La música en las calles de Madrid, a sorteo
En la calle, un hooligan rubio y grandote le pidió, emocionado, un abrazo mientras ella interpretaba un tema; en la calle también, una mujer que no llevaba suelto le dejó un bolígrafo para que siguiera escribiendo “canciones tan bonitas”. Silvia Sánchez-Cid canta y toca la guitarra desde hace cuatro años en la vía pública y teme tener que dejar de hacerlo. La Junta de Distrito del Centro decretó en febrero una nueva instrucción para regular su actividad y dio 15 días, hasta este lunes, para solicitar las autorizaciones. Los permisos ya no serán ilimitados como hasta ahora: solo 450 artistas conseguirán uno y si las peticiones superan ese número, se decidirá por sorteo.
La nueva instrucción que aprobó el Ayuntamiento restringe el número de intérpretes en el Centro, limita los integrantes por grupo a cinco o siete según la zona, reduce los horarios y el tiempo de las actuaciones y prohíbe tocar en calles que permitía la normativa anterior, que había sido acordada entre vecinos, músicos y políticos en 2018 tras dos años de reuniones.
El Ayuntamiento entregará 450 autorizaciones, que serán personales e intransferibles y que se entregarán dos veces al año —en 2020, solo una vez—. Entre julio y agosto, y de forma excepcional, se entregarán 50 más. Con el nuevo decreto, los músicos podrán tocar por la mañana, entre las 12.00 y las 14.00, y por la tarde, entre las 18.00 y las 21.00 (salvo algunas excepciones). En total, cinco horas menos al día de lo que preveía el anterior reglamento. Además, zonas donde antes se podía actuar, como la calle Preciados entre Callao y Sol, estarán vetadas a músicos callejeros.
El concejal del distrito Centro, José Fernández (PP), argumenta que la revisión Zona de Protección Acústica Especial (ZPAE) del Centro, aprobada en abril de 2019, y las quejas “generalizadas” de vecinos y comerciantes del centro motivaron el cambio. “La convivencia es el único objetivo. El gran fracaso de la instrucción de [la exalcaldesa Manuela] Carmena es que la música, para algunos vecinos, se convirtió en una tortura”, opina el concejal.
El anterior reglamento echó a andar en febrero de 2018, tras dos años de intercambios entre vecinos, músicos y políticos. Las partes llegaron a reunirse una vez en la comisión de seguimiento hace un año. El Ayuntamiento entregó en ese tiempo unas 900 autorizaciones, que el actual equipo de Gobierno ha considerado “demasiadas”. Desde julio, el Consistorio dejó de dar y renovar permisos y muchos músicos se quedaron a la espera. Algunos decidieron seguir tocando en la vía pública y otros, como Sánchez-Cid, que usa el nombre artístico de Damdara, prefirieron no arriesgarse a recibir multas.
“Vuelvo bajo tierra porque no tengo otra opción”, lamenta la cantautora, de 40 años. Para ella, no es lo mismo tocar en el Metro. En la calle, tenía un ingreso económico, pero también un espacio de expresión y de visibilidad. Damdara se hace preguntas sobre la nueva normativa: “¿Qué pasa con el músico que viene de Londres o Gijón en mayo y no tiene licencia? ¿No puede sacarla? Si a un miembro de una banda le dan permiso y a otros no, ¿se parte el grupo? ¿Y las solicitudes que se dan, pero después los músicos no aprovechan?”.
La artista agrega una última: ¿cómo y cuándo será el sorteo? “Primero fue un casting, pero como eso quedó tan mal ahora hacen un sorteo”, critica la cantoautora en referencia a las pruebas de idoneidad que hizo el equipo de Gobierno de la exalcaldesa Ana Botella (PP) para otorgar permisos a músicos callejeros en 2013.
“Es absurdo y va contra la calidad de las actuaciones”, apunta Daniel Cabrera, miembro de la plataforma de músicos La Calle Suena, que participó de las reuniones para acordar la anterior normativa. Cabrera, que es guitarrista en el grupo Madrid Hot Jazz Band y actúa los domingos en El Rastro, asegura que los 900 músicos que tenían autorización “jamás” salen a tocar a la vez. “Los problemas que todos decimos que existen no se están atajando con la nueva normativa”, critica.
Los músicos y los portavoces de al menos tres asociaciones del Centro coinciden en que los reclamos vecinales apuntaban, sobre todo, contra intérpretes que incumplían la normativa. “El ruido se mete en las casas y no tengo por qué oír a un señor que está tocando en la ventana, aunque sea la Filarmónica de Londres. Hicimos un mapa con todos los puntos donde se puede tocar, llegamos a un acuerdo y el problema de todo esto es que no se controla”, señala una representante de la asociación de vecinos de Ópera, que no quiere identificarse.
“Con que la policía hubiera hecho cumplir el decreto, el actual o el anterior, era suficiente. El actual va a ser más difícil ya que están restringiendo los permisos, y gente que tenga que tocar al final va a salir a tocar”, señala Saturnino Vera, presidente de la asociación Cavas-La Latina. Vera avisa de que “el ruido principal que se produce en el barrio es en horario nocturno y no precisamente de los músicos”. Víctor Rey, portavoz de la asociación de vecinos de Sol y el Barrio de las Letras, añade: “El derecho al descanso de los vecinos es sagrado, no renunciamos, pero es compatible [con la música callejera] haciendo las cosas bien”.
“Los propios músicos quieren una regulación porque es la forma en que ellos tocan tranquilamente. Cuando hay músicos tocando fuera de esas áreas y horarios, empieza a haber problemas con los vecinos”, señala Pilar Perea, concejala de Más Madrid y miembro de la comisión de Cultura del Ayuntamiento. “Si hay voluntad política, si quieres que la música sea un fenómeno cultural, se regule y no tenga perjuicios, entonces pones medios materiales y personales”, incide Perea.
El concejal presidente del distrito reconoce que “el problema son los incumplimientos” y asegura que la instrucción “no está cerrada”. La comisión de seguimiento se conformará en el primer trimestre de este año, según asegura. “Si estamos equivocados, se cambia y se mejora”, afirma Fernández. Pero el decreto ha dejado “desconcertados” a los músicos, que quedaron fuera de la redacción de la nueva instrucción. Aún no saben cuándo podrán volver a tocar con autorización y el concejal tampoco lo aclara —“cuando se pueda”—.
Mientras se resuelve, Damdara sigue tocando en el Metro. Ha salido del suburbano y lleva la guitarra en la espalda, que sobresale por encima de su cabeza y le inclina las vértebras hacia adelante. En un carro, lleva un amplificador, micrófonos y la alfombra donde los viandantes le dejaban monedas, billetes o bolígrafos. “La música se sortea. Lo que tu ofreces, para lo que te has formado, no vale nada”, lamenta. Camina por la Calle del Carmen, donde solía tocar, y los únicos artistas que se ven a las ocho de la noche son dos bailarines que mueven con gracia las caderas y amplifican música grabada con un altavoz.
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