayuntamiento recuperó parte del suelo que Botella le había cedido. Los vecinos -y la oposición- reclamaban una auditoría sobre lo que había pasado en 2015, pero Calvo consideró que no estaba claro qué había que auditar.
“Siempre hubo una sospecha de que el diseño de 2015 se hizo con las directrices de Dragados, pero lo firmó un técnico municipal”, dice Calvo. “No vas a auditar un plan parcial de planeamiento urbanístico”.
“Tendrían que haber sido valientes y hacerlo. Si no auditas, todo está bien”, añaden los vecinos. “Los terrenos que Botella le dio a Florentino eran del Ayuntamiento. Y él siempre ha dado por hecho que era suyo y ha planificado como si lo fuera”.
Las torres
Esta semana, Stoneweg presentó en la feria inmobiliaria SIMA Skyline, las dos torres que “abrazan al parque” y “serán el motor de cambio y regeneración urbana del distrito”. Están en las dos parcelas que Dragados le vendió, las mejores de todo el área. En primera línea. “Dragados ha arrasado el acceso al parque: antes podías bajar como si fuera la playa. Ahora no”, dice Marisa. Las torres tendrán un acceso directo, cada una el suyo, y los vecinos de atrás podrán bajar por una carreterita que va entre ambas.
¿Cómo cambiará un barrio humilde, de los más pobres de Madrid, cuando le metan dos rascacielos de lujo que además se quedan con la mejor parte? El arquitecto Touza cree que dos torres altas dañan al barrio menos que varias más bajas. “Es más sostenible. Y el plan pedía que las dos torres hicieran un efecto pórtico, de entrada a la ciudad”, dice a este periódico. “Completa y añade dos elementos al skyline, por eso se llaman así: desde el parque se ve la Torre Picasso, las Cuatro Torres y ahora estas”.
Sentados en la azotea de Marisa, que disfruta mientras el edificio siga en pie con vistas a las Cuatro Torres, los vecinos reflexionan sobre qué supondrá que vengan 600 familias pudientes. “Va a mezclarse lo súper caro con lo súper barato. La vivienda se pondrá imposible”, dice Beatriz, vecina de Marisa. “Ya hay promotores que quieren comprarlo todo. Y yo tengo una casa que se revalorizará, pero no es un negocio, es mi hogar. Los precios de las tiendas subirán. Terminan echándote. Te cambian el barrio en dos días”. Más tarde, otra vecina que vive en una casa no expropiada cuenta que ya ha recibido cinco llamadas de inmobiliarias para venderla. “No sé de dónde sacaron mi teléfono. Les dije que una vez más y denunciaba”.
“Están todos diciendo '¡que vienen los ricos!”, añade riendo Romero. “Y yo digo: los ricos no son los rusos. Aprovechemos para reclamar equipamientos y dotar al barrio, que falta le hace. Esta gente necesitará bajar a tomar algo al bar, así que los comercios se regenerarán”. Parte de las parcelas expropiadas van para equipamientos públicos, pero los vecinos ya saben que eso correrá menos prisa que las torres. “Mi hijo me dice: 'mamá, pero si tiran nuestra casa construirán un gimnasio. Es bueno, ¿no?'”, dice Marisa. “Pero ni siquiera sé si lo llegaremos a ver”.
Marisa ni siquiera tiene claro si se quiere quedar. Está a la espera de saber si le conceden el piso que ha pedido, pero se plantea cederlo de vuelta a la empresa de vivienda pública y con eso y lo que reciba de la expropiación comprar otro. Pero antes le tienen que dar un piso más grande, como cree que le corresponde. “Y como no lo hagan, meto aquí a okupas”, bromea. “Y que tengan que negociar la expropiación de todos ellos”.
“Será positivo”, concluye Touza. “Revalorizará los activos inmobiliarios. Ya ha pasado con el Riverside en Legazpi [otro rascacielos de lujo en mitad de un barrio humilde pero con bonitas vistas al río diseñado por él]. Estos son pisos de gran calidad, no de lujo. Tienen una gran gama de servicios: huerto urbano, gastroteca...”.
Justo debajo de su casa, donde aún quedan casas bajas, antiguas, que no han sido expropiadas y que los promotores quieren comprar, Marisa señala una con pozo, jardín y unas plantitas. “¿Huertos urbanos? Touza que no ha inventado nada: aquí la gente ya tenía huertos antes de que vinieran ellos”.