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La 'revancha de la revancha' en el callejero de Madrid

José Martínez nació en Segovia, pero vive desde los 12 años en Madrid. Hoy su casa está en la calle de Francisco Largo Caballero, el dirigente socialista de la II República que, junto el también histórico del PSOE Indalecio Prieto, la derecha de PP, Ciudadanos y Vox quieren borrar del callejero local. José vivió una temporada en Francia, trabajando para la Michelin en Clermont-Ferrand. Si no tuviera cuatro hijas, dice, se volvería a marchar. “Desde que oí la noticia estoy desmayado”, explica, ante lo que considera “una represalia, una venganza”. “No quiero casi ni pensarlo, quiero vivir al margen de toda esta mierda”, despeja. No es el único que se enfadaba ayer entre quienes paseaban ayer por las vías afectadas, pero las opiniones eran variadas, con reparto equilibrado entre detractores, partidarios e indiferentes.

La medida del gobierno madrileño es un desquite ante los cambios de callejero impulsados en la pasada legislatura por el equipo de Manuela Carmena en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, si se atiende al comentario en Twitter del líder ultraderechista Santiago Abascal: “Vox le da al PSOE de su propia medicina. ¿No queréis memoria histórica? Pues toma dos tazas”. La referencia a las “dos tazas” la recogía a la salida del Instituto Miguel Delibes (esta denominación sí parece a salvo) Luis, un adolescente convencido de que la ley “es absolutamente sectaria”. El joven dice que está en contra de que se cambien “todas” las calles, y critica que la Avenida de la Institución Libre de Enseñanza, donde desemboca la calle de Largo Caballero, le quitase el nombre a los hermanos García Noblejas, falangistas más o menos revoltosos allá por 1936. Nicole, Nuria y otra compañera que caminan unos metros por detrás señalan que preferirían que, antes de revisar nomenclaturas, se construyese de una vez el polideportivo en el descampado de enfrente, o que mejorasen la red wi-fi del instituto, porque tal y como está, no permite impartir las clases por Internet.

De la revisión del callejero del gobierno previo se salió con 52 cambios de vías. Uno de ellos, solo a medias. La calle de los Caídos de la División Azul sobrevive en las placas tras intervención de un juzgado, pero en las comunicaciones oficiales ya es la calle del Memorial del 11 de marzo de 2004, según Félix, portero de uno de los edificios. “A veces los repartidores se confunden”, indica, tras señalar que, personalmente, le da “absolutamente igual”. Si la de Largo está en Ciudad Lineal, esta cae por el distrito de Chamartín. Es eminentemente residencial, pero hay una consulta de dentista ante el que espera Clara, una mujer de mediana edad. “Nos tendremos que aprender los nombres otra vez”, se resigna, y asegura que dejaría todas las calles como están, honren a quien honren. Incluso la de Príncipe de Vergara, que durante el franquismo fue General Mola, uno de los sublevados más funestos. Unos metros más adelante, Silvia Lezama espera al semáforo y concede que a los “generales más prominentes” si estuvo bien borrarlos del callejero, pero que de ahí para abajo “todo es un juego político”. En el porche de una vivienda hay una mujer que observa como un empleado raspilla una plancha de madera. “Mi suegro estuvo en la división azul”, acaba revelando. “Los políticos se lo pasan pipa gastándose el dinero. Van a hacer lo que quieran”, zanja.

También en la división azul estuvo Antero, tío materno de Fernando, que marchaba a ritmo rápido al sol de mediodía, de nuevo en Largo Caballero. “Lo metieron en la cárcel por hurto y fue la forma de salir”, dice, e intenta contextualizar agravios: “Queipo de Llano todavía tiene un cortijo. Me parece flipante”. Un minuto antes, un hombre que dice llamarse Pedro se declara “absolutamente en contra de la ley de memoria histórica, muy perjudicial para la sociedad” y tacha a Caballero e Indalecio Prieto de “asesinos”.

Al suroeste, en Valdebernardo, está el bulevar de Indalecio Prieto. El barrio fue escenario de una fallida promoción de viviendas auspiciada por una inmobiliaria vinculada a la UGT, que acabó con el dirigente de la empresa condenado. Lo recuerda Rosendo Pérez, que vive en uno de esos pisos, sentado en un bar tomando un café. Tampoco él es partidario de cambios, pero solo para evitarse engorros administrativos en trámites como cambiar el DNI. Juan Carlos Monreal, camarero del bar Pascual, junto a la boca de metro, opina que los políticos “deberían preocuparse más de otras cosas que de estas tonterías”. Arranca así y termina con un “los políticos son todos unos chorizos”, tras una alusión al chalet de Pablo Iglesias que él mismo reconoce extemporánea. Distinta perspectiva tiene Ernesto Sarabia, conocido activista del barrio, que atiende al teléfono: “Es un revisionismo absoluto sin pies ni cabeza, que además va a ser ilegal porque, aunque lo apruebe el ayuntamiento, la ley de memoria histórica, a la que se acogen ellos, no cubre cuestiones de antes de la guerra civil”. La moción municipal también propone derribar las estatuas de Largo y Prieto en Nuevos Ministerios, pero al estar en terrenos del Gobierno estatal, es más difícil que la idea prospere.

José María Álvarez del Manzano, el alcalde del PP bajo cuyo mandato se su puso nombre a la calle Indalecio Prieto, se ha mostrado “perplejo” por la última decisión del Ayuntamiento, según publica El Español en una entrevista. “Me sorprende la decisión, no sé ni cómo reaccionar”, comenta el mítico alcalde de Madrid. “Intentamos que el espíritu de la Transición quedara reflejado en las calles. Si no estoy equivocado, el acuerdo fue unánime en el pleno. Fuimos flexibles. Buscamos hacer un Madrid de todos”, recuerda. 

Raquel, que lleva mascarilla con la bandera de España, no le quitaría el nombre al bulevar, pero propone otra alternativa, medio en serio, medio en broma. “Este barrio no es tan viejo. ¡Que lo hubieran pensado antes! Lo que tienen que hacer es no ponerles nombres de políticos”. ¿Y cómo le llamaría a esta? Piensa un segundo, a su izquierda hay una frutería. “La calle de la naranja”.