Escapar del drama y los prejuicios para crear nuevos lazos: un día con dos asistentes vecinales

Roberto García entra en la oficina de la Agencia de Vivienda Social (AVS) a las ocho y media de la mañana. Después de decidir qué comunidades de vecinos va a visitar durante el día, el coche arranca a las nueve en punto. Dentro de él viaja también Juan Manuel Pérez como copiloto. Los dos son asistentes vecinales de la Comunidad de Madrid y llevan años enfrentándose a conflictos entre vecinos.

Los asistentes vecinales trabajan como mediadores entre los vecinos que viven en los pisos que otorga la Agencia de Vivienda Social, que depende de la Comunidad de Madrid. Actualmente, la AVS tiene 23.206 viviendas repartidas por toda la comunidad. El organismo se encarga de gestionar los pisos de protección pública dirigidos a colectivos que están en riesgo de exclusión social, como personas que han sufrido un desahucio, víctimas de violencia de género o familias con una situación económica delicada.

“Nuestro trabajo consiste en resolver cualquier conflicto que surja en estas comunidades”, explica Roberto. “Además, hacemos un seguimiento para comprobar que los problemas no vuelvan y vigilamos que se cumplan tanto las normas de la comunidad como las de la agencia”, apunta Juan Manuel.

La tarea a la que se enfrentan, reconocen, resulta titánica. Y no solo por su complejidad. Todavía no hay suficientes agentes para que todas las comunidades de la AVS disfruten de este servicio. En total hay 70 técnicos de asistencia vecinal y 25 trabajadores de contratación externa que realizan labores de ayuda comunitaria. Durante el año 2018 se actuó en 886 comunidades y 14.902 viviendas. O, lo que es lo mismo, 33.700 personas. Porque el trabajo de estos agentes se centra tanto en las dinámicas colectivas como en el bienestar individual de estas personas.

La intención de la AVS es que todas las comunidades cuenten con asistencia vecinal progresivamente. De momento, Roberto y Juan Manuel enfrentan sus limitaciones aplicando estrictos criterios en su agenda de intervenciones: las comunidades que sufren graves conflictos de convivencia tienen prioridad. E intercalan estas acciones con otras en las nuevas promociones de pisos, que siempre cuentan con asistencia vecinal, ya que resulta más fácil resolver roces entre vecinos desde el principio. De lo contrario, los problemas pueden enquistarse durante años.

Juan Manuel repasa, de camino, los perfiles que suelen repetirse en todas las comunidades: “Siempre está el empoderado, el que quiere más, el que pasa de todo...”, sonríe. Aunque luego existen elementos discordantes, lo que hace que no puedan utilizar las mismas estrategias en todos los casos.

Hay, sí, una estructura en sus actuaciones: hablar con los vecinos, preguntar por los problemas que tienen, tratar de entender el porqué de su incomodidad. “La respuesta suele ser: 'Puff aquí hay muchos problemas, esta es la peor comunidad”, cuenta Roberto, mientras Juan Manuel ensaya posibles respuestas.

La realidad, reconocen, es que una vez que analizan punto por punto qué sucede, no suele ser tan grave. La solución es simple: el diálogo con los vecinos, la mediación para resolver conflictos y plantar las bases para que no se vuelvan a repetir.

Su labor no es conseguir una comunidad en la que no haya problemas, sino un vecindario unido, capaz de resolverlos. Para ello crean grupos motores de vecinos que se unen con un fin común, como por ejemplo, llevar a cabo tareas comunitarias. Crear lazos en estas comunidades es imprescindible para que la convivencia sea llevadera. Cada familia viene de una situación muy diferente, en ocasiones traumáticas, y necesitan un ambiente sano en el que vivir y sentirse seguros.

No es una tarea fácil. Lograr que una comunidad de vecinos se integre en el entorno depende también de la colaboración de la gente de alrededor, que no siempre encuentran. “Como es un piso de la AVS, vosotros os lo coméis', nos dicen a menudo”, reconoce Roberto. Por ello, los asistentes no solo trabajan en la propia comunidad sino en los barrios donde se localizan. Hablan con las asociaciones, con los vecinos de los edificios cercanos y luchan contra los prejuicios que acarrea un bloque de viviendas sociales. Cada vecino que se integra en el barrio es un pequeño triunfo para estos agentes: “Cuando dejan de referirse a él como el moro o el gitano y pasan a llamarle por su nombre, es una buena señal”, sonríe Roberto. El coche se detiene. Primera parada: Carabanchel.

Una comunidad con especial necesidad

Entre Carabanchel y Latina hay una comunidad muy particular. Tiene 194 viviendas, cada una con su historia. Juan Manuel recuerda que cuando fueron a pedir los expedientes que detallan la situación en la que entra cada inquilino se dieron cuenta de que se habían adjudicado 140 viviendas de especial necesidad en una sola promoción: “Es una situación muy problemática, hay mucha pobreza real, mucho trastorno mental diagnosticado, en tratamiento, violencia de género, familias desestructuradas...”. Juan Manuel se lamenta: “No puedes juntar el 80% de familias así en el mismo ámbito”. Por lo general, el porcentaje de viviendas de especial necesidad suele ser más equilibrado. En esta ocasión, había tanta lista de espera de familias con esta catalogación que la primera promoción que se hizo de viviendas se llenó.

