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Entrevista

Agustín Moreno, el sindicalista convertido a profesor que terminó su carrera en un pasillo de aplausos

Sofía Pérez Mendoza / David Conde / Paula González

“¿Pero no te habías jubilado, Agustín?”, le dicen las conserjes del que era su instituto hasta hace unas semanas cada vez que vuelve con cualquier excusa. Agustín Moreno (Madrid, 1951) es más conocido en las redes como el profesor jubilado al que sus estudiantes dijeron adiós con este inmenso pasillo de aplausos.

Dice que se está quitando. Como el que deja de fumar. “Algunos se van dando brincos y otros lo estamos viviendo como un duelo. Tampoco quiero exagerar. Es mucha inversión afectiva metida en este oficio. Sin afecto no hay proceso educativo”, afirma sentado en un pupitre de un instituto de Madrid.

Moreno llevaba 20 años dando clase. Fue un docente de vocación temprana, dice, pero llegada tardía a las aulas. Antes tuvo otras dos vidas por lo menos: la de trabajador de la construcción perseguido por estar vinculado al PCE durante el franquismo, circunstancia que le hizo cruzarse por primera vez con Manuela Carmena, y la de dirigente de CCOO, la más pública.

Fue secretario de Acción Sindical desde que se legalizó el sindicato en 1977 hasta 1996, cuando todo “se acabó complicando”. “Hubo una desacuerdo en la estrategia del sindicato. Había un sector que ya no veía la huelga que hicimos contra la reforma laboral de Felipe González. Al final se produjo la ruptura pero si no se hubiera producido habría dejado CCOO en cualquier caso. El horizonte al que me dirigía era la educación”, explica.

Al calor de esas tensiones internas y tras la salida de Agustín Moreno del cargo, nació el llamado Sector Crítico, del que fue artífice y formó parte hasta que dejó toda responsabilidad en CCOO en 2008. “Se alimentó una crisis que terminó con la división del sindicato y con la marginación de un sector que no sé si eramos la mitad, pero que teníamos una gran influencia. Incluido el propio Marcelino Camacho, al que echaron de mala manera”, relata.

A principios de los 2000, el secretario general Antonio Gutiérrez le invitó públicamente a que abandonara el sindicato. Sus dos nombres sonaron años antes para suceder a Camacho. Admite que renunció porque le pareció “bien” entonces que el paso lo diera Gutiérrez.

Luego volvió a renunciar. El también militante del PCE dijo que no a tomar la coordinación de Izquierda Unida en Madrid en 2008, a propuesta de Julio Anguita. “No me arrepiento de ello. Creo que acerté. Después del sindicato había encontrado en la escuela un refugio maravilloso”, sostiene una década después. Moreno sí entró como número tres en la lista de Luis García Montero para las elecciones autonómicas de 2015.

Su pasado sindicalista, asegura, levantó más de una suspicacia cuando decidió romper para convertirse a profesor. Había estudiado Geografía e Historia por la UNED, después de dejar a medias Ingeniería Química, y se presentó a las oposiciones de Secundaria. “Lo cogí con entusiasmo, así cómo iban a salir más las cosas. Al final de curso varios compañeros me dijeron que me vigilaban los primeros días: a ver este que viene del sindicato, que igual es un jeta. Un cara dura”, relata.

Moreno está sentado en un aula del IES San Isidro, uno de los institutos más movilizados durante la Marea Verde, de la que también formó parte. “Cuando te tomas como algo personal la injusticia y la falta de libertades, te empieza a cambiar la vida. Y a complicarse”, asume. “En 2012 nos damos cuenta de que vienen a tope a por la escuela pública. La lógica de la derecha, que siempre ha sido muy segregadora en lo educativo y que intenta invertir lo menos posible, es trasladar a la opinión pública una campaña de desprestigio del profesorado y decir que nos estamos gastando demasiado dinero, que estamos siendo educados por encima de nuestras posibilidades”.

A él, dice, le atrapó una movilización que no consiguió, sin embargo, tumbar la Lomce. “Al principio pensamos que todo estaba al alcance de la mano, nos veíamos con tanta fuerza. Hubo discusiones muy duras, sobre si se intensificaba la movilización o se dosificaba para que durase. No paramos la Lomce ni los recortes pero evitamos que fueran más allá las agresiones a la escuela pública y pusimos en pie un movimiento de conciencia de que es necesario defenderla”.

“Mantener la resistencia es muy importante”, añade. Con ese mantra o a pesar de él, fue detenido durante la dictadura y tuvo que huir de Madrid. Nieto de un asesinado por el franquismo e hijo de un metalúrgico alistado en el ejército republicano, empezó a militar en el PCE cuando estaba en la escuela de Embajadores de Ingeniería Química. “La primera detención se produce cuando detienen a unos compañeros por una pintada por el proceso 1001. Estuve tres días en la DGS, me dieron pero bien. Después de un fin de semana en Salesas, me pasaron por el Tribunal de Orden Público y me atendió la abogada Manuela Carmena”.

Moreno asume a los 67 que esta etapa le “queda muy lejana, pero estoy seguro de que me ha dejado huella”. Como las aulas, que le han dado, “una de las etapas más gozosas de la vida”, considera. Los últimos cinco años los pasó en un centro de difícil desempeño que le despidió con honores y abrazos. “Estos centros exigen una dedicación muy fuerte y hay un alumnado extraordinario que lo acaba pagando siempre. Hay que darles responsabilidad y creer en ellos. Aquí aprendes que es tan importante que un alumno saque unas notas excelentes como rescatar a un otro que tiene un mochila [...] desde el afecto, el rigor y el trabajo serio. Crecen como no se pueden imaginar”.

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