Galapagar y el cisma de la izquierda del que los vecinos no se han enterado

Víctor Honorato

25 de marzo de 2021 22:34 h

0

La plaza de la Constitución de Galapagar es el centro del pueblo. Aquí está el antiguo Ayuntamiento (el nuevo, de estilo más contemporáneo, está encima de un supermercado) y la biblioteca. Al fondo, asoma la iglesia. En la plaza hay una gran bandera de España, un cajero automático, dos bares, el local de la peña taurina José Tomás (el diestro nació aquí, su padre fue alcalde), cuatro bancos para sentarse y mucho bullicio los fines de semana, casi nada en los días de diario. También hay una fuente bastante grande que lleva años estropeada. Perdía agua, porque no se construyó muy bien, y ya no se enciende. El Ayuntamiento quiere quitarla de una vez y todos los grupos políticos parecen estar más o menos de acuerdo, en una de las pocas cuestiones de política local en las que se roza el consenso. Para lo demás, en Galapagar, en política hay que sudar.

Desde 2019, el gobierno local de Galapagar -35.000 habitantes en la ladera de la Sierra del Guadarrama, una parte en la zona urbana, otra en las urbanizaciones de chalets- lo conforma una coalición entre el PSOE (cinco concejales) y Ciudadanos (cuatro). El PP tiene seis y Vox tenía tres, pero dos fueron expulsados en octubre tras una denuncia por una supuesta conducta familiar inapropiada. A la izquierda, hay un edil de Más Madrid (que se lleva muy mal con Ciudadanos) y, hasta enero, dos en Unidas por Galapagar, la coalición entre Podemos e Izquierda Unida. Hace dos meses, la edil Celia Martell, de IU, anunció que abandonaba el espacio, una ruptura con una carga simbólica extra, pues Galapagar es también, por supuesto, el municipio de residencia del vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, y la ministra de Igualdad, Irene Montero, que viven con sus hijos en la urbanización de La Navata.

La presencia de los líderes de Podemos sobrevuela desde su llegada a la política local (la edil expulsada de Vox era promotora destacada de las caceroladas constantes ante la vivienda) y ocupa casi todo el espacio que los medios dedican a Galapagar. Martell lamenta que esto reste protagonismo a cuestiones como el mal estado de las viviendas del vecindario de San Gregorio, que, vallado y sin asfaltar, corre riesgo de convertirse en gueto, o la circunstancia singular de que en todos los años de democracia la localidad no haya aprobado un plan de urbanismo y siga rigiéndose por unas normas subsidiarias de 1976. De ahí que no haya en el pueblo ni un solo hotel, entre otras complicaciones.

Martell explica estas cuestiones dando un paseo por el centro, antes de entrar a detallar los motivos de la ruptura con Podemos. Entonces, recibe una llamada telefónica de un cargo del partido. Ha empezado la precampaña electoral y hay temor a que se aviven los disensos: ya no se puede hablar de este tema con la prensa. “Estamos por la unión”, es la consigna. La edil pide entonces disculpas y remite a un comunicado que publicó cuando anunció el cisma, a finales de enero.

En aquel momento, habló de faltas de respeto, ausencia de información y, en términos concretos, de un desacuerdo por 300 euros de diferencia respecto de lo que los portavoces de los grupos debían cobrar por su dedicación a media jornada. La edil de Podemos, Raquel Almendros, replicó también vía comunicado, en el que oponía que en IU no habían tenido “una verdadera voluntad de coalición”. Esta semana, la formación tampoco ha querido ahondar en los motivos del conflicto. “Hay mucho lío y pocas ganas de participar en un reportaje en el que nos vais a dar”, se excusa una portavoz.

Desde fuera, las causas de la ruptura pueden parecer menores. En Galapagar, de hecho, muchos son los que ni siquiera se han enterado. No lo sabía Gloria, que pasea por la plaza y se identifica como militante del PP, de ideología “reaccionaria”, según propia definición, aunque crítica con el “caciquismo” que impera en el pueblo, también el de los suyos. En el bar El Horno tampoco estaban al corriente. José Manuel, que lo regenta, es de una familia izquierdista en un pueblo que no lo es tanto. Cuando se le comunica el hecho, responde: “No me parece normal, deberían unirse y remar en la misma dirección”. Pero ni dos señoras muy mayores que toman el café ni otras dos más jóvenes que cruzan la plaza con un carro de la compra estaban informadas.

En el bar Imperial, en la otra esquina de la plaza, el único parroquiano se escuda en que no es del lugar. A los camareros sí les suena un conflicto en un grupo municipal, pero es el de Vox, más sonoro. El carnicero tiene una excusa verosímil: es de Majadahonda.

El primer paseante que sí está al corriente resulta ser Felipe García, teniente de alcalde por Ciudadanos, que aquí gobierna con el PSOE y aprueba mociones con el respaldo de la izquierda (no con Más Madrid, a cuyo edil acusa de querer chantajearlo para entrar en el gobierno a cambio de su apoyo). García no se corta en decir que Albert Rivera “quiso ser califa en lugar del califa” y que Ciudadanos debía haberse mantenido en el centro y no ponerse a agitar banderas. “La foto de Colón me pareció un error tremendo”, reflexiona.

Sobre el cisma local Podemos-IU opina, de entrada: “Son dos chicas estupendas. Celia es un amor y Raquel también muy buena persona” y lamenta “que hayan acabado mal”. Las ediles, dice, “no se hablan”, algo que achaca al roce de la vida política, más que a un problema personal. Pone por ejemplo de esas tensiones el que las mociones aprobadas en las juntas de portavoces tuviesen que votarse después en asambleas de los respectivos partidos y, después, en una tercera asamblea conjunta. “Al final, acabas mal”, entiende. García considera que en la agrupación local de IU son “gente encantadora” pero “superfundamentalistas”, mientras que los de Podemos son “más pragmáticos”. 

Galapagar entra ahora en campaña electoral hasta el 4 de mayo. Los carteles con los rostros de los candidatos todavía no están colgados, aunque sí permanece alguna pegatina en señales de tráfico (se retiran de vez en cuando, pero alguna sobrevive), pidiendo “al podemita dinamita”. La fuente con fugas de la plaza de la Constitución seguirá ahí después de la votación. El vicealcalde promete que se retirará antes de que termine el mandato. Bromea: “Molesta cuando se hace el pregón, molesta cuando se pone el escenario. Si sobrevive a la legislatura habría que darle un premio”.