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'Megaproductores', los dueños del teatro madrileño y del gusto del público

Interior del Teatro Español de Madrid.

Peio H. Riaño

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La nueva temporada de artes escénicas arranca la semana que viene en Madrid con un significativo incremento del teatro musical. “Madrid se ha convertido en la tercera ciudad internacional en musicales, por detrás del Broadway de Nueva York y el West End de Londres”, sostiene Yolanda Pérez Abejón, Managing director de la productora Stage Entertainment, empresa dueña de los dos espacios escénicos más grandes de la capital: el Teatro Lope de Vega y el Teatro Coliseum, con capacidad para 1.500 y 1.400 espectadores respectivamente. En el Lope de Vega hace 12 años que se representa El rey león y en marzo sustituirán el de Tina por un espectáculo que prefieren anunciar en unas semanas. Es la única mujer con responsabilidades entre los megaproductores, un pequeño grupo de propietarios de teatros donde programan y estrenan los montajes que también producen.

Operan sobre el gusto del público con una cartelera que difunden, principalmente, desde los ejes de Gran Vía y La Latina. “Claramente hemos creado una nueva audiencia. Hay una generación que ha crecido con los musicales. Ahora el 80% del público de El rey León es de fuera de Madrid, que vienen a verlo y pasar el fin de semana en la ciudad”, añade. Aunque Pérez Abejón se niega a dar una cifra de ingresos anuales, asegura que en un buen año venden un millón de entradas, aunque lo normal son 600.000. “Nos ha costado remontar la pandemia del coronavirus, pero ahora ya estamos a niveles de 2019”, dice.

Al ser dueños, productores y programadores, “saben cuánto pueden mantener una obra en el escenario hasta que deje de ser rentable”, indica a este periódico Jorge Sánchez Somolinos, gerente de Artes Escénicas de la SGAE. Precisamente fue la entidad de gestión de derechos de autor quien vendió por 58 millones de euros, en 2016, el Lope de Vega y el Coliseum a la empresa holandesa Stage Entertainment (junto con el fondo inglés Rockspring Property Investment Managers).

Somolinos prefiere subrayar otro perfil de dueño, productor y programador, como Antonio del Castillo, del Teatro Infanta Isabel, o Juan Jiménez, de los Teatros Luchana y Teatro Galileo. Aunque le gustaría ver más variedad en la oferta musical de la Gran Vía y que El rey león dejara paso a otros montajes, cree que en la programación del teatro comercial madrileño hay variedad. “La suerte es que todos estos dueños generan variedad y, además, ofrecen sus escenarios a otras productoras para que muestren sus productos”, añade Sánchez Somolinos, que no ve tensiones entre los espacios comerciales y los públicos.  

Enfrentamiento teatral

El fundador y presidente del Grupo Smedia es Enrique Salaberría, es el propietario de más de 3.000 butacas repartidas entre el Teatro EDP Gran Vía, Teatro Alcázar, Teatro Infanta y Teatro Fígaro. El empresario no esconde su malestar con el teatro público, un escollo en el camino de sus intereses. “El teatro público no tiene misión en estos momentos. No se dedican a crear audiencias, simplemente son una competencia desleal con un presupuesto mucho más grande. Nosotros no vivimos de las subvenciones, vivimos del público”, cuenta sin paños calientes.

Preguntamos al empresario cuál es el fin del teatro público. “Uno, que sea visto; dos, crear un público. La función de la gestión pública no es redistribuir la riqueza entre actores y que no vea nadie la función. Porque, además, no dejan que se vea: en cuatro semanas lo retiran de cartel. El teatro necesita tiempo de crecimiento. Es imprescindible que madure en escena. Esto no es el cine, no es un producto terminado. Ahora el teatro público no permite crecer ni madurar los montajes. Es el teatro privado donde las propuestas crecen y se desarrollan durante varios años en cartel”, sostiene. 

También cree que la diversidad de la cartelera madrileña se debe al teatro privado, no al público. Recuerda que en sus teatros hay 60 espectáculos activos, con comedias, musicales, conciertos, danza, clásico, drama, contemporáneo, variedades, ópera, zarzuela, magia… “Queremos abarcar todas las audiencias. Tenemos hasta un espectáculo de una actriz embarazada que cuenta su experiencia. Somos menos restrictivos y censores que el teatro público”, mantiene Salaberría. Sobre el imperio y el control del gusto del público asegura que el mejor crítico que tiene el teatro privado son los espectadores, “por eso han dejado de existir los críticos”. No está cómodo con quienes repudian de sus éxitos, que él define como teatro popular y compara con el que hacían Shakespeare y Molière. 

Nada en los bolsillos

Tanto Enrique Salaberría, como Yolanda Pérez Abejón y Jorge Sánchez Somolinos sostienen que el público ha perdido el miedo a la crisis sanitaria. Ahora el público teme a la inflación y la guerra en Ucrania. “La gente mete la mano en el bolsillo y no hay dinero para el ocio, solo para lo básico”, cuenta Salaberría. El otro gran dueño, programador y productor de los teatros de Madrid es SOM Produce, dueños el Teatro Rialto, Nuevo Teatro Alcalá, Teatro Calderón y Teatro Nuevo Apolo, casi 4.500 butacas y éxitos comerciales como el musical Billy Elliot. Su CEO Marcos Cámara no ha podido atender la llamada de este periódico.   

Jesús Cimarro es el dueño de Pentación, es director del Festival de Mérida, presidente de la Asociación de Productores y Teatros de Madrid y, sobre todo, el empresario más influyente de las artes escénicas. Es propietario de las más de 2.000 butacas que suma con el Teatro Reina Victoria, el Teatro La Latina y el Teatro Bellas Artes. Otro megaproductor de los espacios escénicos madrileños que avisa de que en la nueva temporada que viene se van a estrenar 12 musicales. “Estamos a la altura de Broadway”, sostiene. 

En su opinión la programación de los teatros públicos madrileños se está “repitiendo” y han dejado de cubrir el repertorio del siglo XX y XXI. “Yo hago repertorio en el Teatro de Bellas Artes, con funciones como El beso de la mujer araña, Señora de rojo sobre fondo gris, con José Sacristán, o Las guerras de nuestros antepasados, con Carmelo Gómez”, indica.

La programación de Cimarro también practica el drama, el humor y el musical. La nueva temporada será decisiva porque los aforos no menguaran. Así que cree que será importante cubrir la cartelera con los montajes más populares y variados. “Ahora estamos al 60% de la taquilla de 2019. Necesitamos recuperar las cuotas perdidas y que las Administraciones entiendan que la cultura es una importante fuente de ingresos”; dice Cimarro. Tanto como para darle el lugar que se merece en los Presupuestos Generales del Estado. Y deja una pregunta para quien le corresponda: “¿Qué sería de Madrid sin museos ni espectáculos?”

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