Hace ocho meses no había quien le hiciera sombra. Era la presidenta del PP que más presupuesto regional gestionaba, la cara moderna de la regeneración y una avalada aspirante a seguir escalando en el partido. Esa Cristina Cifuentes, la de marzo, es hoy para su partido una “afiliada de base” camino al banquillo. Despojada de todos sus cargos, y también de cualquier blindaje, la expresidenta madrileña ha sido procesada este miércoles por “promover” la falsificación del acta con la que intentó demostrar que había terminado su máster.
La falsificación era la única parte de la instrucción que la jueza Rodríguez-Medel salvó tras la decisión del Supremo de no investigar las convalidaciones de Pablo Casado. El papel fabricado, epicentro de todas las sospechas, sigue persiguiendo a Cifuentes meses después de su dimisión: la jueza le ha procesado por falsedad documental, un delito castigado con entre tres y seis años de cárcel.
Su salida dejó traumatizado al PP de Madrid, donde lo fue todo. Pudo serlo porque tenía el respaldo de Mariano Rajoy. Afiliada al PP desde los años 80, pasó años y años como diputada en la Asamblea de Madrid sin opción a nada más que eso. No convencía ni a Esperanza Aguirre –su rival política por antonomasia– ni a Alberto Ruiz-Gallardón. Hasta que Rajoy la rescató en 2011 como delegada del Gobierno en Madrid. El puesto le dio un protagonismo inusitado en pleno estallido de las movilizaciones sociales en la capital. Su gabinete, el mismo que elevó a Gallardón como el 'progre' del PP, le creó una espléndida campaña de márketing que pasó por encima de las cargas policiales que se veían mes a mes en los telediarios.
Cuatro años después continuó el ascenso: fue la perfecta excusa del expresidente para sacar del circuito de la Comunidad de Madrid al presidente Ignacio González y hacer el contrapeso a la todopoderosa Esperanza Aguirre. Los resultados electorales elevaron a Cifuentes y hundieron a Aguirre, que con su tercera dimisión, como presidenta del PP de Madrid, abrió camino a su oponente para hacerse con todo el poder en la regional. Primero como presidenta de la gestora, luego electa. Rajoy dejó entonces claro que el tiempo del aguirrismo había terminado. “Os pido a todos unidad bajo su liderazgo porque es lo justo y lo que todos habéis elegido libre y voluntariamente”, advirtió a la militancia en marzo de 2017.
Justo un año después, empezó la lenta caída de su protegida. eldiario.es publicaba el 21 de marzo que había obtenido un máster en la Universidad Rey Juan Carlos con las notas retocadas. Ese día, según las diligencias de la jueza, Cifuentes “promovió” que una de sus asesoras, María Teresa Feito, “diera instrucciones para crear los documentos necesarios para justificar” que Cifuentes “había superado todos los trámites para disfrutar del título con normalidad, incluida la defensa del trabajo fin de máster”. La dimisión se produjo un mes después. En ese tiempo el PP pasó del aplauso cerrado en la convención de Sevilla al destierro, como marca la tradición conservadora.
Cifuentes transitó por todos los estados durante los 35 días en los que caminó por el desfiladero: se escondió de los medios, cerró la agenda y, ya a la desesperada, se lanzó a la sobreexposición como estrategia para saciar el interés informativo que suscitó el escándalo de su máster. Ya ni los medios más cercanos la respaldaban.
La huida hacia adelante tocó a su fin el día que Mariano Rajoy levantó el teléfono para exigir su dimisión. La interlocutora era la exsecretaria general María Dolores de Cospedal. Acababa de salir a la luz pública un vídeo de hacía años que mostraba a la expresidenta de la Comunidad de Madrid en un cuarto de seguridad de un supermercado con unas cremas en el bolso. Cifuentes se marchó de la Puerta del Sol como una víctima de una “campaña de acoso y derribo, que dejó de ser política para convertirse en personal”. Días después se fue desprendiendo del resto de cargos: primero de la presidencia del partido; por último, del escaño. Renunciar al acta de diputada rompió su blindaje en las dos causas que tenía pendientes, una de ellas anterior y vinculada al caso Lezo.
Cifuentes se llevó por delante a sí misma y también a su círculo de confianza, que quedó relegado cuando Génova tomó el control del PP de Madrid tras 15 años como comando independiente. El proceso de sucesión tampoco fue fácil: Rajoy accedió elevar, para no crear más conflicto, a la mano derecha la expresidenta al sillón de la Puerta del Sol a cambio de arrebatarle el puesto de número dos en el partido.
Solo él, Ángel Garrido, la defiende aún hoy como “inocente”. El actual presidente regional está cada vez más lejos del PP de Pablo Casado y aún nadie le ha confirmado como candidato. La aprupta caída de Rajoy por la moción de censura socialista a raíz de la sentencia de la Gürtel terminó por desbaratar al partido, sumido en un estado de shock desde la salida de Cifuentes.
Desde su imputación, Cristina Cifuentes ha mantenido un perfil público bajísimo solo alimentado por algunas fotos en Instagram. La expresidenta, que nunca ha dado puntada sin hilo, ha aparecido solo una vez frente a las cámaras desde aquello para asistir a la presentación de El Reino, una película de Rodrigo Sorogoyen sobre los grandes sumarios de corrupción reciente en España. No es difícil encontrar en el metraje guiños a las que afectan al PP.
La presidenta que clamó que el “tiempo de los corruptos en Madrid había terminado” y se granjeó por ello no pocos enemigos internos se enfrenta desde este miércoles a la última fase de su proceso judicial. Si al menos una de las partes así lo quiere, la jueza abrirá juicio oral y Cifuentes tendrá que sentarse en el banquillo. Rajoy, que hizo de ella su apuesta para limpiar el PP de Madrid y falló en su intento, seguirá el desenlace procesal desde su confortable despacho de registrador de la propiedad. Ya fuera de todo.