Parece difícil de creer, pero José Luis asegura que apenas se enteró de la nevada histórica del viernes en Madrid, y eso que pasó la noche al raso, en un parque cerca de las Vistillas. Se despertó a las 5.00, “cubierto de nieve”, según contaba tranquilamente anoche, ya a resguardo. En todo caso, prefirió no repetir la experiencia y se refugió en la estación de metro de La Latina, habilitada, con un día de retraso, para que las personas sin hogar no estuviesen expuestas a la ola de frío que sigue a la nevada. “Hoy aquí y ya se verá, día a día. Para el lunes dan 15 bajo cero”, se resignaba el hombre, tirado en una colchoneta en una estancia rectangular del subterráneo.
El delegado de Bienestar Social del Ayuntamiento, Pepe Aniorte, anunció ayer por Twitter que las estaciones de metro permanecerían abiertas toda la noche y que el personal del Samur Social daría asistencia en las estaciones de Atocha, La Latina, Ópera y Tirso de Molina, para evitar “peligrosos traslados” a los centros municipales, ahora que la nieve se va compactando y dando paso al hielo. En la de Ópera acababan de empezar el turno poco antes de las 23.00 horas dos trabajadoras, que hasta ese momento no habían recibido a nadie, salvo a voluntarios dispuestos a echar una mano. Uno de ellos, Pedro, se ofrecía incluso a traer cafés a las empleadas municipales, que lo rechazaron cortésmente. “Es que acabamos de empezar”, se excusó una.
De Ópera a Latina se observaba el trabajo de los servicios de limpieza, que habían retirado la nieve y creado una especie de senderos entre calles, serpenteando entre las numerosas ramas de árboles quebradas. Los servicios de emergencia también despejaron las puertas de los hospitales, taponadas la víspera, y la Comunidad de Madrid abrió las habitaciones libres de su hotel medicalizado Ayre Colón, próximo al Retiro, para que los profesionales que no pudiesen aún volver a casa pasasen allí la noche, también los que habían tenido que doblar turno porque el temporal impidió que los relevasen. Fueron pasos iniciales para ir recuperando la normalidad, que también se notaba en la menor presencia de gente por las calles, una vez pasada la novedad y calmada la excitación que se había manifestado durante el día en puntos neurálgicos como la Puerta del Sol, donde hubo escenas de baile comunitario.
En la estación de La Latina había, en torno a las 23.30, cinco personas listas para pasar la noche en una sala de unos 20 metros cuadrados con la atmósfera cargada y una salida de gases, colchonetas, mantas y una buena colección de ropa de abrigo, además de alimentos para la cena y el desayuno; a saber, zumo, leche, galletas, patatillas de bolsa, unos envases con pasta, un pastel navideño y roscón, entre otros. Suficiente para irse a dormir con el estómago lleno.
Eugenio, de 68 años, sí había pasado mala noche la víspera, en un parque en el barrio de Lista, bajo un árbol, con unos cartones y plástico. “Vergüenza les tenía que dar a los del Samur Social, que los llamaron dos veces y no vinieron”, protestaba. Le echaron una mano, al menos, los de la asociación Bocatas, que da de comer a personas en situación de exclusión social. Anoche llegó temprano al refugio, a eso de las 20.00. Un tercer ocupante de la estancia rechazó una almohada que le ofreció Ángel, el vigilante de seguridad de guardia, pendiente también de que los presentes tuviesen algo de comodidad. Entre tanto, fueron llegando sucesivamente hasta una decena de personas con bolsas de ropa, principalmente. “Mantas, cojines y ropa”, anunció una de ellas, Elena, que depositó las bolsas, saludó a los presentes y se fue.
Los voluntarios tenían que estar pendientes del toque de queda de medianoche, pues el coronavirus sigue presente y las restricciones para evitar su expansión, en vigor, al menos nominalmente. Las dos trabajadoras de Samur Social que estaban en Ópera llegaron un rato antes de medianoche a pasar revista, y pocos minutos después sonaba el 'walkie-talkie' del vigilante de seguridad. Le comunicaban que se habían presentado tres personas a dormir en Ópera y que si sabía dónde estaban las del Samur Social. “Acaban de llegar, ahora irán”, contestó.
En las escaleras de salida de la boca del metro estaban Roberto y un compañero, ambos sin techo, unidos en estos días de frío en una amistad incipiente, fumando el último cigarrillo de la jornada. “Hemos llorado y nos hemos abrazado, y empezamos el año con un fin guay, conseguir una casa”, explicaba Roberto, que apuraba el pitillo mientras se dirigía a los pasajeros del metro que iban entrando. Como no le contestaban, elevaba la voz, y su amigo le indicaba con un gesto que no se alterase. Cuando se fueron a dormir, el metro seguía funcionando.