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Opinión - Cuando los ciudadanos saben lo que quieres. Por Rosa María Artal

Fatalismo de izquierda en un barrio obrero de Madrid: “Si el PP presenta a un paraguas, gana”

Víctor Honorato

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La lluvia de la mañana de domingo trae notas atlánticas al barrio de Abrantes, en Carabanchel, donde el tono ocre del ladrillo visto y el óxido de las ventanas enrejadas ceden ante el verde intenso de los árboles, inhabitual por estas fechas en el sur de Madrid, últimamente. No hay tráfico y se oye trinar a los pájaros a las 9h, cuando abre el colegio electoral Julián Besteiro, situado al lado de uno de los centros de salud más castigados de Madrid, cerrado hoy, con escasez de médicos entre semana. Los vecinos llevan más de dos décadas esperando que en un descampado próximo se construya el nuevo. Un flamante cartel del gobierno regional anuncia ahora la inminencia de las obras, pero en el barrio pocos creen ya en compromisos electorales. Desayunando un café con leche en un bar próximo, doña Rosario, 60 años en Abrantes, declara: “Por no venir, aquí no vienen ni las tormentas”.

Hay una especie de fatalismo entre los votantes de izquierda que se acercan a primera hora, en un goteo constante que se va acelerando conforme se acerca el mediodía. A Marta Lardín, auxiliar de atención a domicilio de 59 años, la delata un bolso de color morado. “Los obreros que votan a la derecha se tiran piedras al tejado”, opina, tras saludar a Marta Vasco, vecina que acaba de cumplir 18 años y viene paseando al perro. La joven se estrena como votante y apoyará a Isabel Díaz Ayuso, candidata del PP, principalmente porque es del mismo pueblo de Ávila que ella, Sotillo de la Adrada. “Lo está haciendo bien, está poniendo las narices”, defiende, aunque admite que, como votante, debería informarse “un poco más” de los problemas de la sanidad pública antes de opinar. Opone que por lo menos ella vota; la mayoría de sus conocidos coetáneos piensa abstenerse.

La afirmación de que la derecha arrasa también en los barrios humildes no es exacta. En las elecciones de 2021 los colegios electorales de Abrantes mostraron una división próxima al 50% a un lado y otro del eje ideológico. El PP fue, eso sí, la fuerza más votada, con diferencia, en la mayoría de ellos. Pero entre los votantes progresistas cunde la idea de que Ayuso es una apisonadora electoral. “¿Ves este paraguas? Si le pongo una pegatina del PP y lo presento, gana”, se queja Rafael Conde, apoderado del PSOE, senador (suplente) en 2015, que pide un taxi tras salir del colegio electoral para ir al siguiente. “Aquí viven pensionistas. Les subes la pensión el 8,5% y te dicen que [Pedro Sánchez] va a arruinar la nación”, prosigue. Madrid es una ciudad “imprevisible”, pero hoy es también “la más paleta”, afirma. “Hay estudios que lo dicen”, alega, pero no da detalles. Llega el taxi y se despide.

María Luisa, de 68 años, no dice a quién va a votar, pero deja pistas. “Yo voy al hospital 12 de Octubre y me miran las radiografías”, indica. Si en el centro de salud tardan las citas “un mes o seis meses”, tampoco es un dato que la soliviante. “Igual porque a mí me va bien así”, justifica. Tiene una hermana en Móstoles que “se queja”, así que quién sabe, viene a concluir. “Ay, yo, la política… Vengo porque hay que venir”, responde, por su parte, una mujer que acaba de votar a un partido político.

“Veo que no aprendemos. Me da miedo”

Con aprensión se acercan a la mesa electoral Raquel Romero, de 27 años, y Javier de la Torre, de 28, padres del pequeño Gael, dudando hasta el último si votar a Podemos o a Más Madrid. “Veo que no aprendemos. Me da miedo”, dice ella, pesimista porque “a la gente le dicen cuatro tonterías y se las cree”. Ambos son profesores de Primaria, los dos sin plaza.

Muestran, por lo menos, un ánimo más optimista que el de Juan Soleto, de 52 años, y Rocío Troncoso, de 43, quienes responden al unísono: “Ninguna ilusión”. “No veo que ninguno haga nada”, dice Juan de los políticos. Votará a Ciudadanos casi como quien vota en blanco. “No hemos aprendido nada después de la pandemia”, acusa ella.

“Vamos como a mal”, juzga Alberto Gutiérrez, de 50 años, que concede que en España las cosas están mejor, con todo, que en Colombia, de donde vino hace 20. Allí fue soldado, luchó contra la guerrilla en la selva. “Fue una época muy dura”, evoca. Él es “de derecha, pero no extrema” y cree que hay un problema con la delincuencia, del “político que roba y sale libre”.

“Madrid es facha y ya está”

“Madrid es facha y ya está”, dice Carmela, de 69 años. “Seré socialista hasta que me muera”, cuenta, mientras discute con Rosario, mayor que ella, a quien el PSOE ya le hacía poca gracia en los tiempos de “Zapaterito”. Carmela se enciende, no soporta que Ayuso diga que no tiene rival en Madrid cuando solo repite “barbaridades” que le pasan por escrito, a su entender. Rosario le toma el pelo, le dice que se le va a atragantar la tortilla. Observan desde la barra Tote, que sirve cafés, y Toto, que entra y sale de la cocina con sándwiches y manifiesta una especial aversión a Pedro Sánchez, un “dictador encubierto”. “¡Pero si no están ni los planos!”, protesta Carmela respecto al prometido centro de salud.

La distancia ideológica no impide que hostelero y clienta se traten con cariño y coincidan en que una cosa es la política y otra las relaciones sociales. Toto le dice a Carmela que no se altere, que no vale la pena. “Nosotros no tenemos influencia”, indica, queriendo consolarla. Carmela lo mira, suspira y bebe otro sorbo de café.