Inaugurada en 1932, la Playa de Madrid fue la primera en España de carácter artificial, creada para el disfrute popular. Eran 300 metros de arena natural y un lago inundado gracias al represamiento del río Manzanares en lo que hoy es el límite entre los distritos de Moncloa y El Pardo. Era un complejo con edificios de inspiración modernista y vocación republicana, diseñados por el arquitecto Manuel Muñoz Monasterio. La guerra truncó su desarrollo. Con el franquismo acabó, con los años, desecado y convertido en club deportivo, con pistas de tenis, frontón, piscinas al aire libre, centro social y extensos merenderos. Pero el club no ha vuelto a abrir desde 2014, cuando el último gestor de las instalaciones, el grupo Arturo, del entonces presidente de la patronal madrileña, Arturo Fernández, echó el cierre debiendo más de 800.000 euros al propietario, Patrimonio Nacional. Siete años después, el ente público pretende volver a alquilar los terrenos, a razón de 4,6 millones de euros, por un plazo de 25 años, prorrogables por otros 25. El problema es que el lugar es hoy prácticamente un vertedero.
En las 18,5 hectáreas de Playa de Madrid no queda prácticamente ni una ventana con los cristales enteros, ni una puerta con picaportes, ni un enchufe en su sitio. Todos sus edificios, algunos con protección patrimonial, están llenos de pintadas. Vestuarios y lavabos, destrozados. En el edificio de oficinas, donde se eleva la torre más característica —estampa de una de las fotos de Robert Capa en la Guerra Civil— están desperdigados, como si el personal hubiese huido por un aviso de bombardeo, hasta los viejos carnés de los socios, extendidos por el suelo junto a entradas de un día, archivadores, sillas y demás mobiliario. El centro social, con una planta que recuerda a la quilla de un barco, es poco más que un esqueleto.
La pequeña clínica, donde se atendían las pequeñas heridas de las tardes de piscina y tenis, conserva, cubierta de polvo, la camilla, junto a una botella de oxígeno. En la sala de billar sobrevive, milagrosamente, una mesa de billar. Además, el paso de la tormenta Filomena ha supuesto que los árboles hayan sufrido grandes daños, que se observan en las numerosas ramas caídas de los grandes pinos y plátanos que trufan los terrenos. Todo parece decaído, salvo las alegres liebres que corretean entre las canchas.
“El lugar tiene valor arquitectónico, histórico y artístico”, asegura el arquitecto Alberto Tellería, miembro de la asociación Madrid Ciudadanía y Patrimonio, que recuerda particularidades de las edificaciones, como que el propio Muñoz Monasterio revisase el diseño de los edificios para añadirles tejados de pizarra, en línea con el aire “imperial” que se exigía en el Madrid de posguerra. Tellería echa de menos una vigilancia que corresponde a Patrimonio Nacional, pero a su entender también a la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid y a la Confederación Hidrográfica del Tajo. Lamenta que hoy esté “en un estado de abandono y ruina impropio de un edificio importante de arquitectura de preguerra”.
Medidas para impedir otro fracaso
Patrimonio Nacional insiste con el modelo de concesión para gestionar los terrenos, pero esta vez ha añadido salvaguardas para tratar de evitar un nuevo desastre. Según el pliego de condiciones, los aspirantes deben demostrar un volumen de negocio de dos millones de euros en los tres años previos al contrato, y aportar una fianza de 150.000 euros, además de hacerse cargo de la rehabilitación de los elementos protegidos. También deben firmar un seguro durante el primer año por un importe de 1,8 millones. La inversión mínima exigida para reparar todo el desaguisado es de tres millones.
Las fotos que aporta el ente público en el anuncio de licitación no son recientes y no reflejan los últimos destrozos. Con todo, las instalaciones siguen teniendo potencial, y Patrimonio Nacional continúa organizando visitas esta semana, al filo del término del plazo de presentación de ofertas, que acaba el 30 de septiembre. Algunos de los interesados han planteado si los edificios se pueden hipotecar para financiar su rehabilitación —no se puede— o si pueden crear una sociedad ad hoc, en caso de ser adjudicatarios, para gestionar el complejo —tampoco cabe.
Concesión privada o servicio público
El veterano ecologista Juan García Vicente, batallador por recuperar la ribera del Manzanares para el disfrute público, visita el área con frecuencia y da fe del progresivo declive del lugar, acelerado en los últimos meses. “Recuerdo en el año 95, cuando el club lo llevaba Telefónica, que los jabalíes bajaban al atardecer a comer los restos que dejaba la gente”, rememora. “Son unas instalaciones potencialmente extraordinarias, pero sacarlas a contratación supone una inversión tan grande que no sé quién la va a asumir”, apunta.
García Vicente preferiría que el lugar tuviese un uso público, extremo en el que coincide con el arquitecto Tellería. “Dado que ocupan un terreno público, se debía buscar un uso popular. Si está el Parque Sindical, [nombre anterior del cercano parque deportivo Puerta de Hierro], que lo usa la Comunidad de Madrid, se podría hacer como una ampliación, a precios populares”, plantea este. Opciones que al menos simbólicamente remitiesen a la idea original, cuando la Playa de Madrid era escenario de bailes populares o concursos de moda a precios económicos. Tellería advierte: “Que no pase como con el Club de Campo, con precios prohibitivos para la gente normal”.