Esta particular comunidad de vecinos generó otro problema: nadie quería ser presidente de la comunidad o tesorero, ya que todas la viviendas estaban en régimen de alquiler. Así que la AVS creó un nuevo modelo de gestión: el programa de administrador único. Desde la Agencia se controla todo y los asistentes vecinales vigilan que se cumplan las normas.

Según Roberto y Juan Manuel entran por la puerta, varias familias se acercan a saludarles. Les cuentan los problemas que tienen, sus preocupaciones e incluso sus inquietudes personales. Les han convertido en un desahogo de su rutina.

Ellos van sin objetivos, abiertos a cualquier problema que pueda surgir. Y surgen. Una queja por olor a marihuana. Un vecino que intenta realquilar su piso de forma ilegal. Familias que ocupan viviendas vacías. Estas son situaciones del día a día para los agentes, que también encuentran tiempo para interesarse por cuestiones personales de los vecinos.

Pilar abre la puerta envuelta en su bata rosa, apoyada en un bastón y algo enjuta. Acaba de salir del hospital, no se encuentra bien de salud y los asistentes quieren comprobar si está algo mejor. Ella resume las complicaciones de su vida con naturalidad y pocas palabras: “No se vive malamente, pero si bajasen un poco los precios se viviría un poco mejor”.

Pilar pide un plato de ducha, porque le cuesta mucho entrar en la bañera por sus problemas de movilidad: “A ver si te acuerdas de lo de la ducha”, le pide a Roberto. Y él le explica que ya está solicitada, pero que tardarán más o menos un año en hacer la obra.

Continúan y tocan el timbre de Carmen, una vecina que conocen desde hace tiempo. Ella tuvo que dejar su piso porque ocuparon su anterior vivienda, también de la AVS. Se lamenta: “Mi casa era mucho más grande, mi hijo tenía más espacio”. Los asistentes la ayudaron a poder salir de su anterior edificio y conseguir este nuevo piso. Carmen explica que ahora “pide poca ayuda”, aunque ellos suelen pasarse a preguntar cómo está.

Carmen pide poca ayuda, pero hay vecinos más demandantes, cuenta Juan Manuel: “No podemos hacerles nosotros la gestión porque algún día nos tendremos que ir”. Su misión es enseñarles a ser autosuficientes.

El coche arranca de nuevo. Hay que continuar.

En carretera charlan sobre el problema de los okupas. Ellos les tratan como a un vecino más, porque así lo son. Hablan con ellos para pedirles que no generen conflicto en la comunidad y dejan claro que ellos no les pueden ayudar con su situación judicial. La conversación se detiene junto con el coche.

Una comunidad a la que llega Papá Noel

En Alcorcón, Maite abre la puerta del portal. Ella es “el alma de la comunidad” en palabras de Roberto y además de vecina, es la portera. Ve desde lejos a los asistentes y se acerca gastando bromas. Presume de conocer a cualquier familia que pase por delante suyo. Aquí se respira el ambiente de las antiguas comunidades de vecinos.

Maite conoce bien la historia de esta promoción de viviendas. Antes de la llegada de los asistentes “todo era caos”, resume. En pocos meses los conflictos hicieron que la convivencia fuese imposible. Pero cuando los mediadores entraron en el vecindario y ayudaron a desatascar los problemas que había, los vecinos se tranquilizaron, explica.

Ahora se han convertido en una comunidad modélica. Capitaneados por Maite, se han creado muchas tradiciones, como que algún vecino se disfrace de Papá Noel en Navidad. Entre todos decidieron que ningún niño se quede sin regalos en esas fechas y organizan excursiones a la piscina y al polideportivo en verano. Los vecinos también han conseguido unos hermosos jardines por muy poco dinero: “Todo el mundo colabora y ayuda, sobre todo los niños y los mayores que bajan, cogen el azadón y se ponen a trabajar conmigo”, comenta orgullosa la portera.

Aquí no les llegan muchas quejas a los asistentes vecinales, así que arranca el coche por última vez, de vuelta a la oficina.

Roberto y Juan Manuel explican que trabajar en parejas es imprescindible: mientras uno habla con los vecinos otro se queda observando qué sucede alrededor. Se enfrentan a situaciones muy duras, como violencia de género o enfermedades graves. Por eso la complicidad con el compañero es muy necesaria. Su objetivo final: implantar este sistema en todas las comunidades de la AVS y dejar de acudir a las que ya no lo necesiten. Aunque a veces sea duro, los asistentes lo tiene claro: “Para nosotros es mucho más gratificante el ámbito social, mucho más que estar en un despacho tramitando prestaciones económicas”.

El coche se detiene por última vez. Piloto y copiloto se despiden para dedicarse a lo que menos les gusta de su trabajo: hacer informes. Las vidas de Carmen, de Pilar, de Maite y de tantos otros vecinos que han conseguido una convivencia agradable gracias al empeño de estos asistentes vecinales se vuelven papel. Y satisfacción personal para Roberto y Juan Manuel.